Ni en Holanda hay prostitución “feliz”

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Mientras el Proyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual sigue su trámite en el Congreso español, varias fuerzas políticas opinan que la prostitución –uno de los temas que aborda la citada norma, desde una perspectiva abolicionista– debe poder considerarse un trabajo como otro cualquiera. Así, mientras el gobierno pretende que se sancione el proxenetismo de cualquier tipo, algunos de sus socios abogan por enmendar el texto para que no siempre se penalice, en el entendido de que hay mujeres que ejercen la prostitución de forma libre y consentida.

Libre. Consentida… Se podría suponer que si se autoriza expresamente el ejercicio de la prostitución, como sucedió en los Países Bajos en 2000, toda la gama de delitos que rodean a esa práctica –las extorsiones, los secuestros, las agresiones físicas y psicológicas, las restricciones a la libertad de movimiento de la persona prostituida– se evaporan forzosamente. Es la mujer quien decide qué quiere hacer con su cuerpo, y se le permite hacerlo. Punto.

Pero algunos no están convencidos. La periodista e investigadora holandesa Renate van der Zee, en una ponencia acerca de los efectos de la legalización de la mencionada práctica en su país, pidió tiempo atrás bajarse de esa nube: “El sistema holandés se ha levantado sobre la falsa e ingenua asunción de que hay una división entre el mundo de la prostitución forzosa y el de la prostitución libre. La inmensa mayoría de las mujeres involucradas en la prostitución no están encadenadas a la pata de la cama, pero tampoco encajan en la imagen de la ‘prostituta feliz’: están en esa amplia área gris de mujeres que han sido engañadas o manipuladas para meterlas en la prostitución, y que a menudo han sufrido experiencias de violencia doméstica o sexual, o han carecido de vivienda, o vivido en una aguda pobreza que las ha hecho vulnerables”.

De libertad, entendida como la capacidad de tomar decisiones sin que medien presiones o amenazas, hay en esto bastante poco.

Mujeres a la carta

La alcaldesa de Ámsterdam, Femke Halsema, fue de quienes apoyaron alegremente la iniciativa de levantar la prohibición de los burdeles, 21 años atrás. Pero las cotas alcanzadas por la prostitución en la ciudad le parecen ahora inadmisibles.

“Queremos ser famosos por nuestro patrimonio cultural, no por las drogas o el sexo”, dijo en 2019 , citada por Time, y anunció su intención de modificar varias normas, como habilitar otras áreas para la prostitución para así evitar concentrarla en el Barrio Rojo (De Wallen), o prohibir los tours guiados por las calles donde se ubican los escaparates (esto, ya en vigor).

El 60% de las mujeres prostituidas en Holanda son víctimas de violencia física, y el 93%, de violencia emocional y chantajes económicos

Pero no es problema de un par de calles. Hoy en Holanda existe todo un menú de “servicios” de prostitución: hay muchachas que se exponen en esas vidrieras, las hay que trabajan en burdeles o clubes, hay escorts, “masajistas”, hay otras que acuden al domicilio del cliente, y otras que se anuncian en la vía pública. Se calcula que en todo el país hay unas 25.000 personas en el ejercicio de la prostitución; el 90% de ellas, mujeres.

La amplitud de la “oferta” y la legalización de la práctica –que se supone facilitaría la transparencia del negocio– no han garantizado, sin embargo, que desaparezcan la violencia y la coerción en torno a este fenómeno. En 2018, un informe de las organizaciones Proud –que aglutina a “trabajadoras sexuales”– y Soa Aids Nederland reveló que el 60% de esas mujeres son víctimas de violencia física, y el 93%, de violencia emocional (acoso, humillaciones, intrusiones) y chantajes económicos.

Asimismo, tampoco la criminalidad relacionada con el proxenetismo ha sufrido un golpe devastador tras la legalización. Todo lo contrario: dado que buena parte de las mujeres prostituidas son de origen inmigrante –se estima que lo es el 80% de quienes se exhiben como mercancía en los escaparates–, la regularización no ha hecho sino facilitarles las cosas a quienes abastecen el “mercado” con mujeres de Europa del Este.

La legalización de la práctica y la paulatina desaparición de los controles fronterizos, gracias a la integración de varios de esos países en la Unión Europea a partir de 2004, han sido la combinación exacta para que algunos vean oportunidad de negocio.  Por ejemplo, Karina Schaapman, antiguamente dedicada a la prostitución y en 2008 convertida en concejal en Ámsterdam, entregó a la policía una lista con los nombres de 80 proxenetas violentos: solo tres habían nacido en Países Bajos.

También suele citarse el caso SNEEP, de 2007, en el que cayó una banda turca que obligaba a más de 100 mujeres (holandesas, pero también búlgaras, checas, rumanas, polacas…) a permanecer hasta 12 horas detrás de un cristal, expuestas a la mirada –y también a los insultos– de los transeúntes.

Demasiadas mujeres bajo demasiada humillación, como para creerse que “son libres y lo consienten”.

“No se puede normalizar la esclavitud”

Renate van der Zee ha hablado con varias de estas “chicas de la ventana”, algunas de las cuales se colocan auriculares con música a tope mientras “trabajan”, para no escuchar las vejaciones. Ha conversado con otras que han ejercido en burdeles. Las ha visitado también en refugios, donde las africanas y asiáticas le cuentan historias terribles, de contagio por VIH, de embarazo, de ambas situaciones a la vez, de sus temores a ser deportadas…

“‘Que nadie te engañe –le han dicho–: la ley no ha hecho de este negocio un mejor lugar para las mujeres’. Así que nada de ‘emprendedoras empoderadas’: siempre está un hombre detrás. Lo que hay son muchas mujeres jóvenes, pobres y vulnerables”.

También llama a no prestar demasiada atención a quienes, desde los sindicatos de prostitución, insisten en el “derecho” a hacer lo que deseen con sus cuerpos, toda vez que estas voces suelen están desconectadas del drama de violencia que sufre la mayoría. En puridad de verdad, dice, son otros los que hacen lo que quieren con los cuerpos de ellas.

“El sindicato de trabajadoras sexuales de Holanda lo forman mayormente nacionales con experiencia en la prostitución, que no pierden oportunidad de salir a los medios de decir que están muy orgullosas de lo que hacen. Y los periodistas simplemente repiten esas historias”, advierte.

Por fortuna, los engañados con esta versión van lentamente a menos. En un análisis sobre la legalización, publicado en 2018 por un equipo de la Universidad de Groningen, se refiere que la percepción de la mujer prostituida como una persona autónoma ha ido modificándose por la de alguien maltratado y sometido a explotación y coerción. “La sociedad holandesa ya no lo ve más como ‘un trabajo normal’”, y ello –señalan los autores– gracias al énfasis que algunos investigadores van haciendo en la cara oscura de esa práctica.

A una pregunta de Aceprensa, uno de ellos, Jan G. Brouwer, profesor de Derecho en Groningen, rebaja, sin embargo, las expectativas: “La prostitución tolerada en general no es un gran problema en los Países Bajos. La mayoría de los partidos del Parlamento holandés sigue apoyando la legalización del año 2000. Una minoría está a favor de prohibirla, pero es poco probable que esto ocurra en un futuro próximo”.

Según nos explica, hay programas regionales y en algunas grandes ciudades con gran presencia de este fenómeno, como La Haya y Ámsterdam, que ayudan a las “trabajadoras sexuales” a salir de ese círculo. “Sin embargo, lo que a menudo parece difícil es encontrar a quienes quieran salirse”, añade.

A poco que se busque, no obstante, no debe ser difícil dar con ellas. Van der Zee las ha encontrado y las ha mirado de frente; por ello, está convencida de que no se le puede limpiar el rostro a la prostitución: “No puede normalizarse, simplemente porque el acto de pagar a cambio de sexo nunca podrá ser normal; justo como no se puede normalizar la esclavitud”.

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