El “wokismo”, una ideología hiperliberal

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Cartel woke en una protesta en Sídney, Australia, 26-1-2018 (Foto: Selman / Shutterstock)

Desde las trincheras de las guerras culturales, los objetivos suelen verse borrosos, confusos. En el caso del wokismo, la primera línea de batalla sitúa allí una amalgama de marxismo radical y batiburrillo posmoderno, incluyendo en ese cajón de sastre la defensa del aborto, la hostilidad a la religión o el reclamo de lo trans… Todo en uno.

Unos pensadores creen que esta dolencia se arregla con dosis más altas de principios liberales; así piensan Francis Fukuyama o Yascha Mounk; otros juzgan que estos lodos provienen del barro individualista, hasta el punto de que la solución se halla en valores más tradicionales, aquellos que ha barrido el capitalismo.

Una ideología norteamericana

Para comprender el impacto y las señas de identidad de lo woke conviene recordar no solo que fue el asesinato del afroamericano Michael Brown, tras ser violentamente maltratado por la policía, lo que abrió la espita de las protestas, en 2014, sino también que el movimiento se presenta para reivindicar lo identitario, convirtiendo la definición de uno mismo en el principal objetivo de la contienda política.

Por sus orígenes, pues, responde a la idiosincrasia americana y parte de ese conflicto racial que, como una herida remisa a la cicatrización, atraviesa el supuesto país de la libertad. John Gray explica, atendiendo a ello, que el wokismo constituye una ideología localista, difícilmente exportable, motivo por el cual a este lado del Atlántico ha absorbido otros conflictos y tiene contornos indefinidos.

Aunque se suele remontar la tendencia a las revueltas estudiantiles del 68, habría que indicar, siendo rigurosos, que la clave data de unos años antes, concretamente con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, en 1964. Según afirma Erik Kaufmann, profesor de la Universidad de Londres, esta norma promulgada durante la presidencia de Johnson supuso el reconocimiento de la culpabilidad blanca y la entrada en la atmósfera pública de la dialéctica entre víctimas y victimarios.

Una dolencia liberal

Kaufmann y Gray están de acuerdo en que es erróneo atribuir la sensibilidad identitaria a los círculos marxistas. En opinión de ambos, el ADN del wokismo es claramente liberal, lo que explicaría que haya prendido con tanta fuerza en el mundo anglosajón, la cuna del capitalismo.

El movimiento se presenta para reivindicar lo identitario, convirtiendo la definición de uno mismo en el principal objetivo de la contienda política

Difícilmente podrá amainar el vendaval woke si se soslaya de qué fuente mana. En primer lugar, el individualismo extremo de las sociedades modernas, que desarraiga al yo hasta el punto de reputarlo producto del deseo arbitrario de cada uno. En segundo término, el deslizamiento de la libertad hacia la igualdad absoluta, al que alude Kaufmann. Y es que hoy la exigencia no es que todos posean las mismas oportunidades, ni que se lleve a cabo una redistribución económica. Se busca la paridad total de resultados, más allá de la raza, el género, los gustos sexuales e incluso el mérito, aunque para ello no haya más remedio que atribuir al Estado un poder omnímodo.

La izquierda tradicional ha visto con recelo estas aspiraciones, entre otros motivos porque la focalización en problemas de índole cultural erosiona el vigor de las reivindicaciones materiales. ¿Acaso no se adapta esa posibilidad de consumir compulsivamente identidades, como quien se atiborra de comida basura, al ethos neoliberal?

Revolucionarios de salón

La explosión de la subjetividad, el moralismo y el afán revanchista tienen más que ver con la cosmovisión burguesa y una visión radical de la justicia social que con la contracultura. Eso no significa que los defensores de lo woke no hayan asumido la jerga sesentayochista: no carecen, en efecto, de lazos con esa posmodernidad que se desligó de la emancipación ilustrada.

Pero la insistencia en su filiación con Marcuse, Derrida o Foucault puede ser perjudicial porque oculta la ascendencia “hiperliberal” y el igualitarismo extremista a los que se refiere Kaufmann en su último ensayo, Taboo: How Making Race Sacred Produced a Cultural Revolution (Forum, 2024).

El wokismo se ha convertido en la doctrina de la élite, en el catecismo de los revolucionarios de salón, para quienes empuñar ese estandarte es una forma de exculpación moral por el disfrute de sus privilegios. La manera, en fin, de aliviar su mala conciencia.

Quienes propugnan el identitarismo, ciertamente, conforman un grupo selecto y excelentemente posicionado. Para Musa al-Gharbi, sociólogo de la Universidad Stony Brook (Nueva York), los hooligans de la identidad están en posesión de una suerte de capital simbólico. Lo woke dota de estatus. Ahora bien, cuando las élites adoptan ideologías para sentirse bien, tienden a soslayar los compromisos reales con los más desfavorecidos.

La ineficacia de la lucha “woke”

La reprobación de los privilegios –así, en general– por parte de la élite acomodada no les lleva a renunciar a los que ellos disfrutan –estos, bastante concretos–. Piénsese en la virulencia de lo woke en los mejores centros universitarios, a los que llegan solo los elegidos.

En su ensayo We Have Never Been Woke: The Cultural Contradictions of a New Elite, publicado recientemente por Princeton University Press, el propio Al-Gharbi mantiene que las políticas woke son poco efectivas. Y paternalistas, al dar por supuesto que los marginados no pueden encaminarse por sí solos a la liberación.

El sociólogo americano apunta algunas inconsistencias del “capitalismo woke”. Por paradójico que pudiera parecer, en las sociedades donde este prolifera se presentan desigualdades más flagrantes, en comparación con otras.

Términos como “interseccionalidad”, “microagresión” o “privilegio” están menos presentes en los medios

La percepción de la desigualdad que difunden, por otro lado, es inexacta porque dan voz a supuestas víctimas que han salido de la opresión, de modo que no se sabe qué sienten o piensan los que están siendo realmente dejados atrás. Por último, esta élite culpa de la discriminación y la opresión a quienes no forman parte de ella; por ejemplo, tilda de racistas a los blancos del sur, o de xenofobia a los obreros o parados, a fin de descargarse de responsabilidad.

Una ideología en horas bajas

Bajo un prisma ideológico, se puede interpretar la victoria de Trump como un síntoma del agotamiento de lo woke en EE.UU. De hecho, el semanario The Economist sitúa en 2020-2021 el punto de ebullición del “despertar”; a partir de entonces, tanto en la opinión pública americana como en los medios se ha producido cierto enfriamiento

Según una encuesta, el porcentaje de quienes manifiestan estar preocupados por el racismo o el sexismo ha descendido diez puntos entre 2021 y 2024 (del 48% al 38%). Por contra, el rechazo a que los deportistas compitan en una categoría diferente a la de su sexo biológico ha aumentado, pasando del 53% al 61%.

Por otro lado, señala también The Economist, términos como “interseccionalidad”, “microagresión” o “privilegio” están menos presentes en los principales diarios norteamericanos. Asimismo, en los últimos años se han presentado 86 proyectos de ley para prohibir iniciativas woke en universidades de 28 estados norteamericanos; igualmente, en el ámbito empresarial el entusiasmo ha decrecido.

La lucha contra lo “woke”

Es pronto para saber si esto apunta a una auténtica crisis de lo woke o si más bien es un síntoma de que ha permeado tanto que ya no acapara el debate. Por otro lado, no es malo que haya calado un mayor compromiso con la igualdad. La debilidad del wokismo y del radicalismo identitario tiene que ver con quién lo defiende: una élite pudiente, distanciada de las preocupaciones sociales cotidianas.

A nadie se le escapa que, sea como fuere, lo woke predomina en los medios europeos y que no se sabe a ciencia cierta cuándo amainará aquí el movimiento.

La batalla, sin embargo, no debe restringirse al ámbito mediático, donde –según Kaufmann– el wokismo tiene las de ganar, porque los que no suscriben la nueva ideología están siendo sustituidos por jóvenes muy bien adoctrinados. Hay que actuar en el marco educativo y legal. De otro modo, será difícil que se apacigüe la fiebre que ha infligido este mal “despertar”.

Un comentario

  1. Tal vez fuera bueno ampliar la perspectiva y releer las ideas del socialismo utópico de William Morris, de hace nada menos que 140 años, en su novelita «News from Nowhere», o las de Walter Gropius en el segundo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1929, para ver de dónde viene la intención y a dónde nos van llevando. Salud.

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