El feminismo redescubre la maternidad

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

La maternidad es la asignatura pendiente del feminismo, y voces diversas del movimiento por los derechos de la mujer están centrando la atención sobre las demandas de unas madres que han quedado abandonadas a una lógica mercantil que no valora los cuidados. Estas pensadoras promaternidad aseguran que la brecha de género es, en realidad, la brecha de la maternidad y reclaman que es necesaria una profunda transformación de la sociedad para que ponga en el centro a las familias y sus necesidades.

La natalidad cae en el mundo, las mujeres no tienen el número de hijos que desean, sufren la imposibilidad de la conciliación, retrasan el momento del embarazo por motivos económicos y enfrentan así problemas de infertilidad crecientes.

Y luego, cuando por fin lo consiguen, se sienten obligadas a ser perfectas madres y perfectas profesionales bajo unos estándares imposibles de alcanzar.

“El ideal materno oscila entre la madre sacrificada, al servicio de la familia y las criaturas, y la superwoman capaz de llegar a todo compaginando trabajo y crianza”, asegura la periodista Esther Vivas en su libro Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad.

Mientras tanto, el feminismo –el mayor movimiento por la lucha de los derechos de la mujer de los últimos siglos– ha mantenido una relación tensa con la maternidad desde que el movimiento centrara sus reivindicaciones en los derechos reproductivos en los años 60.

Ahora, voces feministas aseguran que la necesidad de repensar la maternidad desde una óptica feminista es urgente debido a la crisis de los sistemas de bienestar, la mercantilización de la vida y la transformación del rol que juega la mujer en la sociedad.

Madres bajo presión

En el manifiesto Motherhood, Eliane Glaser, escritora e investigadora en la School of Advanced Study de Londres, denuncia la presión a la que la sociedad somete a las madres y asegura que la maternidad es “el asunto pendiente del feminismo”.

En la reivindicación de la necesidad de que el feminismo forme su discurso propio sobre la maternidad confluyen corrientes totalmente diferentes del movimiento, desde feministas provida hasta activistas marxistas, que llegan a análisis muy similares.

Una de esas voces es Erika Bachiochi, investigadora en el Ethics and Public Policy Center y en el Abigail Adams Institute.

En su nuevo libro The Rights of Women: Reclaiming a Lost Vision, Bachiochi asegura que, en sus orígenes, el feminismo abogaba por la maternidad de una forma totalmente diferente a la actual y toma como referente la filosofía de Mary Wollstonecraft en su obra fundacional del feminismo, Vindicación de los derechos de la mujer, para sentar las bases de un nuevo movimiento por los derechos de las mujeres, en el que estarían incluidas las demandas de la maternidad.

Una relación complicada

En los orígenes del movimiento feminista nunca estuvo el rechazo a la maternidad. El feminismo socialista y el sufragismo nunca cuestionaron el papel de las mujeres como madres.

“La maternidad era considerada una tarea central para la reproducción social y como tal era utilizada como argumento para reivindicar una serie de derechos para las mujeres, como el sufragio universal, el acceso a las actividades políticas y leyes protectoras del embarazo y la crianza”, señala Esther Vivas.

En cambio, las reivindicaciones de la segunda ola feminista –en torno a los años 60– se centraron en los derechos reproductivos y en que las mujeres pudieran desempeñarse profesionalmente en igualdad de condiciones con los hombres. En la práctica, este planteamiento hizo que el debate sobre la maternidad se limitara al aborto y a lo que las feministas llamaron “la desnaturalización de la maternidad”. Es decir, el rechazo de la maternidad como destino de la mujer.

“A lo largo de la última década, cuando las madres comenzaron a reclamar un feminismo para ellas, no se les concedió el mismo respeto o reconocimiento” (Andrea O’Reilly)

Las feministas promaternidad valoran los avances heredados, que derribaron el mito de que la mujer debía quedar relegada al espacio doméstico. Sin embargo, reconocen que el feminismo no supo resolver la cuenta pendiente que dejaba con la maternidad, al no querer afrontar las contradicciones y dilemas que implicaba, y la segunda ola dejó como legado un vacío para las madres.

“En otras palabras, la maternidad es vista como una institución que causa la opresión de las mujeres, y la solución feminista es evitar la maternidad tanto en la teoría como en la práctica”, explica Andrea O’Reilly, docente en la Escuela de Estudios sobre la Mujer de la Universidad de York y directora de la Asociación para la Investigación sobre la Maternidad.

En los años 90, la tercera ola feminista arrancó con la crítica a sus predecesoras de haberse centrado solo en la experiencia y las necesidades de mujeres blancas de clase media y haber dejado fuera a las mujeres negras, transexuales, lesbianas y pobres.

El reclamo de incluir las reivindicaciones de estos colectivos de mujeres da lugar a lo que se conoce como enfoque interseccional, que defiende que una mujer sufre múltiples discriminaciones dependiendo, no solo de su sexo, sino también de su orientación sexual, su situación socioeconómica o su raza.

Así, el feminismo ha ido incluyendo otras demandas, como las del ecologismo o las del movimiento queer, pero no supo hacer lo mismo con las madres. “A lo largo de la última década, cuando las madres comenzaron a reclamar un feminismo para ellas, no se les concedió el mismo respeto o reconocimiento”, señala O’Reilly, para quien “la mayoría de las veces, la reivindicación fue trivializada, menospreciada y ridiculizada”.

La verdadera brecha

El confinamiento por la pandemia de covid-19 puso de manifiesto que las mujeres siguen encargándose de la mayor parte del cuidado doméstico y de compaginar la vida profesional con la educación de los hijos.

En definitiva, la crisis sacó a la luz lo que las mujeres ya sabían, según subraya Glaser: “La falta de un sistema de respaldo estructurado para las madres y la fragilidad de su ocupación diaria”.

La tesis de todas las voces que claman por repensar la maternidad es que los progresos en feminismo no han hecho más fácil el trabajo de ser madre. “Tras décadas de avances sociales y campañas feministas, la maternidad sigue siendo mucho más difícil de lo que debería ser”, afirma Glaser.

Uno de los principales problemas es que, al reducir la lucha feminista por la maternidad al derecho a seguir o no adelante con un embarazo, las mujeres se han encontrado sin apoyos cuando finalmente deciden que sí quieren tener hijos.

La maternidad termina siendo considerada como la asunción privada de una carga que solo les corresponde a ellas, considera Bachiochi. Tal vez lemas como “nosotras parimos, nosotras decidimos” acaben teniendo como efecto no previsto por el feminismo una suerte de “ya has decidido, ahora lidia tú con las consecuencias”.

“Tras décadas de avances sociales y campañas feministas, la maternidad sigue siendo mucho más difícil de lo que debería ser” (Eliane Glaser)

Glaser afirma que “la forma en que se organiza la maternidad hoy en día es una barbaridad que sería claramente visible si no pensáramos que es un trabajo individual de las madres ocuparse de conseguir llegar a todo”.

Para las feministas, es revelador que los avances en feminismo parecen toparse con una barrera cuando las mujeres deciden ser madres. Es lo que algunas de estas voces han llamado “la brecha de la maternidad”.

“Aunque el ‘techo de cristal’ sigue existiendo en el trabajo, la mayoría de los académicos afirman que es el muro materno el que impide y dificulta el progreso de la mayoría de las mujeres profesionales”, asegura O’Reilly.

La situación está obligando plantear si la obsesión por la igualdad no ha llevado a dejar de lado aspectos específicos de la mujer que deberían ser abordados con respeto a las diferencias que suponen frente a los hombres. Es lo que Erika Bachiochi llama “la contribución asimétrica a la reproducción”.

Bachiochi señala que la sociedad debe asumir “la difícil tarea de tratar a las mujeres y a los hombres por igual ante la ley y, al mismo tiempo, vivir de acuerdo con sus diferencias biológicas y reproductivas”.

Es decir, la sociedad tiene que aprender a tratar a las mujeres con equidad tanto en la esfera pública como en la privada, a la vez que hace justicia a la realidad evidente de que ellas pueden quedarse embarazadas, y los hombres no. Y que ellas son las que pueden dar de mamar, y los hombres no. Y que ellas son las que han de recuperarse del parto, y los hombres no.

“A pesar de todos sus avances, al mundo desarrollado del siglo XXI no se le da muy bien el cuidado de las madres”, concluye Glaser, que denuncia, como el resto de las feministas, que esto hace que el mejor cuidado posible de los hijos solo sea viable en las familias de mayor nivel socioeconómico.

La maternidad, relegada a asunto privado

Otro punto en el que coinciden todas estas pensadoras es que la relegación de la maternidad a la categoría de asunto privado ha sido fomentada por el capitalismo radical.

Actualmente, grandes multinacionales como Google, Apple o Uber ofrecen a sus empleadas la posibilidad de congelar sus óvulos para que puedan ser madres más adelante sin perjuicio de su carrera profesional.

“¿Qué mensaje se manda a las empleadas? ¿Que es mejor retrasar la maternidad para poder ascender profesionalmente? ¿Que su trabajo es incompatible con tener criaturas? ¿No sería más lógico invertir en conciliar maternidad y empleo?”, reflexiona Vivas.

Las feministas denuncian que la maternidad se ha inscrito en la lógica del mercado, y las políticas que se llevan a cabo desde los partidos, independientemente de su signo, y desde la empresa privada están orientadas a maximizar la productividad de la mujer en su puesto laboral. Lo principal no es garantizar el cuidado de los niños en el hogar, sino una reincorporación rápida al trabajo de las madres.

Así se refuerza el estigma de la maternidad como un freno para el desarrollo profesional y se desprecia su aportación social, política y económica, como subraya Vivas, quien asegura que esto provoca la renuncia a crear un paradigma alternativo que coloque los cuidados en el centro.

“El problema no es la maternidad, sino un sistema socioeconómico que da la espalda a la crianza y al cuidado” (Esther Vivas)

Además, estas pensadoras denuncian que el acceso al mercado laboral no ha sido la vía de emancipación que prometía ser para la mujer. Desde su pensamiento marxista, la activista Silvia Federici asegura que “el trabajo no ha emancipado a las mujeres (ni a nadie)”.

“Han adquirido autonomía frente al hombre, pero no frente al capital”, señala Federici, quien asegura que las organizaciones capitalistas han intervenido en la agenda feminista para promover sus intereses.

En definitiva, aunque la presencia de la mujer en el mundo laboral ha sido asegurada (y esto no hay que menospreciarlo), la sociedad no ha atendido los verdaderos deseos de las madres: poder tener hijos antes; tener más hijos (las mujeres citan motivos económicos como primera causa para no tener los hijos que desean); poder pasar más tiempo cuidando de los pequeños, especialmente durante el primer año de vida; y más flexibilidad.

Es decir, no es que las mujeres quieran quedarse en casa (aunque algunas querrán); lo que no quieren es que su desarrollo profesional implique sacrificar sus aspiraciones familiares o someterlas a unas condiciones incompatibles con los cuidados.

“El problema no es la maternidad, sino un sistema socioeconómico que da la espalda a la crianza y al cuidado, el cual niega que somos seres interdependientes”, reflexiona Vivas.

En esa misma línea argumental, Bachiochi aboga por una economía al servicio de las familias, y no al revés.

Voces diferentes

No todo son consensos en esta nueva lucha por encontrarle a la maternidad un hueco propio dentro de la lucha por los derechos de la mujer.

La mayoría de las feministas siguen considerando el aborto como un derecho fundamental, mientras que el feminismo provida asegura que está en la raíz del problema del conflicto entre feminismo y maternidad.

Bachiochi, quien en su día fue defensora del aborto, señala ahora que el movimiento por los derechos de las mujeres abandonó la maternidad a su suerte “el día en que abrazó de todo corazón el aborto como remedio y como la condición sine qua non de la libertad y la igualdad de las mujeres”. Su tesis es que el aborto ha contribuido a identificar la maternidad como un lastre para la mujer, que debe ser eliminado, y ha impedido el reconocimiento por parte del mundo empresarial de que la mayoría de las personas trabajadoras están profundamente marcadas por sus obligaciones familiares y por los cuidados de los dependientes.

Otras posturas, como la de Silvia Federici, incluyen el salario para remunerar el trabajo en el hogar como parte de sus demandas, frente a acusaciones de otras feministas que consideran que es una medida que institucionaliza a las mujeres en casa.

Incorporar la maternidad al debate público

¿Cuál es, entonces, la solución? Para Bachiochi, la clave está en el relevo en el Tribunal Supremo de Estados Unidos cuando Amy Coney Barrett, casada y madre de 7 hijos, ocupó la vacante dejada por la juez Ruth Bader Ginsburg tras su fallecimiento.

Bachiochi admira la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres de Ruth Bader Ginsburg, pero considera que se equivocó al centrarse en el aborto y al reivindicar la autonomía como principal valor para la ciudadanía.

Sin negar las aportaciones de Ginsburg, Bachiochi ve la sucesión de Barrett como una metáfora del nuevo feminismo, que pondría en el centro la dependencia y los cuidados y la necesidad de una responsabilidad compartida para sacar adelante a las familias.

No todas las voces comparten la visión antiabortista de Bachiochi, pero sí la idea de que la sociedad tiene que asumir su responsabilidad y dejar de poner toda la carga en las madres.

“Si nuestra sociedad valorara mejor el cuidado de personas, quizás los hombres lo harían más, y veríamos una mayor equidad tanto en el hogar como en el trabajo” (Erika Bachiochi)

“Es hora de que dejemos de pedir a las mujeres que salven la distancia entre los objetivos vitales razonables y las limitaciones biológicas y sociales, y reconozcamos que se trata de una responsabilidad social y política integral”, señala Glaser.

Otro punto en el que coinciden las feministas promaternidad es que la responsabilidad compartida comienza en el propio hogar y necesita la implicación masculina, sin menospreciar las diferencias biológicas que hacen que no todos puedan hacer exactamente lo mismo en todos los momentos de la crianza.

“Si nuestra sociedad valorara mejor el cuidado de personas, quizás los hombres lo harían más, y veríamos una mayor equidad tanto en el hogar como en el trabajo”, asegura Bachiochi.

Transformar la sociedad para que ponga los cuidados en su centro pasa también por una nueva forma de hacer política, lo que implica un liderazgo femenino concreto que la senadora italiana Paola Binetti ha llamado “maternidad política” en su nuevo libro Nuevos modelos de liderazgo femenino: entre viejos y nuevos feminismos.

“El liderazgo femenino es un liderazgo para el cambio o no lo es”, sostiene Binetti, quien asegura que las mujeres tienen que entrar en la vida política como mujeres, no como hombres, para que haya verdaderas transformaciones.

En definitiva, para Bachiochi, el movimiento feminista actual ha sido más lento en reconocer que los derechos abstractos solo llevan a las mujeres hasta un cierto punto de progreso. La presión es hoy insostenible para las mujeres embarazadas y las familias, “las mismas personas a las que las futuras generaciones deberán su existencia y bienestar”, sentencia Bachiochi.

O’Reilly subraya que la realidad es que la mayoría de las mujeres son madres y que esa maternidad es fundamental para su forma de ver y vivir el mundo, por lo que sería un error para el feminismo no recoger sus reivindicaciones.

El debate que plantean estas intelectuales es un envite al feminismo y a la sociedad en general para evitar que la maternidad y la participación de las mujeres en la vida económica y social sean un juego de suma cero.

Ana Zarzalejos Vicens
@ana_zarzalejos

Un comentario

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.