El impacto de la inmigración: verdades y mitos en el debate de nuestro tiempo

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¿Es la inmigración el tema de nuestro tiempo? Su predominancia en los debates electorales y el auge de los partidos con un discurso marcadamente antiinmigración parecen sugerir que es así. Por eso es importante no tergiversar los datos. Ni hacia un lado ni hacia el otro.

La migración es una conversación pública compleja porque en ella se mezclan cuestiones económicas, culturales, sociales y éticas. En su libro Los mitos de la inmigración: 22 falsos mantras sobre el tema que más divide, Hein de Haas, catedrático de Sociología en la Universidad de Amsterdam, se apoya en sus más de treinta años de investigación para desmontar mitos, tanto en el discurso proinmigración (del tipo “la inmigración beneficia a todas las clases sociales” o “revierte el envejecimiento demográfico”) como antiinmigración (por ejemplo, que “los inmigrantes no se integran”, “gastan más recursos de los que aportan”, o que hay una relación directa entre inmigración y delincuencia).

En su análisis, el catedrático consigue aclarar algunos de los puntos más controvertidos del fenómeno de la migración, sin rehuir sus complejidades y haciendo un llamamiento a que los políticos actúen sin populismo.

El problema de los datos

De Haas señala que, muchas veces, el primer problema al dimensionar los efectos reales de la migración es que los datos no están claros.

Algunos de los datos que sustentan los discursos proinmigración y antiinmigración están incompletos o descontextualizados

La principal distorsión se da en quién es el inmigrante ilegal, probablemente la figura más controvertida en el debate migratorio. En esto, De Haas es claro e insiste en la línea de lo que otros expertos ya han explicado: el inmigrante ilegal más habitual no es el que salta la valla o entra en patera, sino el que accede al país de manera legal con un visado o un permiso que, al expirar, le deja en una situación que se conoce como “irregularidad sobrevenida”.

Por un lado, denuncia De Haas, algunas ONG u organizaciones internacionales inflan las cifras para dar más dramatismo a la situación, cuando el crecimiento en número de inmigrantes puede deberse, por ejemplo, a un cambio de criterio en la recogida de los datos o en la categorización de lo que se considera un solicitante de asilo.

Por otro, los datos no siempre aparecen debidamente contextualizados. Por ejemplo, al medir la tasa de criminalidad entre inmigrantes, no se suele tener en cuenta que el grueso de esta población está formado por hombres jóvenes (que de por sí cometen más delitos). Lo mismo se puede decir respecto a factores como el nivel de estudios o de ingresos.

Así lo señala la investigadora Raquel Carrasco en el informe Algunas reflexiones sobre el fenómeno de la inmigración en España: Percepción social versus efectos reales, publicado por la Universidad Carlos III de Madrid y FEDEA (Fundación de Estudios de Economía Aplicada): “Para obtener conclusiones precisas y útiles desde el punto de vista de la política económica, es imprescindible comparar a inmigrantes y nativos que compartan características demográficas y ocupen puestos de trabajo similares”.

El impacto económico en el país de destino

En su libro, De Haas deja claras dos cosas: los migrantes se mueven por trabajo y los países occidentales necesitan mano de obra extranjera. Especialmente, para una serie de empleos que los nacionales rechazan: “los inmigrantes, por lo general, desempeñan tareas que los trabajadores nativos ya no pueden o no están dispuestos a realizar”. Así pues, lo de que la inmigración “roba” el trabajo a la población nacional es bastante matizable.

De hecho, el sociólogo relata que los programas para contratar autóctonos, como por ejemplo el que Reino Unido puso en marcha en 2003 para ayudar a trabajadores desempleados a encontrar trabajos en el sector de la horticultura priorizándolos por encima de los trabajadores inmigrantes, han sido un fracaso.

Por otro lado, la idea de que los inmigrantes roban trabajos se apoya en la errónea presunción de que la demanda de mano de obra es fija e independiente de la migración. Por el contrario, De Haas explica que cuando los inmigrantes cubren determinados empleos, eso hace crecer los negocios y puede estimular la contratación.

En sentido general, tampoco es cierto que los inmigrantes tiendan a reducir los salarios o el número de horas trabajadas del esto de la población, aunque sí en algunos segmentos concretos –como los trabajadores más jóvenes, otros inmigrantes ilegales llegados con anterioridad o nacionales con bajo nivel de estudios–, puesto que estos grupos tienden a trabajar en los mismos sectores que los recién llegados. Así lo recoge un informe publicado en 2017 por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, que resumía un gran corpus de evidencia sobre el impacto económico de la migración en Estados Unidos.

En conjunto, la evidencia señala que la inmigración no conlleva la disminución salarial de la mayoría de los trabajadores, pero sí la del 10 por ciento de asalariados que se encuentran en la zona más baja de la tabla.

¿Los inmigrantes “chupan del bote”?

En cuanto a las consecuencias sobre el sistema de bienestar, se tiende a pensar que los inmigrantes tienen acceso a ayudas preferenciales costeadas con los impuestos de los nativos.

“Si hablamos, por ejemplo, del acceso a prestaciones por desempleo, los inmigrantes tienen una menor probabilidad de recibir estas ayudas en comparación con los nativos, debido principalmente a su menor antigüedad en el país y, por ende, a su falta de contribuciones suficientes al sistema de seguridad social”, señala el informe de Raquel Carrasco.

La integración de los inmigrantes es, en general, exitosa, y la posibilidad de obtener la ciudadanía es el mejor incentivo

En el caso concreto de los inmigrantes ilegales, son el grupo social que menos probabilidades tiene de hacer uso de ningún tipo de prestación y servicio público. En primer lugar, porque no tienen acceso a las prestaciones debido a su estatus irregular. En segundo lugar, porque el miedo a la deportación les mantiene alejados de cualquier sistema, tanto sanitario como policial, que pudiera detectarlos.

En cuanto a la aportación de los inmigrantes a las arcas públicas, un estudio llevado a cabo por los economistas Christian Dustmann y Tommaso Frattini sobre el impacto fiscal de la migración en Reino Unido constató que, en el caso de los inmigrantes que han llegado desde el año 2000, este fue positivo, tanto en el caso de los trabajadores más cualificados como entre los de menor cualificación, y que los inmigrantes del este y del centro de Europa pagan más impuestos que beneficios utilizan.

Como dice De Haas, “lo irónico del caso es que la categoría de inmigrante más vilipendiada de todas –la del migrante ilegal– tiende a ser la mayor contribuyente neta de los Estados”.

¿Integración o segregación?

Los números no son todo y, mucho menos, los números de fenómenos macro. Lo que ocurre a nivel local en materia de convivencia social y de impacto cultural es igual de importante cuando hablamos de migración.

Ante la crítica de que los inmigrantes no se integran, De Haas subraya que “los problemas iniciales suelen ser transitorios, pues las evidencias muestran que la mayoría han mostrado un éxito notable a la hora de salir adelante por sus propios medios al cabo de una o dos generaciones, a través de la educación y del trabajo duro. Cuando se observa el rendimiento de los hijos y los nietos de los inmigrantes en cuanto a dominio de la lengua, educación, empleo e ingresos, los progresos han sido impresionantes”.

Sin embargo, De Haas advierte de que este proceso no ocurre de manera espontánea: la clave es el empleo, la educación y la vivienda. Y no hay nada que funcione como mayor incentivo a la integración que la posibilidad de obtener la ciudadanía: la evidencia demuestra que cuando esto está en el horizonte, la integración es mucho más rápida.

En contrapartida, lo más peligroso es el limbo legal. Mantener a un inmigrante o solicitante de asilo en una situación administrativa que le impida trabajar es un gran factor de riesgo.

El sociólogo se muestra también claramente crítico con la noción de multiculturalidad que se ha extendido y cómo esta puede amenazar la integración al mantener el esquema “ellos” y “nosotros”. En concreto, denuncia que alentar de forma activa a los inmigrantes a mantener su propia identidad, cultura, lengua y religión es una manera de impedir su asimilación. De Haas advierte de la necesidad de que, más allá de particularidades, se trabaje por instaurar un sentido de identidad común que trascienda las individualidades.

La población inmigrante tiene una tasa de criminalidad mayor, pero factores como el sexo, la edad o el estatus económico y educativo mitigan esa relación

Otra percepción es que la inmigración provoca segregación, pero, de nuevo, los datos de De Haas señalan que, aunque hay excepciones, el nivel de segregación no es alarmante.

Además, tiene más que ver con una equivocada política de urbanismo que construye zonas de viviendas de mala calidad en áreas alejadas del centro y sin posibilidades de vida comunitaria, adonde los autóctonos no quieren ir a vivir.

Inmigración y delincuencia

Todo lo anterior es relevante para la cuestión más delicada cuando se trata de migración: ¿aumentan los inmigrantes la criminalidad?

Como explica Raquel Carrasco, “según las estadísticas de condenados por delito, el 74% de los condenados corresponde a ciudadanos nativos y el 26% a inmigrantes. Al considerar el tamaño poblacional de ambos grupos, la tasa de condenados entre inmigrantes es significativamente mayor, casi duplicando la de los nativos”.

De Haas señala que, efectivamente, algunos grupos de inmigrantes están representados en las estadísticas sobre delincuencia, pero explica que la recogida de los datos es vital para comprender bien por qué ocurre esto. El fenómeno, según el sociólogo, tiene más que ver con la marginalidad que con la nacionalidad.

Así lo confirma también el informe de Carrasco: “La evidencia sugiere que, aunque las tasas de criminalidad son relativamente más altas entre los inmigrantes en comparación con los nativos, este fenómeno puede explicarse en gran medida por factores sociodemográficos y contextuales. Más que un vínculo directo entre inmigración y delincuencia, los datos reflejan la importancia de abordar los factores subyacentes, como la integración, el acceso a oportunidades económicas y la eliminación de barreras estructurales”.

Las segundas generaciones, más problemáticas

Sin embargo, el panorama cambia cuando se trata de las segundas generaciones, reconoce De Haas: “Mientras que la primera generación de inmigrantes se ve menos implicada en la comisión de delitos violentos, la imagen varia si nos fijamos en la segunda generación”.

Esto se produce por lo que los sociólogos Min Zhou y Alejandro Portes han denominado “asimilación descendiente”, que afecta principalmente a los hijos de trabajadores migrantes poco cualificados que no consiguen progresar por una mezcla de discriminación, pobreza y segregación. Esto genera una subcultura de jóvenes conflictivos que intentan hacer carrera alternativa en el mundo delictivo o se entregan al fundamentalismo religioso.

Un estudio llevado a cabo por Portes muestra que los jóvenes mexicanos y caribeños de segunda generación tenían más probabilidades de acabar encarcelados. En cambio, un mayor nivel educativo de los padres y una mayor cohesión comunitaria parecen explicar los bajos índices entre los jóvenes chinos, coreanos, filipinos y cubanos-americanos.

Por tanto, la evidencia tiende a señalar que no es la categoría de inmigrante la que resulta esencial en la relación con la criminalidad, sino la vulnerabilidad, exacerbada por malas políticas.

Quizá el mejor ejemplo de qué pasa cuando todo se plantea de manera incorrecta es Suecia, cuyos políticos han copado titulares por lamentarse de haber permitido una política laxa en materia de migración.

Ardavan Khoshnood, investigador en criminología de la Universidad de Lund, señala que “hay una conexión entre la inmigración y la violencia de las pandillas y la relación es que muchos de los miembros son nacidos en Suecia de padres inmigrantes”.

Teniendo en cuenta este contexto, De Haas es cuidadoso a la hora de sopesar si la inmigración es beneficiosa para todos. Su respuesta es que no porque, económicamente, son solo las élites las que se benefician de la mano de obra barata.

En cambio, las clases media y baja, que conviven a diario con la realidad de la migración, son las que sufren el impacto sin ver los beneficios directos a corto plazo, y las que, cuando surgen tensiones, se sienten abandonadas por la clase política.

“Centrarse solamente en los efectos económicos de la inmigración puede llevar a pasar por alto que esta puede resultar especialmente perturbadora en los estilos de vida locales que ya existen. Y mucho más porque las élites casi nunca viven en los mismos barrios ni trabajan en los mismos lugares que los trabajadores inmigrantes poco cualificados”, advierte el investigador.

Las políticas orientadas a disminuir la polarización y a establecer espacios de convivencia comunitarios, como los colegios, se han demostrado especialmente efectivas. Sobre todo, cuando se realizan con las siguientes generaciones durante la infancia.

El papel de los políticos

En definitiva, como señalan estudios de la OCDE, para que la inmigración tenga un impacto duradero y positivo, debe estar acompañada de políticas de integración adecuadas que permitan a los inmigrantes acceder a empleos de calidad y contribuir plenamente al desarrollo económico y social de su país de acogida.

Los políticos deben dejar de lado las consignas falsas y centrarse en las medidas que funcionan, como el establecimiento de canales legales de entrada al país para ocupar puestos de empleo o programas de formación.

Decir que no necesitamos mano de obra o que los inmigrantes roban salarios y erosionan el sistema de bienestar no está sustentado en datos. Por otro lado, anunciar más dureza en la frontera o asegurar que la inmigración no produce tensiones en la convivencia es mentir sobre la naturaleza real de cómo funciona el fenómeno migratorio y descargar la responsabilidad en quien no la tiene.

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