Con los ojos fijos en la pantalla, no sea que un desliz haga saltar el “game over”, el joven mueve con habilidad los mandos. Solo los suelta para ir a la nevera, coger una lata, abrirla –¡clas!– y tomársela. Va por la tercera. Sus padres le advierten que es demasiado, pero tampoco se alarman: no es alcohol. Es “solo” una bebida energizante… Si acaso, estará más espabilado que de costumbre, y “total, mañana es sábado…”.
Mañana no irá a clase, pero el lunes sí, y allí estará somnoliento –o se dormirá– por haberse quedado en vigilia también durante equis horas de la madrugada previa, engañando al cerebro a base de cafeína pura. O quizás llevará consigo otro de esos refrescos, se lo beberá y hará como que atiende al profesor, o se pondrá eufórico y la liará…
En varios países están sonando las alarmas por la moda de los refrescos con altas dosis de cafeína. “El hábito de las bebidas energéticas entre los adolescentes aumenta la ansiedad, provoca interrupciones en las clases y desencadena convulsiones”, titula uno de sus reportajes el Wall Street Journal. “Los jóvenes se quedan despiertos hasta tarde, consumen cafeína en exceso y les da un bajón durante las horas de clase”, añade.
El consumo diario de cafeína no debe sobrepasar los 400 mg para ser considerado seguro
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El diario ofrece varias historias, como la de una chica de Missouri que empezó a beber refrescos energizantes hace dos años. Según dijo, solía hacer deberes escolares hasta las 3 de la madrugada y se levantaba a las 7.30, por lo que durante el día se bebía dos latas de Alani Nu, cada una de 335 mL y con 200 mg de cafeína, y a la noche tomaba píldoras de la sustancia. En total, consumía diariamente más de 1.000 mg.
En efecto, iba algo pasada. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) señala que el límite considerado seguro es de hasta 400 mg de cafeína por día. No es para sacar la calculadora cada vez que uno va a tomarse una taza de café, pero la agencia ofrece algunos datos para reconocer cuándo se está en la frontera: una taza de té contiene 50 mg; un refresco de cola, 40 mg, y un espresso, 80 mg (en 60 mL).
Según precisa, también una bebida energética tendría en promedio unos 80 mg de cafeína en un envase de 250 mL. Solo que si vamos a las webs de algunos de esos productos leemos cantidades mayores. Los 500 mL de una lata de Monster Energy, por ejemplo, concentran 180 mg de cafeína –el volumen del recipiente es el doble que el estándar de la EFSA, pero la concentración de la sustancia es más del doble–. También hay 180 mg en las latas de NOCCO BCAA, pero en envases de 330 mL, mientras que Reign Inferno Red Dragon tiene 300 mg en latas de 500 mL.
Claro que quien, además de estar bien despierto, quiera tener músculos como los de los modelos que anuncian Reign, no dejará ni gota: 300 mg de cafeína para adentro, y al gym. Con una o dos latas más, no pegará ojo y creerá poder derribar a Godzilla. O tendrá convulsiones y terminará en el hospital. De hecho, un resumen de los CDC de EE.UU. sobre el tema señala que, en 2011, 1.499 chicos norteamericanos de entre 12 y 17 años acudieron a una sala de Urgencias por un incidente de salud relacionado con las bebidas energéticas.
Bebida “para hombres”
El consumo de estas bebidas a edades tan tempranas es ya tendencia al alza en muchos sitios. Lo constató un reciente metaestudio sobre el tema (Ajibo et al., 2024), realizado por un equipo de varias instituciones británicas. Los expertos acopiaron datos de 57 investigaciones desarrolladas en Europa, América del Norte, Asia central, Oriente Medio, África del Norte y el área del Pacífico, y examinaron, entre otros factores, las causas de la ingesta, la frecuencia del consumo, la diferencia en esto según los sexos, la actitud de las autoridades de varios países hacia el fenómeno, etc.
Según explican, el consumo de las bebidas energéticas ha crecido exponencialmente desde la aparición de estos productos en 1987: si en 2020 su comercialización ya generaba más de 45.000 millones de dólares a nivel global, la previsión es que crezca un 8,2% anual hasta 2031, cuando sobrepasará los 108.000 millones de dólares.
“Los estudios han hallado que las bebidas energéticas se consideran más como una ‘bebida para hombres’ y que la publicidad está dirigida a los hombres jóvenes”
Los consumidores de 2031 ya están aquí, casi garantizados, formándose el hábito. En España, según el informe ESTUDES 2023, los estudiantes de 14 a 18 años que dijeron haber tomado bebidas de este tipo en el mes anterior pasaron del 40,4% en 2014 a casi el 48% el pasado año. En EE.UU., entretanto, la Academia Estadounidense de Pediatría reportaba en diciembre de 2023 que entre el 30% y el 50% de los adolescentes de ese país decían haber consumido estos refrescos, y un informe del gobierno escocés, con cifras de todo el Reino Unido, revela que hasta el 11% de la población de 10 a 17 años consume bebidas energizantes diariamente. El texto cita otros sondeos que indican que el 69% de los adolescentes y el 24% de los niños británicos habían consumido al menos una bebida energizante en el último año, cifras ligeramente mayores que las registradas a nivel de la UE (68% y 18%, respectivamente).
¿Consumen más ellos o ellas? Según un estudio de la Universidad de Massey, en Nueva Zelanda, van bastante a la par en cuanto a ingesta de cafeína, pero mientras ellas la toman del té, ellos lo hacen de los refrescos energizantes; una observación que concuerda con lo reflejado en estudios de EE.UU., Canadá y Polonia.
“Los chicos –señalan los investigadores neozelandeses– tienen 2,18 veces más probabilidades de consumir bebidas energéticas que las chicas, lo que puede estar relacionado con la forma en que se comercializan estos productos, pues los estudios han hallado que las bebidas energéticas se consideran más como una ‘bebida para hombres’ y que la publicidad está dirigida a los hombres jóvenes”.
Menor rendimiento académico
Para los “muy jóvenes” –en los rangos de edad antes mencionados–, tanta cafeína supone problemas.
La Dra. Carmen Rubio, catedrática de Toxicología y miembro del Grupo de Investigación en Toxicología Ambiental y Seguridad de los Alimentos y Medicamentos, de la Universidad de La Laguna, refiere a Aceprensa que el consumo excesivo de cafeína “puede generar, primeramente, efectos a nivel del sistema cardiovascular y provocar taquicardias. En segundo lugar, a nivel del sistema nervioso central, ocasiona insomnio, alteraciones del sueño. Eso significa que se concilia el sueño más tarde y que la calidad de este es peor. Por último, esta alteración y el menor descanso se relacionan, en la población adolescente y escolarizada, con un menor rendimiento escolar. Hay un fracaso escolar asociado al consumo de estas bebidas entre los consumidores abusivos”.
Precisamente los autores del metaestudio británico refieren que, de los 10 estudios que exploraron los resultados académicos de los jóvenes consumidores, la mayoría concluyó que estos tenían más probabilidades de mostrar un bajo rendimiento y peores notas que quienes no probaban esos refrescos.
Pudiera haber una relación. Laura Ortiz, profesora de Inglés en un instituto madrileño, ha constatado –como muchos de sus colegas– “un declive clarísimo” de unos cursos para acá en el nivel de aprendizaje y una menor atención durante las clases, pero no había establecido una relación con el consumo de cafeína. “Lo achacamos más a las redes sociales y el uso de pantallas”, señala. Nos dice, además, haber advertido una de las tendencias antes mencionadas –“me da la sensación de que la mayoría de los consumidores son masculinos”–, y recuerda que, durante el viaje de fin de curso a Londres, en mayo, algunos de sus estudiantes tomaron bastantes de estas bebidas, algo que entonces percibió como una consecuencia de la ausencia temporal de los padres.
Tampoco para José Rodríguez, profesor de Lengua e Historia, también en Madrid, está claro el nexo directo: “Honestamente, hoy en día resulta complicado distinguir qué repercusiones son consecuencia del consumo de bebidas energéticas, del exceso de uso del móvil, de la falta de sueño o de la adicción a la pornografía. De todas formas, cada vez es más habitual que muchos de estos factores se den al mismo tiempo en un alumno”. Sí ha observado, no obstante, cómo se han popularizado las bebidas energéticas entre sus estudiantes: “En los últimos seis años ha crecido –como una moda– la tendencia de consumirlas, sobre todo las de marcas como Monster o Eneryeti”.
Lo que más les atrae, según le han confesado, es el sabor. No son conscientes –dice–, por el aspecto inofensivo del producto, de que puede abocarlos a una adicción: “No asocian este consumo a un hábito que afecte a su salud, o por lo menos no de forma tan clara como lo hacen el alcohol o el tabaco”.
También Ignacio, que imparte varias asignaturas humanísticas a estudiantes de entre 12 y 18 años, ha estado observando la tendencia y se ha interesado: “Cuando hemos hablado del tema, todos me decían que la consumían porque les ayudaba a mantenerse despiertos y los activaba de alguna manera. Ha llegado al punto de convertirse en una bebida habitual más para ellos, igual que un refresco. Al estar en plena adolescencia y en proceso de autoconocimiento, entiendo su curiosidad y su deseo de probar cosas nuevas y buscar nuevos estímulos. El problema viene cuando lo hacen bajo el lema ‘yo controlo’. Ahí es donde habría que poner la lupa y ver quién controla a quién”.
Y el alcohol entra en escena …
Pudiera parecer excesivo hablar de conducta adictiva cuando de lo que se trata es de beberse un par de refrescos. A simple vista, esto es “nada” comparado con otros hábitos perjudiciales. Los que saben de adicciones, sin embargo, tienen otra opinión.
“Ninguna adicción es más importante que otra –apunta la Dra. Rubio–. En drogodependencia, cualquier adicción es igual de relevante. Es cierto que las bebidas energéticas son un problema nuevo, un riesgo emergente. Hay, por ejemplo, una combinación del consumo de estas bebidas con alcohol. Son nuevas tendencias y se debe profundizar más en su conocimiento, porque no tenemos tantos datos de lo que ocurre a largo plazo y, además, todo depende del comportamiento del consumidor”.
La combinación de bebidas energéticas con alcohol se relaciona, en las edades jóvenes, con una mayor probabilidad de verse envuelto en reyertas y en siniestros de tráfico
A propósito de la mezcla, ¿atenuaría esta la posibilidad de episodios de embriaguez o solo disfrazaría los efectos del alcohol? “Disfrazaría la embriaguez –asegura la experta–. El uso combinado posiblemente potencie o aumente el consumo de más alcohol, porque mantiene al individuo despierto y le permite consumir más cantidad de alcohol durante más horas. [La bebida energética] combate la sedación derivada del alcohol”.
Sobre esta variante de consumo, el metaestudio británico aporta algunos datos: la mencionada combinación se relaciona, en las edades jóvenes, con una mayor probabilidad de sufrir daños accidentales y de verse envuelto en reyertas y en siniestros de tráfico.
En todo caso, más allá de la caja de Pandora que puede abrir la mezcla de sustancias, la toxicóloga insiste en que habría que educar al consumidor para que haga un uso moderado y responsable de estas bebidas. Y además, acotar su publicidad.
“Cuando estuve en el comité científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria ya emitimos el primer informe sobre las bebidas energéticas. Apostamos y recomendamos entonces que se regulara la publicidad y el marketing de estas bebidas, sobre todo cuando van dirigidos a colectivos vulnerables. Y cuando hablamos de vulnerables, hablamos de menores de edad, de adolescentes. No debe haber promoción”.
De momento, a lo que se ve en pantalla, poco caso. Algún refresco sigue prometiéndonos a todos –también a los más jóvenes– que nos dará “alas”. Solo que no nos explica cómo aterrizar sin daño.