Cuando un periodista de la televisión rusa le preguntó meses atrás al presidente Putin quién era su favorito para los comicios del 5 de noviembre en EE.UU., el inquilino del Kremlin respondió, en una maniobra de distracción muy poco ingeniosa, que Kamala Harris, dada su “risa contagiosa”.
A esta hora, se ve que los votantes norteamericanos han terminado ignorando los “sinceros” deseos del mandatario ruso (sobre el que volveremos): el republicano Donald Trump ha ganado el voto popular, con fuerte respaldo entre la clase obrera y en de las zonas rurales; se ha asegurado 277 votos compromisarios (se necesitaban 270), y se convertirá en el segundo presidente que gana dos mandatos no consecutivos. En la Cámara de Representantes, el conteo sigue a su favor (199 vs. 178, y hay que traspasar los 218), y en el Senado, ya tiene 52 curules, dos más que los necesarios para hacer expedito el trámite de toda propuesta de ley que transite por allí rumbo a la firma presidencial.
Los altos precios de la vivienda y la abrupta subida del coste de la vida en los últimos años han desatado las críticas contra la gestión económica de Biden
El entusiasmo demócrata con Harris –“¡Ahora sí! Las mujeres se han movilizado por ella. ¡Hasta los republicanos de toda la vida le han dado la espalda a Trump y la publicidad de Kamala está por todas partes incluso aquí!”, me comentaba jubiloso un buen amigo, funcionario de la administración en Miami– no pudo más que las preocupaciones de los estadounidenses respecto a algunos índices económicos que el equipo Biden-Harris no logró finalmente enrumbar.
En un artículo de días atrás, J. Arnal y F. Steinberg, investigadores del Real Instituto Elcano, detallaban la situación como muy favorable al empleo, pero detectaban problemas en otras variables: “Aunque los números macroeconómicos son envidiables (crecimiento en torno al 3%, inflación de 2,5% y desempleo del 4,2%), las rápidas subidas de precios de los últimos dos años y el alto coste de la vivienda, las hipotecas, la sanidad, las guarderías y lo que en España llamamos ‘dependencia’ han vuelto a los votantes críticos con la gestión económica de Biden. Además, la reciente escalada en los precios del petróleo causada por la guerra en Oriente Medio amenaza con traducirse en nuevas subidas en el precio de la gasolina”.
Conque, a semejanza de la frase que utilizó la campaña de William Clinton contra George Bush en 1992, “it’s the economy…!”, etcétera, los votantes han priorizado otras urgencias y no tanto el “derecho al aborto” del que hizo bandera Harris. Nuevamente los deseos no son exactamente la realidad ni se puede dar por sentado que las grandes masas de los mítines ni las mayorías de que hablan los medios son necesariamente tales. Cuando semanas atrás un joven le gritó a la candidata demócrata: “¡Jesús es el Señor!”, esta lo miró con condescendencia y lo invitó a irse a otro mitin, al final de la calle: el de los republicanos, donde se congregaban menos personas…
Y el martes 5 se vio que no: que eran más.
Promesas, promesas…
Durante todos los meses previos a la elección, la posibilidad de un Trump 2.0 concitó los temores y los preocupados cálculos de acreditados think tanks y aun de medios de prensa conservadores, como el Wall Street Journal.
En un editorial del 31 de octubre, el diario norteamericano lamentaba que hubiera ganado nuevamente la nominación republicana, no tanto por su desempeño en su primer período, en que mantuvo a raya a los enemigos de EE.UU., favoreció la fortaleza de la economía e hizo “nominaciones judiciales excelentes”, sino por su intento de anular el resultado de unas elecciones democráticas en enero de 2021. Ello –apuntaba– lo descalificaba para un segundo mandato.
Pero lo ha ganado. Ahora la cuestión es si puede hacer tabla rasa de todo lo que hereda de Biden en materia de política exterior, economía, migraciones, etc. Para algunos, es una posibilidad: señalan que el individuo que llegó al Despacho Oval en enero de 2017 se vio limitado en muchas de sus promesas más descabelladas por asesores serios del establishment, personal “técnico” que sabía apartarlo de los botones que no debía pulsar y respetar los límites que debía respetar, pero que en esta segunda vuelta se ha hecho rodear de más incondicionales sin mayor mérito que la fidelidad a ciegas. Según The Economist, “muchas de las personas sensatas y responsables que controlaron sus peores instintos durante su primer mandato” han sido reemplazadas ahora por aduladores y oportunistas.
Convendría algo de calma, pues sigue habiendo límites, entre ellos, la existencia de verdaderos contrapoderes a su actuación –los tribunales, las administraciones estaduales o municipales en manos demócratas– y la imposibilidad material de concretar varias de las promesas de campaña.
¿Un ejemplo? La de deportar a 12 millones de inmigrantes indocumentados. De momento, parece impracticable, bien por falta de infraestructura suficiente, bien por la ausencia de cooperación de las administraciones locales. Y ello sin contar el daño que haría a la economía, dada la ingente mano de obra de este tipo que se desempeña en mataderos, explotaciones agrícolas, obras en construcción…
Si, por una parte, amenaza con imponer aranceles del 20% a toda importación (y particularmente de hasta 60% a los productos chinos), ello implica que los norteamericanos deben poder obtener producciones locales más baratas…, pero eso solo es posible gracias a la labor de inmigrantes.
“Normalmente, si se elimina la mano de obra migrante, se intenta conseguir bienes del exterior. Y si se eliminan los bienes del exterior, se intenta conseguir mano de obra migrante. Si se eliminan ambos, es casi seguro que se generará inflación, o incluso estanflación”, explica a The Economist Adam Posen, investigador del Peterson Institute for International Economics. ¿Podrá la nueva administración resolver esta contradicción y “cumplir”, o dejará las deportaciones masivas y los gravámenes en el mismo limbo en que duerme desde 2017 el “muro pagado por México”?
Evitar “apaciguar” al oso
Volvamos ahora a Putin, a Europa y, en general, a algunos de los principales focos de atención exterior de la Casa Blanca.
En realidad, una nueva administración demócrata era lo que, en su fuero interno, menos deseaba el mandatario ruso: el continuado apoyo del gobierno de Biden y Harris a Ucrania en dinero y medios bélicos le ha salido carísimo a Moscú, donde resultará más sugestiva la promesa de Trump de acabar con la guerra en 24 horas, algo bastante difícil de concretar, a menos que signifique la rendición de Kiev y su resignación a perder territorio, además de que los aliados europeos de Washington queden a los pies de los caballos, solos, situación en la que no se han visto desde al menos 1938 ante Hitler.
Trump “se enfrentará a la perspectiva de tener que aumentar el apoyo militar a Ucrania” para obligar a Moscú a negociar
A casi tres años del zarpazo del oso a Ucrania, cabe decir que la imagen de Putin ha caído enteros a ojos de la opinión pública estadounidense, y no solo entre el electorado demócrata. Según explica Michael Cox, investigador del Chatham House, aunque la base popular del nuevo presidente preferiría un arreglo con Rusia para alcanzar la paz, el 88% de los norteamericanos afirma no tener ninguna confianza en el jefe del Kremlin, por lo que “cualquier acuerdo que Trump intente alcanzar con el líder ruso y que le conceda demasiado podría exponerlo a la acusación políticamente perjudicial de apaciguamiento”.
En su opinión, en caso de que al republicano no le sea posible arrancarle un acuerdo a Moscú, “se enfrentará a la perspectiva de tener que aumentar el apoyo militar a Ucrania, ya sea para asegurarse de que Putin no gane en el campo de batalla o, más probablemente, como una forma de ejercer más presión sobre el líder ruso para que se siente a la mesa. En cualquier caso, no hay un camino fácil por delante”.
Los europeos, ponerse las pilas
Respecto a Europa, en cuyo suelo tiene lugar la primera contienda imperialista desde la Segunda Guerra Mundial, no es difícil enterarse de en quién no tenía puestas sus esperanzas el 5 de noviembre.
La prensa europea de diverso signo no había disimulado sus temores respecto a lo que representaría una victoria del republicano. Para el diario conservador francés Le Monde, la sola presencia del que llamó “admirador de autócratas” como opción en las urnas ya era “una señal alarmante del colapso de sectores enteros del sistema político de los Estados Unidos”. Para The Economist, por su parte, si los estadounidenses convertían nuevamente a Trump en líder del mundo libre, estarían jugando irresponsablemente “con la economía, el Estado de derecho y la paz internacional”. Por ello, el influyente semanario británico editorializó categórico: “Si The Economist tuviera un voto, lo daríamos por Harris”. Visto lo visto, se advierte que el predicamento de ambas publicaciones entre el electorado norteamericano ha sido bastante modesto.
Tampoco Trump era la carta preferida en los palacios de gobierno europeos, máxime por la amenaza que alguna vez soltó en uno de sus mítines sobre cómo animaría a Rusia a atacar a los “miembros morosos” de la OTAN.
Lo interesante es que el republicano vuelve a Washington y Europa no está aún lista para hablarle con una sola voz. La investigadora Celia Belin, directora del think tank European Council on Foreign Relations, explicaba días atrás que, ganara quien ganara, los europeos tendrían ante sí a un Washington más “egoísta”, más preocupado por el temor a una escalada con Moscú, y que en su búsqueda de una solución negociada a la guerra en Ucrania podría pasar por alto los intereses de seguridad europeos, mucho más amenazados que los norteamericanos.
Para la experta, lo que vendrá en los próximos días y semanas es un desfile de políticos europeos por los pasillos de la Casa Blanca intentando ganarse el mayor apoyo posible para su respectivo país. “Pero este es un enfoque equivocado –asegura–. Diluye el poder colectivo de Europa, incluido el de la Unión Europea, y deja a los Estados miembros individuales expuestos a la presión de EE.UU.”. En su opinión, los europeos necesitan elaborar una estrategia colectiva para relacionarse con EE.UU. –¿quizás el “teléfono” por el que preguntaba Kissinger?–, una que perdure y que no esté al albur de lo que suceda allí un martes de noviembre cada cuatro años.
Parte esencial de esa estrategia es, por supuesto, la defensa. Según Belin, el progresivo cambio de prioridades que experimenta la política estadounidense debería hacer tomar nota a los miembros de la UE de que deben acometer sin dilación las necesarias inversiones en materia de seguridad, que deben redundar en una mayor tranquilidad dentro de las fronteras europeas y en capacidad para actuar con solvencia en el exterior cuando se requiera.
¿Lo de Gaza? También rápido
Otra región aun más candente donde esperan a un EE.UU. más decidido es Oriente Medio, marcado por los ataques terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023 y por la posterior implicación de Hizbolá e Irán en forma de reacción armada a las represalias israelíes en Gaza.
Si las relaciones de Biden con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu han sido frías, las que este ha mantenido con Trump han tenido altibajos. No así hace unas horas: una de las manifestaciones más entusiastas en reacción a la victoria del republicano ha sido precisamente la del líder israelí: “Su histórico regreso a la Casa Blanca representa un nuevo comienzo para EE.UU. y una renovación poderosa del compromiso con la gran alianza entre Israel y Estados Unidos. ¡Es una gran victoria!”.
Cabe recordar aquí que una de las pocas acciones armadas protagonizadas por EE.UU. durante el primer mandato de Trump –a sus seguidores les encanta repetir que “ha sido el primer presidente en muchas décadas que no nos metió en una guerra”– fue un ataque a mayor beneficio de Israel en enero de 2020: el asesinato del general Qasem Soleimani, jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, en Iraq.
Fue precisamente respecto a Irán que, en los días previos a la respuesta militar israelí por los ataques realizados por el régimen de los ayatolás en octubre pasado, cuando EE.UU. y la UE aconsejaban moderación a Netanyahu y le pedían que no bombardeara las instalaciones del programa nuclear de Teherán, que Trump lo instó a hacerlo justamente en esos sitios, allí donde se enriquece el uranio que, sin suficiente supervisión internacional, puede ser desviado hacia la fabricación del arma atómica. Una vez el republicano se siente en la Casa Blanca, Netanyahu se sentirá con deseos y con toda la libertad de hacer ejercicios de calentamiento.
En cuanto a la guerra en Gaza, Trump tiene palabras parecidas a las que repite sobre la de Ucrania: promete una rápida resolución…, pero no desvela cómo lo hará. Algunos expertos sugieren que la buena relación del estadounidense con varios de los jerarcas petroleros del Golfo Pérsico –que, a su vez, han mimado a Hamás durante décadas– puede mostrar el sendero.
No toma posesión hasta enero, cierto. Pero con seguridad en casi todos los palacios de gobierno del planeta hoy ha habido consejos de ministros, llamadas de cortesía a la embajada americana, felicitaciones postales, buenas palabras… por lo que pudiera venir.
Un comentario
Se le olvida comentar que con sólo que no haya sido elegida Kamala, el mundo puede respirar de una política asfixiante de muerte violentamente irrespetuosa y acientífica con la vida del ser humano a la que Kamala no solo defendía sino que la pretendía pontenciar exponencialmente. El peligro que se cernía con esa sospecha que abanderaba con energía Kamala era, de por sí, devantadora. Ese es y era el enorme peligro a nivel mundial.