Una portada de Der Spiegel, de noviembre de 2016, mostraba la rubicunda cabeza del recién electo presidente Donald Trump como un meteoro de fuego que se abalanzaría sobre la Tierra y que tendría efectos devastadores. Pero cuando en enero de 2021 el republicano se marchó –de mala gana, pero se fue– el planeta “todavía estaba ahí”.
En estos días, a pocas semanas de que el magnate regrese al Despacho Oval, vuelven los augurios apocalípticos, reforzados por sus anuncios de candidatos a ocupar puestos de gobierno. Ciertamente no tranquiliza saber que un secretario de Salud in pectore ha abjurado en el pasado de la eficacia de las vacunas y las ha relacionado con el autismo, o que el nominado a liderar el FBI ha dicho de la propia agencia que era “una amenaza para el pueblo” estadounidense.
La cuestión, sin embargo, es que si bien hay cargos que se confieren sin mayor contratiempo, hay otros para los que se precisa el visto bueno de la mayoría del Senado –las audiencias de confirmación serán en enero–, por lo que algunos pueden terminar estampándose contra la puerta de esa cámara legislativa.
¿Que la mayoría allí es republicana? La fidelidad partidista a Trump –actualmente en cotas altísimas– no hace presuponer la aprobación automática de todos sus candidatos. De hecho, una de las tesis que se manejan es que, al proponer varios nombres controvertidos, el presidente entrante lo que busca es poder asentar al menos a parte de ellos, en el entendido de que los senadores conservadores díscolos no se arriesgarán a bloquearlos a todos.
Titubeos ante las confirmaciones
Entre los nominados que necesitan confirmación ha habido –hay– figuras inquietantes. Una de ellas, el abogado Matt Gaetz, candidato a Fiscal General y sobre el que pesan acusaciones por consumo de drogas, sobornos y sexo con una menor, desató un disgusto tan sonado entre varios senadores republicanos que el agraciado declinó la oferta a los pocos días. Otro más, Pete Hegseth, un veterano de guerra que iría de jefe del Pentágono, no ha caído, pero lo persiguen sospechas de abuso sexual y alcoholismo. La senadora republicana Joni Ernst, también exmilitar, dijo el 6 de diciembre que aún no estaba convencida de votar por él, mientras que otros lo han invitado disimuladamente a apearse de la nominación, bajo el pretexto de que no soportará la presión. “Es un proceso difícil”, le advierte el senador Markwayne Mullin.
Robert Kennedy, propuesto para secretario de Salud, ha manifestado dudas sobre la seguridad de las vacunas
Otros, aunque controvertidos, pueden llegar al final de las audiencias, como el abogado Robert F. Kennedy, sobrino de John Fitzgerald e hijo del senador homónimo (también víctima de un atentado fatal en 1968). Kennedy, propuesto para secretario de Salud, es autor de varias boutades, como su afirmación de que el timerosal de las vacunas contra el sarampión estaba relacionado de algún modo con el autismo –lo escribió en un artículo para Rolling Stone en 2005, que lo retractó en 2011–, o su rechazo a la fluoración del agua potable. También ha abogado por “darles un respiro a las enfermedades infecciosas durante unos ocho años”, para significar que los Institutos Nacionales de Salud (NIH) deberán poner en stand-by la investigación de estas enfermedades, para así enfocarse en los padecimientos derivados de una nutrición deficiente.
Para el exvicepresidente Mike Pence, estas y otras afirmaciones –además de la postura favorable del candidato respecto al aborto– han sido suficientes para pedirles a sus correligionarios en el Senado que rechacen su nominación. También lo está deseando Scott Gotlieb, exdirector de la FDA (la agencia de control de alimentos y fármacos en EE.UU.), quien ha sido taxativo ante los micrófonos de la CNBC: “Si RFK cumple con sus intenciones –creo que lo hará, y creo que puede–, le costará vidas a este país”. De momento, algunos de los examinadores republicanos al menos se lo cuestionan. “Yo creo en las vacunas, y opino que han salvado millones de vidas –ha dicho Mike Rounds, senador por Dakota del Sur, citado por el Washington Post– . Si él tiene otro punto de vista, tendrá que explicárnoslo”. Y convencerlos, habría que añadir.
Otro señor interesante es Kash Patel, que ocupó varios puestos en materia de inteligencia y seguridad nacional durante el primer mandato de Trump y que se obsesionó con demostrar que Rusia no había interferido en las elecciones de 2016 para ayudar al republicano, sino que todo era un invento demócrata. Entusiasta de las teorías conspirativas –ha publicado incluso un libro infantil: La conspiración contra el rey, en que asume el papel de un mago que defiende al rey Donald frente a la malvada Hillary Queenton–, Patel ya estuvo antes de 2020 en las quinielas del político-empresario para segundo del FBI, un intento que frustró la oposición de William Barr, entonces Fiscal General, con un tajante “sobre mi cadáver”.
Ahora Patel no tendrá que cruzar sobre los gruesos despojos de Barr para ser subdirector del FBI: Trump lo quiere de director, y aunque unos pocos senadores republicanos no muestren gran entusiasmo con la idea –algunos prefieren no opinar y otros, como el ya mentado Rounds, declararon que les gustaría que se mantuviera el actual jefe, Christopher Wray…, que acaba de renunciar–, se espera que su nombramiento salga adelante y que, con esto, inicie su misión de desmantelar el “Estado profundo”.
Perfiles fuertes de cara al exterior
También entre los tocados por el manto de Trump vienen algunos con credenciales que harán de la confirmación un trámite bastante expedito en sentido positivo.
De los que tienen mayor proyección exterior es el hasta ahora senador Marco Rubio, entendido en política internacional y con tendencia a apretar las tuercas a países con regímenes dictatoriales. Rubio ha patrocinado propuestas para prohibir que las empresas vinculadas al Partido Comunista Chino y a su ejército accedan a los mercados estadounidenses de capital, y ha impulsado sanciones contra los líderes del régimen de Irán y contra quienes compran ilegalmente crudo de ese país, entre otras medidas.
Marco Rubio, propuesto para secretario de Estado, ha condenado sin titubeos al régimen de Putin por la agresión a Ucrania y por su brutal hostigamiento a la disidencia rusa
Trump lo quiere como secretario de Estado, y si todo sigue encaminado como hasta ahora, el Senado sancionará la propuesta, para alivio de los aliados europeos que, en el pasado, han visto al cubanoamericano promover la entrega de armamento a Ucrania y maniobrar para “complicarle” a cualquier presidente –Trump en la mente, nunca en los labios– la tentación de sacar a EE.UU. de la OTAN: con la norma auspiciada por Rubio, se precisa el voto a favor de dos tercios del Senado para que un mandatario pueda darle el portazo a la Alianza.
Vale añadir, no obstante, que, quizás para encajar mejor en el America First de su jefe, últimamente el candidato ha hecho de caja de resonancia a quienes le dicen a Kiev que ya es hora de negociar con Moscú. Pero conocer el paño, lo conoce, por ello se permitió señalar directamente al Kremlin por la muerte, a principios de año, del opositor Alexéi Navalny, y tildar al gobierno ruso de “régimen sediento de sangre”. Si el canciller Serguéi Lavrov había tirado los somníferos al enterarse de la victoria de Trump, ya los habrá recogido al conocer el nombre de su contraparte norteamericana.
Otros perfiles también pisarán fuerte en materia exterior. Uno de ellos es el teniente general retirado Keith Kellogg, exjefe del Comando de Operaciones Especiales de Europa y de la 82 División Aerotransportada, y enviado especial de Trump para solucionar el conflicto entre Rusia y Ucrania. De cumplirse la promesa del presidente electo de hacer callar las armas en 24 horas, el alto oficial bien podría recibir el agradecido apodo de “Keith el Breve”.
Si, no obstante, la guerra se extiende un poco más, Kellogg tiene un plan que ya en abril delineó en sus aspectos básicos, en un artículo para el America First Policy Institute: primero, un alto el fuego en las líneas en que se encuentren las tropas en ese instante –recordemos que también Kiev tiene un buen trozo de suelo ruso en Kursk–, y luego conversaciones de paz. Para que Rusia acceda a ellas se le garantizaría la postergación sine die del ingreso de Ucrania en la OTAN y se le ofrecería un alivio de las sanciones, si bien se impondrían gravámenes a sus ventas de combustibles fósiles para contribuir a la reconstrucción de Ucrania.
En cuanto al país agredido, “no se le pediría […] que renunciara al objetivo de recuperar todo su territorio, pero aceptaría utilizar la diplomacia, no la fuerza, en el entendido de que esto requeriría un avance diplomático futuro que probablemente no se producirá antes de que Putin deje el cargo”. En todo caso, si Putin se negara a sentarse a la mesa, Washington seguiría armando a Zelenski como si no hubiera un mañana.
Por su parte, y quizás con mayor entusiasmo que Kellogg respecto a su encargo, asumirá el suyo el designado embajador ante Israel, Mike Huckabee, exgobernador de Oklahoma y exministro bautista. Al tradicional alineamiento republicano y evangélico por Israel –ciertas denominaciones cristianas apuestan por la destrucción de la mezquita de Omar, en Jerusalén, como vía rápida para la construcción del nuevo templo judío y la consecuente aceleración de la segunda venida de Cristo–, Huckabee le suma el rechazo total a la concesión de un mínimo espacio para el Estado palestino (de hecho, niega que existan los palestinos) y avala la apropiación de toda Cisjordania por parte del Estado judío. Su nombramiento es una declaración de intenciones: bajo Trump, EE.UU. no está para mediar, sino para colocarse invariablemente de parte de Tel Aviv (o “de Jerusalén”, para adecuarnos al marco diplomático norteamericano).
¿Desmantelar qué? No tan rápido
Perfiles tan “intensos” como el de Huckabee pueden ser, ya en temas internos, los de los multimillonarios empresarios Elon Musk y Vivek Ramaswamy, que encabezarán un denominado Departamento de Eficiencia Gubernamental para “orientar” a la Casa Blanca sobre cómo reducir el despilfarro y recortar la burocracia.
Su intención es que el gobierno le pegue un tajo de billones de dólares al presupuesto federal, algo que, según algunos analistas, será difícil de concretar sin recortar la Seguridad Social o el Medicare y sin aumentar la edad de jubilación, justo lo que Trump negó que haría. Por querer, querrían hacer desaparecer varias agencias o Departamentos, entre ellos el de Educación, solo que se toparían con el descontento de legisladores republicanos cuyos distritos reciben fondos federales para la educación pública, por lo que no lo aprobarán jamás.
De todos modos, sería interesante ver hasta dónde llega el celo sacrificial de estos dos sacerdotes de la austeridad cuando el acero les pase cerca. Trump, por ejemplo, se ha opuesto a la Ley de Reducción de la Inflación, aprobada por el gobierno de Biden, que prevé 390.000 millones de dólares en exenciones fiscales, subvenciones y subsidios para energía eólica y solar y para la producción de baterías para vehículos eléctricos. Para el dueño de una empresa como Tesla, habría aquí un clásico conflicto de intereses.
Fuera de las a veces altisonantes declaraciones de figuras como Ramaswamy, Musk o el propio Trump, habrá que esperar por los hechos, pues se estima que unos cambios demasiado drásticos en la configuración del gobierno o en las partidas presupuestarias harían más mal que bien incluso en no pocos territorios conservadores. Sobre la propia ley antes mencionada, el New York Times tira de datos y explica que cerca del 80% de las nuevas inversiones en generación de energías limpias ha ido hacia distritos republicanos.
Más consenso del que parece
Además, tampoco todos los nominados están por el rompe y rasga. Según observa Isaac Cohen, consultor internacional y exdirector de la Oficina de la CEPAL en Washington, “Trump ha designado un equipo económico compuesto por operadores moderados y experimentados”, por lo que los anuncios que comenzó a hacer en noviembre se tradujeron en buenas expectativas en los mercados.
Valoraron estos el hecho de que el candidato a secretario del Tesoro fuera un conocido administrador de fondos de cobertura: Scott Bessent, quien, apunta Cohen, “trae consigo una dosis de bipartidismo, debido a su pasado como jefe de inversiones del Soros Fund Management desde 2011 a 2015”. En cuanto al jefe de la Reserva Federal, Jerome Powell, “se quedará en el cargo hasta el fin de su mandato en 2026, lo cual le dará continuidad a la lucha contra la inflación”. Otros importantes puestos del área económica y comercial también suscitan consenso.
En resumen, que no es de esperar que la “bola de fuego” que reingresa en la atmósfera norteamericana –y en la del planeta– devore todo lo heredado de la Administración anterior, en pos de que America sea lo first. A fin de cuentas, ¿ha dejado de serlo para alguien en Washington alguna remota vez?