Más de un año después del conflicto entre Israel y Hamás, con un balance desolador de víctimas y destrucciones materiales, puede llamar la atención el hecho de que los países árabes, tradicionales valedores de la causa palestina desde hace casi ocho décadas, no adopten una postura más drástica y contundente frente a Israel. En otro tiempo, el de los cuatro conflictos armados entre árabes e israelíes, las reacciones habrían sido probablemente muy distintas.
Sin embargo, esa época queda muy lejana, entre otras cosas porque la solidaridad con los palestinos, en particular con la OLP de Yaser Arafat, se basaba sobre todo en el nacionalismo y en el panarabismo. Además, estaba representada fundamentalmente por los regímenes laicos y socialistas, aliados de la URSS, como Argelia, Egipto, Libia, Siria, Irak o Yemen. Esos regímenes prácticamente han desaparecido y el panarabismo no deja de ser una postura retórica. En contraste, las potencias aliadas de Washington, en gran parte monarquías tradicionales, han conseguido sobrevivir e incluso resistir a los movimientos islamistas cuestionadores de su legitimidad. Por tanto, los cambios en la geopolítica de Oriente Medio han repercutido negativamente en el apoyo árabe a la causa palestina.
Dos cumbres arabo-musulmanas
Pese a todo, en Riad, la capital saudí, se han celebrado en noviembre de 2023 y de 2024 dos cumbres de altos representantes de países árabes y musulmanes, en las que se ha proclamado el apoyo a los derechos del pueblo palestino. Llama la atención que estas cumbres han sido reuniones conjuntas de dos organizaciones: la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica. Esta circunstancia da una cierta idea de la crisis prolongada que afecta a la Liga Árabe, dividida desde casi sus inicios entre las posturas enfrentadas de las repúblicas progresistas, por un lado, y las monarquías conservadoras, por otro. Fue precisamente una de estas monarquías, Arabia Saudí, la impulsora de la segunda organización, creada en 1969, y que tiene su sede en la ciudad saudí de Yeda. Esta iniciativa pretendía ser un contrapeso musulmán a la Liga Árabe, caracterizada por un nacionalismo panarabista.
La declaración final firmada tras la última cumbre de países árabes en Riad no reconoce a Hamás, sino a la OLP, como representante legítimo del pueblo palestino
La Declaración Final de la Cumbre del 11 de noviembre de 2024 reitera la condena de la agresión israelí contra la franja de Gaza y el Líbano en duros términos, al tiempo que denuncia las violaciones de los derechos humanos derivados de los ataques de Israel. Con todo, reconoce los “incansables esfuerzos” de Egipto y Catar, en cooperación con Estados Unidos, para lograr un alto el fuego en Gaza. Además, recuerda las resoluciones del Consejo de Seguridad que instan a Israel a retirarse a las fronteras anteriores a 1967. Admite, en consecuencia, la solución de los dos Estados, uno de los cuales sería una Palestina soberana e independiente (párrafo 23). Pero en el párrafo 31 encontramos una afirmación contundente: la Organización para la Liberación de Palestina es la única representante válida del pueblo palestino. Así pues, es ella, y no el movimiento islamista Hamás (que dominaba la franja de Gaza), la que ostenta la legitimidad.
La amenaza de Irán y las cautelas de Arabia Saudí
La actitud de los países árabes hacia Palestina guarda relación con las revueltas de la Primavera Árabe de 2011 y los intentos de Irán de convertirse en la potencia hegemónica en Oriente Medio por medio de actores no estatales como Hamás, Hezbolá, los hutíes o las milicias chiíes en Irak. Desde esta perspectiva, Hamás no dejaría de ser un instrumento del poder iraní y los ataques del 7 de octubre de 2023 se inscribirían en la estrategia de Irán para desestabilizar Oriente Medio, pues los acuerdos de Abraham (2020), suscritos por Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos para establecer relaciones diplomáticas con Israel, constituían toda una estrategia para la región en la que Irán podía verse marginado. Además, la posibilidad de un próximo reconocimiento de Israel por Arabia Saudí habría perjudicado los intereses de Teherán, que siempre ha señalado a los israelíes como su principal enemigo.
Ni que decir tiene que los citados acuerdos querían salvar en la forma la solución de los dos Estados por parte de los árabes, que no deseaban ser acusados de abandonar a los palestinos. Existe, además, el precedente de Arabia Saudí, que en 2002 presentó un plan de paz basado en esta solución en la cumbre de la Liga Árabe en Beirut.
Sin embargo, los saudíes siempre se han movido con cautela en este asunto por temor a tensiones internas y externas derivadas del reconocimiento del Estado judío. Es llamativo que en la histórica entrevista del presidente Roosevelt y el rey Ibn Saud en febrero de 1945, a bordo del USS Quincy en aguas del Mar Rojo, se tratara la cuestión de Palestina. El monarca saudí estaba preocupado por la creciente inmigración judía y la posible creación de un Estado israelí que constituiría una amenaza para los palestinos y el mundo árabe. Roosevelt le dio una respuesta ambigua, la de no apoyar ninguna solución que perjudicara los derechos de los árabes, aunque al mismo tiempo tenía que guardar un equilibrio debido al apoyo de la influyente comunidad judía norteamericana a la creación del nuevo Estado. Ochenta años después, un aliado de Estados Unidos como Arabia Saudí ha de moverse en el escenario de Oriente Medio con suma prudencia, sobre todo tras la persistencia del conflicto en la franja de Gaza, que le obliga a una condena de las acciones de Israel, expresada en las recientes cumbres arabo-musulmanas.
Hamás y la causa palestina
Tampoco ha contribuido al apoyo a la causa palestina el enfrentamiento entre Hamás y la Autoridad Nacional Palestina, que dura casi veinte años desde la toma de control de la franja de Gaza por el movimiento islamista y el aplazamiento indefinido de las elecciones en los territorios palestinos. Hamás no goza de las simpatías de muchos gobiernos árabes porque es percibido como una rama de los Hermanos Musulmanes, encarnación de un islamismo político nacido hace casi un siglo en Egipto. En algunos casos, como en el del país del Nilo, los Hermanos Musulmanes se beneficiaron de las revueltas de la Primavera Árabe y llegaron al poder en 2011, pero dos años después un golpe militar los empujó a la clandestinidad.
La crisis del discurso panarabista y los intereses nacionales de algunos países musulmanes debilitan el apoyo a la causa palestina
Un Estado palestino, bajo el control de Hamás, no es, por tanto, una opción para la mayoría de los gobiernos de la región. Tal es el rechazo suscitado por los islamistas, enemigos acérrimos de la solución de los dos Estados, que en algunos medios árabes se ha afirmado que el ataque de Hamás fue, en realidad, una conspiración contra la causa palestina. La última cumbre arabo-musulmana ha saludado el reconocimiento de Palestina como Estado por parte de algunos países, especialmente occidentales, pues, desde un punto de vista formal, dicho reconocimiento implica el apoyo a la solución de los dos Estados. Pero la realidad hace que esta posibilidad esté más lejos que nunca. No solo no la admite Hamás, sino que el Israel de Netanyahu la considera como una amenaza para su seguridad.
De todo lo anterior se deduce que la posición de los países árabes está marcada por la debilidad frente al habitual apoyo occidental a Israel. El mundo árabe no va más allá de las posturas retóricas, y ni siquiera la “calle árabe”, de la que tanto se habló durante la guerra de Irak, está organizando masivas manifestaciones de apoyo a la causa palestina. Ciertamente, existe una simpatía por el pueblo palestino, aunque no es menos cierto que las manifestaciones son vistas con recelo por los gobiernos de los países árabes, pues podrían ser ocasión para cuestionar su propio poder. El recuerdo de las revueltas de la Primavera Árabe, reprimidas en tantos lugares, sigue pesando en el ánimo de los gobernantes. La realidad es que el papel de algunos países árabes, como Egipto y las monarquías del Golfo, parece estar limitado a las posibles ayudas a la reconstrucción de la franja de Gaza después del conflicto.
La crisis del panarabismo y los intereses nacionales
La cuestión palestina guarda también relación con la crisis del panarabismo, que no es reciente y se podría remontar a casi medio siglo atrás. Esta crisis se origina cuando los países anteponen sus intereses nacionales a la causa de la Nación Árabe, contrariamente a lo que se expresa en el preámbulo de la Carta de la Liga Árabe (1945), donde no se habla explícitamente de Nación, pero sí de “cultura, historia y herencia comunes”. Fue el presidente egipcio Anwar el Sadat el primero en establecer relaciones diplomáticas con Israel por medio de los Acuerdos de Camp David (1978), que permitieron a Egipto recuperar la península del Sinaí, que estaba en manos de los israelíes desde 1967. La decisión costó la vida a Sadat, muerto en un atentado islamista en 1981, y llevó a la expulsión de Egipto de la Liga Árabe hasta 1989, año en que fue readmitido como consecuencia de los cambios geopolíticos en el escenario internacional y en el regional, tales como la desintegración de la URSS y las actitudes belicosas de Irán e Irak. Además, esos cambios facilitaron el establecimiento de relaciones entre Israel y Jordania en 1994.
Los intereses nacionales también caracterizaron los Acuerdos de Abraham, fomentados por la Administración Trump. Con independencia de lo que suceda en un futuro inmediato, dichos intereses influyen en el apoyo a la causa palestina.