Venezuela, entre la civilización y la barbarie

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Venezuela, entre la civilización y la barbarie
La líder opositora venezolana María Corina Machado habla durante una manifestación en Caracas el 9 de enero de 2025, víspera de la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente (foto: Jimmy Villalta/Europa Press)

Doña Bárbara, escrita por el autor venezolano Rómulo Gallegos y publicada en 1929, es una de las novelas más emblemáticas de la literatura hispanoamericana. El texto explora el enfrentamiento entre dos grandes fuerzas: la civilización y la barbarie. Doña Bárbara (la barbarie) representa las fuerzas primitivas, la violencia, y el dominio de la naturaleza sin control. Es un personaje que utiliza la astucia, la superstición y el miedo para mantener el poder sobre su hacienda, “El Miedo”.

Santos Luzardo (la civilización), es el opuesto de Doña Bárbara: representa la racionalidad, la justicia y la modernidad. Regresa al llano con el objetivo de recuperar “Altamira”, la hacienda familiar, y traer orden al caos de la región. El llano venezolano actúa como un personaje más, donde se desarrolla el conflicto entre estos dos mundos. Su vastedad, riqueza y peligros reflejan tanto las posibilidades del progreso como los desafíos de la barbarie.

Casi 100 años después, Gallegos resulta ser un profeta. Hoy, Venezuela es el escenario donde la civilización y la barbarie mantienen una dolorosa pugna. Nicolás Maduro –ya usurpador– y sus apandillados pretenden consolidar su poder terminando de secuestrar los resquicios de libertad que, por ahora, intentan asomarse. Para el chavismo, la barbarie no es simplemente un medio para prevalecer; la barbarie es un fin en sí mismo, es la permanente condición que necesitan para blindar el ecosistema cleptocrático que han logrado amalgamar.

Fundamentos de la estrategia: ¿Negociación o fuerza?

¿Cómo lograr que la civilización conquiste esta batalla? La comunidad internacional está haciendo, en gran medida, todo lo que puede hacer; sin embargo, la solución de Venezuela debe venir y probablemente vendrá desde dentro. Incluso en un escenario hipotético de intervención militar o aventura armada desde el exterior, son los venezolanos quienes deberán restituir el orden constitucional.

Resulta indispensable distinguir a los grupos chavistas dispuestos a negociar de aquellos decididos a tomar el fusil para defender su “revolución”. Los primeros deberán desplazar a los segundos. El papel histórico de María Corina Machado y de Edmundo González Urrutia resulta evidente y loable. Las páginas de la historia le reconocerán su desprendimiento y su valentía. Ambos son piezas indispensables en este tablero enrevesado. Sin embargo, no serán ellos quienes finalmente den la estocada final; su trabajo apunta a crear las condiciones necesarias para que la democracia despierte de un letargo que lleva un cuarto de siglo. Pero, el quiebre definitivo, la gota que deshiele y rompa con el dique –aunque eso admita condonar injusticias– vendrá desde dentro del chavismo.

En gran medida, la llave está en manos de los militares; ellos tienen las armas, y Maduro les ha permitido enriquecerse

Con Maduro y sus acólitos, cualquier manual de negociación política tendría que ser revisado con recelo. El tamiz de cualquier intercambio de palabras deberá estar marcado, no tanto por una lógica política, sino más bien criminal. Sentarse con Maduro no es sentarse con Gorbachov; sentarse con Maduro es sentarse con el serbio Milošević. Maduro mentirá y ganará tiempo en cualquier proceso de negociación clásico. La lógica más efectiva para ganarle el pulso sería la del palo y la zanahoria; en otras palabras, “o tomas la oferta o asume las consecuencias”. A Maduro, a Diosdado Cabello (número dos del chavismo) y a los generales disfrazados de honores inmerecidos no hay que persuadirlos, hay que coaccionarlos.

En este contexto, lamentablemente –y subrayo el adverbio lamentablemente–, los militares tienen, en gran medida, la llave del cofre; el número secreto de esa bóveda esquiva llamada libertad. ¿Por qué? Porque tienen las armas, y aunque Maduro es civil, les ha servido la mesa para lucrarse, les ha permitido amasar fortunas, caudales de dinero que hoy sirven como reposadero del tirano. Maduro descansa maliciosamente sobre las bayonetas de unos generales que han mancillado el honor de su uniforme. Sin embargo, con alguno de ellos también toca entenderse.

Maduro sigue en el poder porque su costo de salida sigue siendo más alto que el costo de permanencia. Esa lógica debe invertirse. Los Estados Unidos han elevado la recompensa por su captura a 25 millones de dólares, lo mismo para Diosdado Cabello. Sin embargo, tamaño error el creer que Trump “salvará a los venezolanos” de Maduro. Venezuela no es su prioridad. Primero está su propia economía, la migración, México y Canadá. Ahora Groenlandia y el canal de Panamá. Concentrar todas las dosis de optimismo en el próximo inquilino de la Casa Blanca sería un desperdicio. El acompañamiento internacional por supuesto que importa y es clave, pero no es definitorio.

Maduro, el emperador desnudo

La historia del Rey Desnudo, del escritor danés Hans Christian Andersen, simboliza de buena manera al Maduro de hoy. Un emperador obsesionado por su apariencia que camina desnudo por las calles, y todos los ciudadanos, temerosos de ser juzgados, elogiaban el traje invisible. Finalmente, un niño inocente, sin miedo ni malicia, grita: “¡El emperador está desnudo!”. El 28 de julio de 2024 y el pasado 10 de enero, se escuchó ese mismo grito del niño. La verdad ha quedado expuesta. Únicamente fueron dos dictadores latinoamericanos, Miguel Díaz-Canel, de Cuba, y Daniel Ortega, de Nicaragua, quienes acompañaron la farsa de una autoproclamación espuria. Gobiernos de izquierda como el de Colombia y Brasil siguen reclamando que Maduro muestre las actas que dan fe de su victoria; esto no ha ocurrido y probablemente no ocurrirá nunca.

La presión, tanto internacional como doméstica, es fundamental, y la organización social resulta indispensable. Sin calle difícilmente habrá victoria

Lo que está en juego en Venezuela es mucho más profundo que un cambio de gobierno, mucho más fundamental que un cambio de régimen. En Venezuela se juega la conquista de la democracia como valor cultural. Se trata de aceptar o no un modus vivendi donde las reglas de juego terminan siendo una bufa del tirano. La permanencia de Maduro en el poder resulta un activo peligroso para el resto de la región. Sienta un precedente que podría inflamar el apetito desordenado de poder que algunos liderazgos personalistas, tanto de izquierda como de derecha, asoman en América Latina. Según datos del estudio Latinobarómetro 2024, el 48% de los latinoamericanos no prefieren la democracia como sistema político para su país. De esta manera, se sirve la mesa para que los enemigos de la libertad redefinan y relativicen peligrosamente los modos o conceptos de una supuesta democracia. Así, los límites del sistema de justicia, del sistema electoral y el significado de los derechos humanos estarían sujetos a debate y dejarán de ser principios innegociables.

La presión y la esperanza son la respuesta

Maduro sufre de soledad y manifiesta debilidad. Cualquier intento de mostrar lo contrario es propaganda barata, inverosímil. Y ante la pregunta acostumbrada durante estas horas: “¿Qué va a pasar ahora en Venezuela?”, la respuesta se resume en dos palabras: presión y esperanza. El pesimismo es el mejor veneno de la tiranía para sostenerse. El optimismo y la esperanza, por el contrario, el antídoto. Quizás, lo que atenta contra la serenidad y alienta la ansiedad es el cómo y el cuándo. Resultaría una imprudencia dar fechas exactas y modos concretos, porque probablemente ni Maduro, ni Machado ni González Urrutia lo saben. Esto es un juego de ajedrez donde el tablero se encuentra inclinado hacia un lado y las piezas están marcadas en favor del tirano. Sin embargo, las fichas se están moviendo de ambos lados y dar por sentado que Maduro ha ganado la batalla resultaría también un despropósito.

Lo que sí queda claro es que la presión, tanto internacional como doméstica, es fundamental. Adicionalmente, la organización social en los sectores populares resulta indispensable. Los llamados “comanditos”, células sociales para la organización electoral de la oposición que fueron responsables de colectar las actas que demostraron el triunfo de González Urrutia, deben ser actores principales en la lucha entre la civilización y la barbarie. Sin calle difícilmente habrá victoria. María Corina lo sabe y parte del reto es mantener una expectativa alta logrando que el ánimo no mengue y se convierta en un activo para esta carrera de largo aliento.

Hoy Venezuela vive un extraño silencio nocturno, probablemente el silencio de una paz madurista, la paz de los sepulcros. La esperanza recuerda que la hora más oscura de la noche –donde el sonido del silencio se impone y la luz es una niña caprichosa que se esconde– es justo antes del amanecer. Los venezolanos esperan con ansia que el adagio –esta vez– sí se cumpla. A partir de allí, la paz será consecuencia de una civilización finalmente libre y no de una barbarie opresora.

Alejandro G. Motta Nicolicchia
@mottafocus

Un comentario

  1. Estoy de acuerdo. La solución ha dw venir de la población de venezuela. El camino es que esta población sea formada en convicciones vitales y la Iglesia Católica podría hacerlo. Pero exigirá mártires

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