“Sharenting”: cuando mostrar a tus hijos en redes se convierte en un negocio

publicado
DURACIÓN LECTURA: 10min.
TarikVision / Shutterstock

En Los reyes de la casa, Delphine DeVigan explora desde la ficción de la novela negra el impacto que puede tener para un niño crecer a la vista de todos en las redes sociales. Es quizá una de las primeras obras literarias que aborda este fenómeno tan reciente, y coincide con el momento en el que los primeros niños que crecieron en YouTube y en Instagram se están haciendo adultos y están empezando a hablar de su experiencia.

Sus padres llevan años defendiendo que sus hijos siempre han querido participar del proyecto, que están protegidos y que disfrutan los beneficios de una vida con juguetes siempre nuevos y vacaciones de ensueño.

Sin embargo, algunos de estos niños, ya mayores, cuentan una historia diferente que habla de la imposibilidad de consentir a una edad tan temprana, de la dificultad de vivir una adolescencia bajo los focos y de las secuelas que deja este tipo de infancia moderna.

Un fenómeno hijo de las redes sociales

Las redes sociales han normalizado el compartir tu desayuno, en qué proyecto estás trabajando en tu empresa y el último viaje en el que te has embarcado.

La vida familiar no ha quedado fuera de ese ámbito de exhibición de la vida personal. Muchas veces esta exposición se queda en el ámbito reducido de una cuenta privada. Otras, se realiza desde cuentas públicas que exponen a los niños a los ojos indiscretos de cualquiera que pase por ahí.

Esto ya representa en sí mismo un problema de seguridad, puesto que una chaqueta de uniforme puede desvelar a qué colegio van tus hijos, o un breve vídeo de cómo tus pequeños vuelven a casa puede exponer tu dirección exacta.

No es fácil trazar el límite: uno quiere presumir de familia y acaba compartiendo momentos muy personales de los hijos

A esto se le añade la pesadilla de todos los padres: la presencia de pederastas en internet. Y hay más amenazas: diversas campañas contra el sharenting –como la que lanzó hace un año Deutsche Telekom (ver vídeo abajo)– hacen hincapié en los riesgos para la seguridad que supone la publicación de los menores: suplantación de identidad, copia de la voz para cometer fraudes o la creación de imágenes pornográficas mediante inteligencia artificial.

Un estudio realizado por Barclays Bank estima que para 2030, dos tercios de los robos de identidad podrían atribuirse al sharenting, mientras que una investigación de Microsoft mostró que para ese mismo año, el exceso de información sobre los niños en las redes sociales podría ser la causa principal de más de dos tercios de los robos de identidad.

Pero más allá de las conductas criminales, hay quien se rebela contra el mismo concepto de sharenting –anglicismo que proviene de share (compartir) y parenting (paternidad)– solo por la pérdida de la intimidad que supone y la violación de los derechos de imagen de los menores.

Ciertamente, para los padres no es fácil trazar el límite. Uno quiere presumir de criatura el primer día de colegio o en el cumpleaños y acaba compartiendo también el paso del pañal al orinal, las notas del colegio, los primeros conflictos con amigos o los trastornos de aprendizaje y desarrollo que sufren los niños. Todo ello sin el consentimiento de los menores o con un consentimiento muy parcial, puesto que un niño no es capaz de calibrar las consecuencias de que ese tipo de información sobre su vida esté en el agujero negro que es internet.

Un reportaje de The New York Times grabó conversaciones entre padres e hijos sobre esta cuestión. “Cualquiera puede ver una foto mía en bañador y pensar algo que yo no quiero que piense”, explica una menor a su madre. “Cualquier puede verte en la playa y hacerte fotos también”, contesta ella. “Pero tú eres mi madre”, dice la adolescente y, aquí sí, su madre parece reflexionar.

Al final, una respuesta sincera parece revelar cuál es la verdadera raíz del problema.  “Si no está en Instagram, no ha ocurrido”, dice una de las madres.

“Sharenting” con causa: social o económica

Quizá fue la televisión la que le abrió los ojos al mundo sobre las posibilidades de convertir la familia en un show, La periodista Fortesa Latifi  explica cómo todo pudo haber empezado con 16 and pregnant, un programa de MTV estrenado en 2009 que seguía a madres que se habían quedado embarazas con dieciséis años, y documentaba sus conflictos de pareja, la relación con sus padres y, por supuesto, el nacimiento de sus hijos. Aproximadamente por esa misma época apareció Kate Plus 8 (TLC), que seguía la vida de un matrimonio con sextillizos.

No obstante, fueron las redes sociales las que pusieron esto al alcance de todos.

Los primeros en hacerse famosos por publicar su día a día en YouTube fueron los Shaytards, una familia de mormones que aseguraba querer transmitir el mensaje del valor de la familia en la sociedad. Otros family vloggers también dicen estar sirviendo a una causa social, ya sea subrayar el valor de la maternidad en un ambiente hostil o prevenir contra el cyberbullying. No obstante, con frecuencia la frontera entre la reivindicación y el puro negocio es porosa.

El sharenting puede ser el paso previo a convertir la publicación de contenido familiar en un negocio que las redes sociales han vuelto muy lucrativo. Principalmente en YouTube e Instagram, el contenido familiar triunfa entre los usuarios y atrae la atención de marcas que desean patrocinarlo.

Las redes sociales han vuelto muy lucrativa la exposición de los hijos en Internet

En el caso de los Shaytards, lo que empezaron siendo pequeños vídeos divertidos terminó en producciones cada vez más cuidadas, pódcasts, vídeos musicales y mucho contenido patrocinado.

Shay Butler, el padre y cerebro de todo el canal, fundó la compañía MakerStudios con otros creadores, una empresa de producción de contenido para redes sociales, que acabó vendiendo a Disney por 500 millones de dólares.

Los Shaytards representan el producto estrella del contenido familiar que triunfa en YouTube: familias numerosas, aparentemente perfectas, que publican un contenido que mezcla una pretendida naturalidad doméstica con un entretenimiento más propio de programas de televisión, como desafíos o retos delante de la cámara. Los niños son también los protagonistas de muchos vídeos patrocinados por marcas que incluyen la promoción de juguetes o de experiencias vacacionales.

Algunas familias youtubers aseguran que al construir una base de seguidores para sus hijos desde una edad temprana están invirtiendo en su futuro al abrirles la puerta de convertirse en influencers cuando sean mayores.

Es el caso de Emma Marie, una joven de 20 años con millón y medio de seguidores en YouTube que comenzó haciendo vídeos con su hermana en el canal que su madre creó cuando las niñas contaban con tan solo diez y cinco años.

Lo que es seguro es que este contenido funciona muy bien tanto en Instagram como en YouTube porque sabe tocar a la perfección dos teclas muy importantes en redes sociales: la identificación con el usuario y el componente aspiracional.

Todo padre puede sentirse comprendido con un vlog de YouTube que relata la desesperación que produce que un hijo no mejore sus notas o se pelee permanentemente con su hermano. Si además te lo están contando desde una playa de Hawaii y en la siguiente escena ves la felicidad de los niños al abrir un paquete de juguetes enviados, tienes la receta perfecta del éxito.

Muchos juguetes… rotos

La oposición a este tipo de contenido ha aumentado con los años, a medida que los riesgos se han ido haciendo cada vez más evidentes.

Ya no es solo que mamá y papá te hagan colocarte en la puerta del colegio para hacer una foto en tu primer día. Es que de repente tu vida familiar gira en torno a qué contenido se va a poder grabar.

“Dejamos de publicar a nuestros hijos. Perdimos de golpe medio millón de seguidores”

Este fenómeno lo ha explicado en uno de sus vídeos más recientes Tiffany Nelson, una madre mormona que dirige un canal de contenido de más de cuatro millones de seguidores en el que los protagonistas son sus dieciséis hijos.

Nelson explica los cambios que va a implementar después de darse cuenta de cómo estaba impactando en los menores el hecho de crecer delante de las cámaras. “Estaba teniendo una conversación muy vulnerable con uno de mis adolescentes sobre una situación difícil que está atravesando y otro de mis hijos dijo: ‘esto sería un gran vídeo de YouTube’”, explica.

Shari Franke es una de las niñas de YouTube más famosas del momento porque su madre acaba de ser condenada por abuso infantil. El canal familiar, 8 Passengers, que llevaba ya unos años inactivo y ahora ha sido eliminado, sumaba millones de seguidores, ávidos por los consejos de crianza y maternidad que ofrecía la madre, Ruby Franke.

La joven Shari ha comparecido recientemente ante un comité legislativo de Utah para pedir un cambio en la ley que obligue a regular el mundo de la creación de contenido online, especialmente la participación de los menores y la remuneración a la que deberían tener derecho. Aunque Franke aboga por regulación, su objetivo es claro: “Mi propósito final es prohibir el family vlogging”.

“Nunca hay una buena razón para publicar a tu hijo online. No existe el family vlogging ético”, asegura la joven. “¿Cuánto dinero justifica renunciar a tu infancia? De niña, era perfectamente consciente de que era una empleada. El negocio tenía éxito cuando yo estaba contenta o cuando compartía mis conflictos con el mundo. Mis amistades eran escasas porque todo tenía que ser grabado y mis amigos no querían salir en cámara”.

Así lo están contando también otros niños que en su día parecían vivir la infancia soñada por cualquier menor como pequeñas celebridades y que ahora alertan del impacto que ha tenido en ellos.

Karli Reese, una joven que también creció como la estrella de un canal familiar (Our Family Nest), ha anunciado ahora con sus 19 años que se va de YouTube, que la experiencia de crecer bajo las cámaras le hizo odiar el colegio, que era víctima de acoso por parte de sus compañeros, que no sabía si sus amistades solo querían relacionarse con ella por su fama y que pasar la adolescencia bajo el escrutinio de millones de seguidores que se dedicaban a opinar sobre su apariencia y su comportamiento hizo que se odiara a sí misma durante mucho tiempo.

Grant Khanbalinov, creador de contenido familiar en TikTok, también se dio cuenta de que estaba arruinando la infancia de sus pequeños: “Dejamos de publicar a nuestros hijos. Perdimos de golpe medio millón de seguidores y cada día perdíamos más”.

Y es que, aunque hay quien quiera negarlo, el secreto del éxito del contenido familiar son los niños. Son los menores los que atraen a las marcas, los que enamoran a los usuarios y los que posibilitan que un vídeo se convierta en un negocio.

Y esto es lo que convierte la creación de contenido familiar en una cuestión tan delicada. Porque los hijos no están pensados para convertirse en la gallina de los huevos de oro de la familia. Y porque la familia no está pensada para convertirse en un negocio.

Dejar comentario

Conectado como Aceprensa. Edita tu perfil. ¿Salir? Los campos obligatorios están marcados con *

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.