Recorridas ya dos décadas, y con el parón obligatorio del mercado editorial por la pandemia del covid-19, repasamos las principales tendencias que se aprecian en la narrativa del siglo XXI. La globalización y el mercado imponen modas, autores y tendencias, pero también se confirma que la literatura no es una ciencia exacta y en muchas ocasiones va por libre.
Un factor relevante en la producción literaria actual es el auge de los formatos digitales. Aunque su implantación está siendo más lenta de lo que se esperaba, los libros electrónicos y los audiolibros ganan terreno.
La irrupción de Internet también ha abierto nuevas vías para la creación literaria. Hoy día muchos escritores y aspirantes a escritores difunden sus obras sin que las editoriales intervengan en su selección y criba, para bien y para mal. Son ya muchos los casos de escritores de moda, como Javier Castillo y Elísabet Benavent, que iniciaron su andadura literaria a través de Internet. La literatura comercial es la que más se ha aprovechado de esta estrategia.
Las redes sociales están alterando el papel de la crítica literaria, también en crisis. Ha surgido un nuevo fenómeno, el de los booktubers, que realizan críticas literarias de novedades en YouTube, con mucha incidencia en el público juvenil.
Mundos personales
La globalización del negocio y de las temáticas literarias no ha aumentado el interés por las narraciones que den sentido al mundo. Más bien lo contrario: a partir de la caída del Muro de Berlín y del desplome de los países del Telón de Acero, no existe un único “relato total”, sino que se han impuesto visiones fragmentarias de la realidad.
Como no hay escuelas, ni maestros, ni tendencias homogéneas, muchos autores centran sus novelas en mundos personales, sentimentales e íntimos, que se apoyan tímidamente en el análisis sociológico de la realidad contemporánea. En algunos casos, plasman estas inquietudes con una imaginación desbocada y la creación de mundos metaliterarios complejos (Haruki Murakami, Roberto Bolaño), o con desmesuradas parábolas oníricas (Mircea Cartarescu). También hay autores provocativos que dinamitan lo políticamente correcto (Michel Houellebecq).
En esta tendencia individualista, con diferentes matices, se encuentran también los autores quizás más prestigiosos del panorama internacional, como Ian McEwan, Olga Tokarczuk, Martin Amis, Alice Munro, Paul Auster, Jonathan Franzen, Kazuo Ishiguro, Claudio Magris o Amor Towles. En España, destacan las trayectorias de Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Luis Landero… Desde su propia experiencia, estos autores aportan interpretaciones parciales de esa realidad multiforme, con resultados en algunos casos muy logrados.
Algunos editores de la vieja escuela lamentan que los expertos en marketing son los que mandan ahora en la industria editorial
La individualidad es la vara de medir y la tónica general, con visiones que van desde la realidad conflictiva y atormentada –como en los relatos de la norteamericana Lucia Berlin, recuperada en los últimos años–, a novelas más líricas con un gran componente realista –como las del español Manuel Vilas–. Y siguen escribiendo autores que buscan con su literatura, de manera más contundente y explícita, describir la historia inmediata y el tiempo que les ha tocado vivir, como hacen Richard Ford, Fernando Aramburu o Mario Vargas Llosa.
A la caza del best-seller
El marketing es cada vez más importante en el poderoso entramado comercial en el que se mueve la literatura. De hecho, algunos editores de la vieja escuela lamentan que los expertos en esa disciplina son los que mandan ahora en la industria editorial. Y de la mano del marketing, la obsesión por el best-seller, fenómeno literario que define buena parte de la literatura actual. Unos se escriben a propósito, conjugando unos premeditados ingredientes por si suena la flauta; y otros son libros ya escritos que encajan en lo que determinados editores piensan que es lo que mayoritariamente se va a leer. Salvo excepciones, los best-sellers son de temporada; es decir, se venden mucho en unos meses y luego casi desaparecen por completo. Algunos autores de este tipo de libros alcanzan éxitos planetarios, como Ken Follett, Dan Brown, Michael Crichton, John Grisham, Stephen King, Isabel Allende…
La generalizada preferencia de los lectores por estas novelas elaboradas casi en serie les lleva a rechazar otras obras que podemos llamar experimentales, literarias o con gran ambición en sus contenidos, técnicas e ingredientes. Los autores, por lo general, no se arriesgan a escribir de espaldas a los gustos del público; y las editoriales, con el apoyo de la sociología y del marketing, buscan desesperadamente obras que encajen en esta tendencia, aunque el panorama literario resultante sea así bastante homogéneo. En el caso español, hay algunos nombres recurrentes: Carlos Ruiz Zafón, María Dueñas, Matilde Asensi, Ildefonso Falcones, Julia Navarro, Javier Sierra…
En el terreno más comercial se ha impuesto, pues, un conservadurismo literario, que es también una de las claves del éxito de géneros populares, hoy más en boga que nunca: la novela policiaca, la novela histórica y la novela rosa.
Thrillers policiacos con fondo social
La novela policiaca, con todas sus variantes, vive un momento de esplendor. La influencia de la literatura nórdica, que revolucionó el género y lo catapultó al éxito internacional, todavía es palpable, aunque en los últimos años se aprecia un giro hacia otro tipo de novelas policiacas quizás menos truculentas y más psicológicas.
Se trata de un género muy practicado, con autores que aportan notas distintivas en las ambientaciones, en las caracterizaciones de los detectives protagonistas y en la manera de plantear la intriga y la trama. Algunos de los autores más leídos son Andrea Camilleri, Pierre Lemaitre, Fred Vargas, Petros Márkaris, Antonio Manzoni, John Connolly… También es un género muy vivo entre los autores españoles, entre los que destacan Domingo Villar, Lorenzo Silva, Arturo Pérez-Reverte, Dolores Redondo, Juan Gómez Jurado, Reyes Calderón, Carlos Zanón…
Lo políticamente correcto está conformando un nuevo canon en el que lo ideológico está sustituyendo a lo literario
Las mejores novelas policiacas son las que superan los límites de la intriga detectivesca y aciertan además a describir las luces y sombras –sobre todo las sombras– de la sociedad actual, muy ceñidas a su realidad geográfica. Este componente social, que aparece con diferentes grados en los autores (en unos es lo primordial; en otros es el escenario), es quizás lo más atrayente de un género que sirve también para mostrar en toda su crudeza problemas actuales como la violencia, la inmigración ilegal, las drogas, la prostitución, la corrupción y la degradación social y política, con una aguda critica moral.
Novela histórica: un género resbaladizo
La novela histórica es otro género que cuenta con muchos lectores. En él se mezclan las ganas de aprender con el entretenimiento. Hay novelas históricas para todos los gustos, épocas y ambientes. En este género, sin embargo, lo difícil es el equilibrio: las que describen fielmente la realidad histórica carecen a menudo de verosímiles conflictos humanos; y las que cargan la mano en los ingredientes existenciales convierten a veces a personajes del paleolítico en encarnaciones del posmodernismo sentimental y sexual.
De manera generalizada, la novela histórica es un género resbaladizo, en el que cuesta mantenerse con dignidad. Y aunque se publica mucho, a diferencia de la novela policiaca no abundan los autores de referencia y calidad. Podemos destacar, por ejemplo, a Hilary Mantel, Conn Iggulden, Rosemary Sutcliff, Valerio Manfredi, Santiago Posteguillo, Jesús Sánchez Adalid…
Recuperar la memoria
La necesidad de analizar el pasado tiene en algunos países una importancia capital para entender su historia reciente. Esto es así especialmente en los países que vivieron tras el Telón de Acero. En ellos, la debacle de los regímenes comunistas ha propiciado que se publiquen en estos últimos años muchas obras que fueron prohibidas en su momento y otras que describen desde el presente aquella época.
Durante décadas, la imposición del realismo socialista como única manera de abordar la realidad convirtió la literatura en una pieza más de la propaganda comunista. En la actualidad, se han rescatado muchas obras y libros de memorias que fueron prohibidos por cuestiones ideológicas, como las novelas de Vasili Grossman, Serguéi Dovlátov, Vasili Aksiónov o Varlam Shalámov. Ahora conviven con las que reflejan la realidad más inmediata de estos países, muy distinta y con otros parámetros sociales, culturales y políticos, como las de Andréi Kurkov, Guzel Yájina o Ana Blandiana.
Religiosidad a la carta
En el globalizado igualitarismo emocional y existencial, no parece que la religiosidad sea un tema literario que atraiga, salvo las novelas que promueven una espiritualidad sin Dios, en la órbita de la new age, el esoterismo, las religiones orientales y hasta un panteísmo de corte naturalista, como vemos en obras recientes vinculadas al auge del ecologismo. Durante décadas, el máximo referente de este tipo de literatura ha sido el brasileño Paulo Coelho, hoy en franco retroceso. Lo espiritual se mezcla hoy día con ingredientes propios de la literatura de autoayuda.
La religión católica es, para muchos escritores, el blanco de sus críticas hacia las confesiones organizadas; y como si se tratase de un ingrediente obligatorio, cuando sale el catolicismo, solo aparecen sus peores tópicos sociológicos. La realidad es que, salvo en el género poético, la religión es un ingrediente exótico y prescindible, que en el caso de muchas novelas históricas es fuente además de interpretaciones adulteradas y ridículas.
Cuesta encontrar autores que esquiven los estereotipos religiosos y presenten con naturalidad un ingrediente fundamental de la condición humana: la atracción por el misterio y el deseo de trascendencia. En este sentido, merecen destacarse, por su calidad y la profundidad de sus planteamientos, las novelas de Marilynne Robinson, Alessandro D’Avenia y Juan Manuel de Prada; o los relatos y diarios de José Jiménez Lozano, fallecido hace poco, y Christian Bobin.
Ecologismo y feminismo
La literatura actual está convirtiendo determinadas inquietudes en problemas esenciales del ser humano. Se ha impuesto un existencialismo epidérmico, que rechaza cuestiones filosóficas o teológicas de más calado.
Algunas de esas inquietudes se están canalizando a través del ecologismo. A novelas de carácter un tanto apocalíptico, prescindibles en su gran mayoría por su crítica superficial a modos de vida actuales, hay que destacar aquellas obras que, imitando a Walden de Henry David Thoreau, rechazan la modernidad y elogian el contacto con la naturaleza para encontrar la clave del sentido de la vida.
Y lo mismo sucede con el feminismo, también muy presente en la literatura de estas décadas. Resulta interesante la repercusión de la novela distópica de la canadiense Margaret Atwood, El cuento de la criada, publicada en 1985, y que apenas tuvo lectores; décadas después, gracias a una serie televisiva de éxito internacional, la novela volvió a ponerse de moda. Este éxito animó a la autora a escribir su continuación, Los testamentos, que por ahora ha pasado sin pena ni gloria.
El feminismo es un ingrediente casi obligatorio en muchas novelas, escritas con un estilo de combate que a menudo se vuelve contra esas novelas de tesis por sus escasos valores literarios.
Más interesantes son las novelas que plantean estos mismos temas desde posiciones literarias más íntimas y sutiles, sin necesidad de recargar con moralejas los conflictos ni los personajes. De manera positiva, se han ampliado los puntos de vista (incluso en las novelas policiacas, y no solo como víctimas), ofreciendo otras miradas, como ha hecho, por ejemplo, la novelista y ensayista Siri Hustvedt. De un modo negativo, se han pretendido trasladar al ámbito literario las interpretaciones de género y las cuestiones identitarias. Lo políticamente correcto está condicionando las valoraciones literarias y hasta la conformación de un nuevo canon en el que lo ideológico está sustituyendo a lo propiamente literario.
Del rosa al verde
Otro de los géneros comerciales que tiene más pegada es la novela rosa. Con sus ingredientes más conocidos, se ha ido adaptando a los revolucionarios cambios sociales, familiares y culturales de los últimos años. A su manera, también la novela rosa se ha convertido en portavoz de cierto feminismo, más explícito en la llamada literatura chick-lit; es decir, novelas que describen la vida profesional y personal de mujeres urbanas que muestran abiertamente sus inquietudes, en muchas ocasiones exclusivamente sexuales.
Y también hay que mencionar otra variante de la novela rosa protagonizada por el éxito de la trilogía 50 sombras de Grey, de E.L. James. Como otros best-sellers, cuando se publicó, la crítica fue unánime: eran novelas literariamente pobres y tópicas, basadas en los esquemas argumentales de la novela rosa actual, que incorporaba como ingrediente novedoso el recurso a un erotismo explícito desde una perspectiva femenina (ver Aceprensa, 10-02-2015). Ese ingrediente ha sido precisamente la clave para su éxito internacional.
La literatura del yo
La exclusiva mirada al yo ha tenido en las últimas décadas, sin embargo, una faceta literaria muy positiva. Nunca se habían publicado tantos libros de diarios y de memorias. Si antes el diario era para la mayoría de los autores un género colateral y subsidiario, ahora lo memorialístico se ha convertido en el motor de la literatura.
En el caso de algunos de ellos, su entrega a los diarios es total, perseverante y obsesiva. En España, por ejemplo, la cosecha es interesante por su calidad y por la capacidad de mirar el mundo desde atalayas tan distintas: Andrés Trapiello, José Luis García Martín, José Jiménez Lozano, Iñaki Uriarte… También en la literatura hispanoamericana ha habido diaristas de excelente calidad, como Julio Ramón Ribeyro y Ricardo Piglia. Y hay que destacar una experiencia absolutamente radical: los obsesivos, meticulosos y corrosivos diarios del noruego Karl Ove Knausgard, publicados bajo el título genérico de Mi lucha.
Si antes el diario era para la mayoría de los autores un género colateral y subsidiario, ahora lo memorialístico se ha convertido en el motor de la literatura
Las memorias son otro género que ha cobrado un especial impulso en estas décadas del siglo XXI. Hay quien considera que su proliferación se debe al hartazgo que existe de tantas novelas vacías, que se sustentan en argumentos peregrinos. Las memorias son una antítesis de todo esto: su esencia consiste en mostrar al desnudo las peripecias vitales de personas reales y auténticas.
Nuevas formas literarias
La dominante presencia del yo se ha trasladado a otros géneros literarios. Muchas novelas se construyen sobre lo que se denomina autoficción, una forma de narrar que adquiere formas biográficas pero que transita por el terreno de la ficción literaria. Son muchos los autores que han cultivado este género de manera muy solvente, proporcionando otras ventanas para analizar la realidad y la propia literatura. En el caso español, hay que destacar a Javier Cercas y Enrique Vila-Matas.
Y otros géneros de no ficción han acusado también la influencia de esta manera tan subjetiva de narrar. En muchos casos herederos del “nuevo periodismo” de Tom Wolfe, Truman Capote, Gay Talese y Joseph Mitchell, han surgido periodistas que partiendo de la contundente realidad han creado piezas maestras del periodismo con formas muy literarias. Que la bielorrusa Svetlana Alexiévich recibiera el Premio Nobel de Literatura en 2015 fue un espaldarazo a un género periodístico que utiliza la literatura para reforzar el realismo con sus técnicas. Sin lugar a dudas, es uno de los géneros más dinámicos, con autores que lo frecuentan con gran calidad, como David Foster Wallace, Emmanuel Carrére, Margo Rejmer, Leila Guerriero, Jacek Hugo Bader, Martín Caparrós, Emilio Sánchez Mediavilla, Ander Izaguirre…
No todo está programado
Todo lo que rodea al mundo editorial (edición de libros, librerías, autores y contenidos) se encuentra en una época de cambio. No es fácil atisbar qué tendencias se impondrán. Pero un rasgo claro del momento actual es la expansión de la producción literaria y su mayor difusión internacional.
Ante la abundante y desbordante oferta editorial, lo que hoy día resulta más complicado que nunca es descubrir la buena literatura –que sigue existiendo–, sin tener que elegir condicionados por la moda y la publicidad.