“Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas…”. Son las palabras de una mala grabación que, reproducida en cientos de camionetas de carga, se ha convertido en uno de los sonidos icónicos de la Ciudad de México. Así empieza (acompañada de música instrumental con sintetizadores) Emilia Pérez, película francesa, aunque hablada en español y situada en México, que desde el género musical cuenta la historia de un narcotraficante que decide cambiar de sexo.
Más allá de la cinta en sí, la polémica que ha generado –tanto antes como después de recibir nada menos que 13 nominaciones al Oscar– la ha convertido en un claro ejemplo de las inconsistencias de la cultura woke.
Primer acto: “Quién soy, no lo sé, soy lo que siento”
A pesar de su inicio tan “chilango” (como se denomina a quienes vivimos en la Ciudad de México), pronto la historia de la abogada Rita Mora Castro (Zoe Saldaña) que es buscada por el narcotraficante Manitas del Monte (Karla Sofía Gascón) para que le ayude en su cambio de sexo y convertirse en Emilia Pérez, engañando así a su esposa Jessi (Selena Gomez), va descarriándose en su discurrir sobre la situación en México. Así, el primer público descontento fue precisamente el mexicano. En primer lugar, por la pronunciación de los personajes que hablan español (supuestamente mexicano) con acentos extranjeros. Después salieron a la luz unas lamentables declaraciones del director Jacques Audiard, diciendo que dirigió la película en el idioma español, que él no maneja, porque lo considera «un idioma de países modestos, de pobres, de migrantes».
También la industria cinematográfica de México reaccionó con descontento. Estamos hablando de un país que produce más de 200 películas anuales, que es el número cuatro en taquilla mundial (después de China, India y Estados Unidos), con la tercera mayor cadena de cines a nivel mundial (Cinépolis), y de donde han salido directores como Alejandro G. Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, además de otros talentos como la actriz Salma Hayek, los actores Gael García Bernal y Diego Luna, o los directores de fotografía Emmanuel Lubezki y Rodrigo Prieto. Pues bien, para hacer esta cinta sobre México no se involucró a nadie de la industria mexicana. De las tres actrices principales, una es de Nueva York de padres dominicanos (Zoe Saldaña), otra, de Texas con abuelos mexicanos (Selena Gomez), y la tercera, de España (Karla Sofía Gascón). Su acento las delata. Por cierto, que Gascón ya era un personaje muy conocido en México antes de su cambio de sexo, por su papel de villano interesado (y mexicano oriundo de Puebla que finge ser español) en la exitosa comedia mexicana Nosotros los Nobles (2013).
El principal motivo de indignación en México ha sido el frívolo acercamiento a la tragedia de los desaparecidos por el narcotráfico
Sin embargo, la mayor indignación que provocó esta película en México fue por cómo aborda el drama de los desaparecidos en el país. Más de 115.000 personas se han reportado como desaparecidas en México (la mayoría, víctimas del narcotráfico) desde 1952 hasta mediados de 2024, y la tasa anual ha venido incrementándose sobre todo a partir del 2006, en que el gobierno empezó a enfrentar al narco directamente. El drama de personas en su mayoría desaparecidas como víctimas de la violencia del narcotráfico ha suscitado una serie de programas sociales y de ONGs de buscadoras y buscadores de sus familiares. Se trata de una situación que han abordado películas mexicanas recientes como Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020), Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021), La Civil (Teodora Mihai, 2021), Ruido (Natalia Beristáin, 2022) o Sujo (Fernanda Valadez y Astrid Rondero, 2024). Lo indignante no es sólo tratar este problema en un musical o hacerlo sin haber investigado mucho sobre ello (como también reconoció el director), sino que en la trama de la película es el propio ex narcotraficante, ahora Emilia Pérez, quien más ayuda a solucionar este problema, por supuesto sin asumir su responsabilidad en haberlo generado. Esto minimiza a todos los que hoy mismo luchan con ese problema en México. Audiard ha llegado a afirmar que “nunca se había hablado tanto en México de los desaparecidos”.
Segundo acto: “Cambiar la sociedad lo cambia todo”
Emilia Pérez es una película de Netflix. El gigante del streaming, que ha revolucionado la industria audiovisual ganando todas las batallas, busca con esta apuesta el único logro que le han negado: el Oscar a mejor película. Ha estado cerca, con cintas como Roma, de Alfonso Cuarón, o El Irlandés, de Martin Scorsese, pero la Academia aún no le concede ese honor, que será su validación oficial en el Olimpo del cine. Y parecía que el corte transgresor, vanguardista y abiertamente woke de la cinta –hagiografía de un narcotraficante transexual– había logrado lo deseado, al alcanzar 13 nominaciones al Oscar, situándose como la clara favorita. Algo ya cuestionable, pero tampoco sorprendente si se lee como una respuesta de Hollywood hacia un nuevo mandato, de corte conservador, de Donald Trump.
Netflix quiere ofrecer a Gascón como chivo expiatorio para seguir optando al Oscar a mejor película, pero “Emilia Pérez” ya se ha vuelto tóxica
Sin embargo, el tablero se volteó cuando Karla Sofía Gascón generó una tormenta perfecta de relaciones públicas. Tras hacer historia como la primera mujer transexual en ser nominada al Oscar (a mejor actriz, por supuesto), Gascón se colocó en el ojo del huracán cuando salieron a la luz antiguos tuits suyos de corte racista e islamófobo, junto a otros en los que criticaba incluso a su compañera Selena Gomez y a la propia Academia. Gascón –quien unos días antes también había sugerido en una entrevista que estaba siendo atacada por el equipo de campaña de otra de las nominadas, la brasileña Fernanda Torres– procedió a borrar su cuenta de X (antes Twitter) y a hacer intentos por salir del fango, que no han hecho más que hundirla más. Y es que decidió actuar por su cuenta –por ejemplo, concediendo una entrevista de más de una hora a CNN– sin coordinarse con Netflix. La empresa la ha castigado retirándola de la campaña de premios y cortándole todo financiamiento. A continuación, todos se han desentendido de ella, desde el propio director Audiard, que ha dicho que ella está siendo “autodestructiva”, hasta el Ministro de Cultura de España, entre otros.
Tercer acto: “Si es un lobo, siempre será un lobo”
Desde Los Ángeles, la percepción es que Netflix ha ofrecido a Karla Sofía Gascón como chivo expiatorio para intentar salvar el barco y conseguir la añorada estatuilla. Al fin y al cabo, la Academia se compone de unos 11.000 votantes, todos ellos miembros de la industria; sin embargo, el problema es que la película se ha vuelto ya en sí misma tóxica. En México, mientras tanto, la cinta –que tardó en estrenarse– ha sido duramente castigada dejando las salas vacías, y al día de la publicación de este artículo no puede verse aún en Netflix (a pesar de que es una película original de la empresa, disponible en otros países desde noviembre).
Es irónico que el planteamiento antropológicamente más problemático de la película –su tesis de que una persona pasa a ser buena por haber cambiado de sexo, y se le debe reconocer así sin importar su pasado– sea precisamente el argumento que ha blandido Gascón para ser absuelta socialmente… y que no haya sido perdonada, ni siquiera por quienes hicieron la propia película. Hemos llegado al punto en que la serpiente woke se muerde su propia cola. Habrá que ver si todo esto le hará perder el Oscar a Emilia Pérez, o si será un argumento más de descrédito de los todavía relevantes premios de la Academia.
6 Comentarios
Te has olvidado del cineasta mexicano Eduardo Verástegui
No sé si sea irónico que la tesis de la película –la redención del personaje a través de la operación de cambio de sexo– sea el argumento que utiliza Gascón para lograr su propia redención social, o más bien, una consecuencia natural debida al paroxismo de la deconstrucción de la realidad antropológico-ética, encarnado en su propia vida.
Pero la crispación social que ha detonado la película evidencia el malestar que el wokismo ha lastrado en nuestras sociedades y la simpleza de sus propuestas a los graves desafíos de nuestro tiempo.
Sería lamentable un fruto cultural tan podrido fuera ampliamente galardonado. Pero también evidenciaría que la respuesta al wokismo no es Trump, un bully político. El wokispo debe caer por su propio peso, debe morir de muerte natural… No hace falta vapulearlo con estridencias políticas. En otras palabras, la respuesta al wokismo debe venir más de la cultura que de la política.
Creo que en Hollybood no se atreverán a darle el Oscar a la mejor película pero sí le caerá algún otro Oscar (actriz, música, etc) El wokismo se ha convertido en una «religión» para algunos/as/es