Acoso ¿y derribo? a los gigantes de internet

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Tada Images/Shutterstock

Se pueden llamar grandes plataformas, gigantes digitales o másters del universo, si queremos. Son las empresas que han marcado el desarrollo económico de los últimos años y las que han generado más dinero, con diferencia, a sus fundadores, accionistas, gestores y, en la mayoría de los casos, a sus empleados. Tienen una parte fundamental de su negocio en común: la explotación de internet, y su éxito ha llamado la atención de las autoridades políticas y judiciales para averiguar si han alcanzado la cima en buena lid.

No hay que ir muy lejos para encontrar esas empresas. Están con cada uno de nosotros todos los días y muchas veces al día. Basta con conseguir una clasificación de las empresas más valiosas del mundo y allí están todas: Apple, Alphabet (Google), Amazon, y Meta (Facebook).

A ellos se ha unido ahora Nvidia, al hilo del desarrollo de la inteligencia artificial, pero Nvidia es diferente. Es muy grande, sí: capitaliza casi tres billones de dólares, pero ‘no es más’ que un fabricante de procesadores y no dirige sus productos al consumidor final. Porque ésa es una de las características de los gigantes de internet: con sus productos y servicios llegan al usuario de la calle, al ciudadano normal y corriente. La otra es que dominan el mercado en el que operan. En su penetración social y en su poder competitivo está el quid de la cuestión. Éstas son algunas de las características de los cuatro grandes:

Apple. Vale 3,48 billones de dólares en bolsa. En 2023 facturó 383.285 millones de euros y tuvo un beneficio de 96.995 millones. Su principal negocio es la venta de dispositivos –móviles, tabletas, ordenadores…–, especialmente el iPhone. Pero Apple ofrece también servicios como la tienda de aplicaciones, el iCloud, Apple Music o la televisión en streaming, cuyos ingresos ya suponen casi la quinta parte de la facturación total de la compañía.

Alphabet. Capitaliza 2,02 billones de dólares. La matriz de Google obtuvo un beneficio neto de 73.795 millones de dólares en 2023, con una facturación de 307.394 millones. Los ingresos de Alphabet vienen fundamentalmente de la publicidad que consigue a través del buscador y de YouTube. El resto viene de otras divisiones, que incluyen la venta de dispositivos como los Chromebooks, la plataforma Google Cloud de almacenamiento en la nube, su tienda de aplicaciones y el uso del sistema operativo Android.

Amazon. Vale en bolsa 1,87 billones de dólares. En 2023 facturó 575.000 millones de dólares, con un beneficio de 36.400 millones. La mayor parte de sus ingresos provienen del comercio electrónico y de sus distintos servicios de suscripciones. El negocio que más crece y es más rentable para el grupo es el de los servicios en la nube Amazon Web Services (AWS), que ya supone la quinta parte de las ventas y casi dos tercios del beneficio de explotación.

Meta. Su capitalización bursátil es de 1,32 billones de dólares. La dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp facturó el año pasado 139.000 millones de dólares y sus ganancias netas ascendieron a 39.000 millones. El 95% de los ingresos y beneficios de Meta proviene del negocio publicitario: el dinero que le proporcionan los anuncios que difunde entre los miles de millones de usuarios de sus redes sociales.

Para poner en contexto estas cifras, hay que considerar que las 35 mayores empresas españolas valen conjuntamente en bolsa 730.000 millones de euros. Y la que más vale de todas, Inditex, ingresó en su último ejercicio fiscal 35.000 millones de euros y ganó 5.300 millones.

Del éxito a la preocupación

Estas grandes empresas se han convertido en gigantes de la economía en relativamente pocos años. Aunque nacieron a finales del siglo pasado, su fulgurante desarrollo se ha producido en casi todos los casos en los veinticuatro años de este siglo. Meta tiene ahora más de 3.000 millones de usuarios en sus diferentes redes sociales. Un total de 1.800 millones de personas utilizan dispositivos de Apple. Amazon cuenta 310 millones de clientes. Es prácticamente imposible calcular el número de usuarios de Google, pero para conocer su penetración social basta con saber que en estos momentos hay más de 2.500 millones de dispositivos que utilizan el sistema operativo Android.

Alphabet ha sido condenada en EE.UU. por pagar a las marcas de navegadores y de móviles para que hicieran de Google el buscador predeterminado

Ganan mucho dinero, tienen mucha capacidad de influencia económica, social… y política. Y todo ello lo han logrado en un par de décadas. Pero, ¿lo han logrado en una competencia justa? Esa ha sido la pregunta de algunos de los gobiernos de los países en los que operan y del resto de empresas que tratan de competir con esos gigantes y que son casi borradas del mapa. Como fruto de esa pregunta, se han iniciado investigaciones, muchas de ellas judiciales, en varias partes del planeta, especialmente en la Unión Europea y en Estados Unidos. Y algunas han terminado demostrando que sí, que en ocasiones las grandes plataformas han actuado valiéndose de su posición dominante para intentar expulsar del mercado a sus competidores.

Quizá la sentencia más representativa de esta situación ha sido la última: la condena a Google (a su matriz Alphabet, para ser exactos) en un tribunal federal de Estados Unidos por prácticas ilegales para preservar el monopolio de su motor de búsqueda. El juez de distrito Amit Mehta ha dado por bueno el argumento central del Gobierno estadounidense de que Google suprimió la competencia pagando miles de millones de dólares a los operadores de navegadores web y fabricantes de teléfonos inteligentes para que hicieran de Google su motor de búsqueda predeterminado, con lo que logró el 90% del mercado de las búsquedas. Eso permitió a la empresa mantener su posición dominante en la publicidad de texto patrocinado que acompaña a los resultados y prácticamente expulsar del mercado a competidores como Bing, DuckDuckGo o Yahoo Search.

La sentencia, que será recurrida por la empresa, es muy importante porque afecta directamente al negocio clave de Google y, de convertirse en firme, dentro de unos años puede suponer incluso la escisión de los negocios del gigante para evitar ese abuso en los mercados en los que trabaja. La agencia Bloomberg señalaba tras conocerse la sentencia que el Gobierno estadounidense estaba pensando en obligar a Alphabet a dividir el grupo en tres partes: el navegador Chrome, el sistema operativo Android y la plataforma de publicidad Adwords. La empresa mantiene que su predominio en el mercado se debe a que sus productos y servicios son preferidos por los ciudadanos por la sencilla razón de que son mucho mejores que los de sus competidores.

Hay para todos

Ningún gigante se ha librado de ser acusado de prácticas monopolísticas. Apple, por ejemplo, acaba de ser obligada por la Unión Europea –en virtud de la nueva Ley de Mercados Digitales– a cambiar su tienda de aplicaciones para abrirla a los competidores y a los desarrolladores esas aplicaciones. Más recientemente, ha tenido también que cambiar su sistema de pagos a través del iPhone por negarse a dar entrada a otros monederos móviles, de modo que en iOS solo se podía realizar pagos en tiendas con Apple Pay. Y este mismo año, la Comisión Europea ha multado a Apple con 1.800 millones por abuso de posición dominante en su servicio de música por streaming.

Los Gobiernos y los tribunales intentan controlar el poder de las grandes plataformas de internet

Amazon, por su parte, tiene abierto un proceso por la Comisión Federal de Comercio estadounidense (FTC), que la acusa de mantener “ilegalmente su poder de monopolio”. La FTC considera que el gigante del comercio electrónico explota su situación de privilegio en el mercado de forma que compradores y vendedores pagan más por un servicio de peor calidad. Según las autoridades, Amazon fuerza a los vendedores presentes en la plataforma a hacer uso de sus servicios logísticos y de entrega para lograr un mejor posicionamiento de sus propios productos en la web, y les impone tasas prohibitivas. Así, las firmas que venden a través de Amazon tienen que pagarle cerca del 50% de sus ingresos totales, según la FTC. En resumen, la demanda sostiene que Amazon sigue un “patrón continuo de conducta ilegal que bloquea la competencia, lo que le permite ejercer un poder de monopolio para inflar los precios, degradar la calidad y minar la innovación para los consumidores y las empresas”.

El problema político de las redes sociales

El enfrentamiento de las tres principales plataformas que acabamos de ver con los reguladores de los distintos países se debe a motivos económicos: se pretende evitar que abusen de su posición de dominio en sus mercados para expulsar a sus competidores y poder así hacer lo que quieran con los precios y la calidad de sus productos y servicios. En el caso de las redes sociales, el problema de su dominio con los Gobiernos es fundamentalmente político. Porque un medio de difusión que tiene cientos de millones de usuarios –como X– o miles de millones –como Facebook–, donde los mensajes son muy difíciles de controlar y donde los dueños disponen de miles de datos de todo tipo de cada usuario, es un caramelo muy apetitoso para los políticos, ya estén en el Gobierno o en la oposición, ya sean de regímenes democráticos, autocráticos o dictatoriales.

Todavía recordamos el escándalo de Cambridge Analytica, la empresa que en la década pasada usó sin consentimiento datos de 87 millones de usuarios de Facebook para lanzar mensajes electorales e influir en la campaña estadounidense de 2016 y en el referéndum del Brexit. Facebook tuvo que pagar en 2019 más de 5.000 millones de dólares por “dejarse” robar esos datos y, más adelante, otros 725 millones para indemnizar a las víctimas del hackeo.

En las últimas semanas, dos redes sociales más pequeñas también han saltado a la actualidad por motivos políticos. Una es X, la antigua Twitter –comprada en 2022 por Elon Musk–, que acaba de ser prohibida en Brasil porque el magnate norteamericano se niega a bloquear seis perfiles de usuarios de la órbita del bolsonarismo con el argumento de que el juez pretende que se convierta en “un dictador” que censura comentarios en su red. La otra es Telegram, una aplicación de mensajería instantánea similar a WhatsApp, cuyo cofundador, Pável Dúrov, fue detenido en Francia a finales de agosto y puesto en libertad días después bajo una fianza de cinco millones de euros y con control judicial, acusado de doce delitos relacionados con transacciones ilícitas, pornografía infantil, fraude y negativa a comunicar a las autoridades información que tiene en la red.

Determinar si estas últimas actuaciones de los Gobiernos o de la Justicia están fundamentadas o van contra la libertad de información y de expresión sería objeto de otro comentario, pero sí conviene resaltar que tanto desde la economía como desde la política hay interés por intentar controlar el poder de las grandes plataformas de internet. Esto está empezando y, al margen de los recursos a las sentencias, los gigantes están adaptándose a las distintas legislaciones. Veremos en el futuro si esa adaptación supone que pierden influencia en favor de sus competidores y empiezan a hacerse más pequeños –y más controlables– o continúan dominando sus mercados.

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