Desde hace años, la situación demográfica es crítica en distintas partes del mundo. Muchas regiones no alcanzan las tasas de natalidad necesarias para asegurar el reemplazo generacional.
Un mundo envejecido ha sido, ni más ni menos, la consecuencia de décadas y décadas de programas antinatalistas y, especialmente, de un tópico según el cual la modernización económica requería el control de la población.
El cliché caló no solo entre los demógrafos: también en la opinión pública se suelen vincular las familias numerosas con parejas de menos nivel social. Pero hay mujeres con estudios universitarios y prometedoras carreras que se rebelan contra ese lugar común y apuestan, generosamente, por tener varios hijos.
Madres autorrealizadas
Catherine Pakaluk entrevistó a algo más de medio centenar de ellas con el objetivo de conocer su día a día y ahondar en sus motivaciones. Sus hallazgos los recoge en Hannah’s Children. The Women Quietly Defying the Birth Dearth (Regnery, 2024), un ensayo repleto de testimonios cuyo logro principal es dar voz a quienes desafían el antinatalismo, y que incluye revelaciones que pueden contribuir a hacer más efectivos los programas de promoción de la natalidad.
Pakaluk, economista y profesora de la Universidad Católica de América, decidió circunscribir su investigación a madres con cinco o más hijos y con estudios superiores. Solo el 5% de las americanas con una edad comprendida entre 40 y 45 años cumple esos requisitos. Pero a las 55 escogidas no las entrevistó del modo usual, ni las sometió a un cuestionario, ya que su interés era más bien cualitativo, de manera que dejó que confesaran sus inquietudes y explicaran por qué antepusieron la vida familiar al bienestar económico o desarrollo profesional.
Tener cinco hijos, ciertamente, implica noches en vela, sacrificios, preocupaciones y sinsabores, pero dota de un precioso significado a la existencia
Es difícil ofrecer un retrato objetivo de estas madres, pero de sus confidencias se desprende que se propusieron crear familias numerosas conscientemente, desmantelando esa creencia algo condescendiente de que son “mujeres supersticiosas, muy religiosas, incapaces de tomar decisiones propias”. Sus sacrificios y desvelos no ponen entredicho su identidad, sino que son los hitos de su camino de autorrealización.
El don de los hijos
Hannah, Danielle, Leah o Jenn, por dar el nombre de algunas de ellas, transmiten un verdadero “empoderamiento”, y describen su maternidad como resultado de un plan voluntario y adoptado en común con sus esposos. Tener hijos no ha sido para ellas un impedimento para su desarrollo personal, sino que las ha beneficiado enormemente y les ha permitido encontrarse a sí mismas.
“Desde Filadelfia hasta Los Ángeles, pasando por Seattle, Houston o Denver, las mujeres que entrevistamos –explica Pakaluk– nos dijeron que valoraban más ser madres y tener hijos que el resto de las cosas que podían hacer. Tuvieron más hijos porque era la forma de vida que más estimaban”.
Dicho de otro modo: la opción de una familia numerosa es una cuestión de preferencias. Tener cinco hijos, ciertamente, implica noches en vela, sacrificios, preocupaciones y sinsabores, pero dota de un precioso significado a la existencia. El ensayo también revela la importancia de contar con una pareja sólida: ser padres es cosa de dos. De hecho, la autora reprocha que la mayoría de los estudios demográficos y las políticas natalistas no tengan en cuenta el papel del hombre.
Para estos matrimonios, la decisión de formar un gran hogar “implica vivir para otras personas” y asumir muchas responsabilidades, pero explican que no es una existencia dolorosa o lacerante. Echando la vista atrás, confirman que les ha compensado: “los hijos son siempre una bendición”, comentan.
No tantos gastos
Cuando se aborda el problema de la escasez demográfica, se suele hacer referencia a los enormes costes de la maternidad y lo inaceptable que resulta que las familias no puedan permitirse el número de hijos que desean.
Según El País, muchas mujeres sienten que deben posponer el momento por razones económicas. Pero ¿es tan cara la crianza?
De la lectura del libro de Pakaluk se desprende que la cuestión tiene que ver con lo que se considera valioso. “Los testimonios que hemos recopilado confirman que el descenso de las tasas de natalidad no es un problema de gastos o al menos no lo es tal y como normalmente suponemos. Para estas mujeres, el obstáculo a la hora de decidir tener hijos no era el dinero, sino las cosas que dejaban de hacer con su tiempo, sus ingresos o su vida (…) Con independencia de su nivel económica, ellas hablaban de las renuncias que implicaba los gastos de criar a un hijo. Pero también comentaron que el coste económico era mucho menor de lo que la gente pensaba”, señala.
El papel de la fe
Algunas de las entrevistadas viven en zonas rurales; otras, en la ciudad. Unas tienen una vocación profesional bastante destacada; otras, no tanto. También hay diferencias de gusto, talante y sensibilidad. Sin embargo, hay algo que tienen en común: son todas mujeres de fe, bien porque han nacido en un contexto religioso, bien porque han experimentado en la edad adulta una conversión.
Con todo, confiesan no haberse sentido nunca presionadas por su comunidad o por las autoridades religiosas. La propia Pakaluk, madre de ocho niños, señala en la introducción que “en sus cuarenta y siete años como católica, jamás he escuchado una homilía sobre la importancia de tener hijos. Nunca me han insistido en el confesionario para que fuera madre. Y no existe ningún dogma que afirme que es mejor desde el punto de vista espiritual tener un mayor número de descendientes”.
Eso significa que estas mujeres no ven a los hijos como el resultado del cumplimiento de una ley religiosa abstracta, sino, sobre todo, como una respuesta personalísima ante un don que consideran proveniente de Dios. Por este motivo, en sus respuestas no hay nunca una sombra de resignación. Shaylee –37 años, 7 hijos– explica que su principal razón para ser madre siempre ha sido “la alegría que le causa”.
También comparten otra convicción: que un número mayor de hijos nunca es un problema; es siempre la solución. Por ejemplo, mejora la vida matrimonial y la compenetración entre los esposos, aumenta la ayuda que pueden recibir los padres en casa; es una escuela de virtudes para progenitores y hermanos y una fuente permanente de satisfacciones; también se revela como un gran baluarte cuando vienen mal dadas. En definitiva, da estabilidad, calidez y hondura a la vida.
Políticas efectivas
A pesar de reconocer todo esto, el libro de Pakaluk no es un retrato almibarado de las familias numerosas. Las madres no ocultan los malos momentos y están lejos –lejísimos– de considerarse unas heroínas. No son ni mejores ni peores que quienes optan por otro estilo de vida y comprenden que muchas parejas no compartan sus preferencias.
Para abordar el problema de la natalidad resultan determinantes las motivaciones interiores, sobre las que influyen más los valores, la cultura y los estilos de vida que los estímulos económicos
En cualquier caso, el ensayo de Pakaluk no debe leerse como un libro testimonial; su alcance es mayor, ya que comprender lo que subyace a la decisión de crear familias numerosas es trascendental para las políticas natalistas. Estas frecuentemente se basan en ayudas económicas, tanto directas como indirectas, que se canalizan mediante exenciones y beneficios fiscales.
Es verdad que establecer compensaciones materiales puede contribuir a reducir “la brecha de la fecundidad”, es decir, la diferencia entre el número de hijos que se desean tener y los que finalmente se tienen. Pero esta investigación prueba que resultan determinantes las motivaciones interiores, sobre las que influyen más los valores, la cultura y los estilos de vida que los estímulos económicos. “La religión es la única política natalista eficaz”: así concluyen estas páginas.
La proliferación de familias numerosas no solo puede sanear las arcas públicas, hacer sostenibles los sistemas de pensiones o asegurar el reclutamiento laboral, sino que transformará el ethos social.
Y es que, desde un punto de vista educativo, quienes tienen más hermanos desarrollan un sentido comunitario más intenso, aprenden a transigir y son más tolerantes. A causa de ello, las familias numerosas constituyen el mejor antídoto contra el individualismo, y son una garantía de futuro para sociedades cada vez más dependientes, y un motivo de felicidad para las mujeres.