Marihuana legal: en una mano el porro; en la otra, un trozo de tarta

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Katunes pcnok / Shutterstock

El (saludable) martilleo publicitario de que “fumar mata” parece estar dando fruto: la OMS constata que si uno de cada tres habitantes del planeta se llevaba un cigarrillo a la boca en el año 2000, ya en 2022 la proporción había bajado a uno de cada cinco. Lo curioso es que, mientras el tabaco retrocede, otra sustancia adictiva, el cannabis, va ganando público –de 209 millones de consumidores en 2020 a 228 millones en 2022–, y que, paradójicamente, lo hace precedida de buen nombre.

Para las empresas que se dedican a la producción y venta de productos con THC y CBD –los componentes activos del cannabis–, la mercancía solo tendría bondades. Un detallado reportaje del New York Times sobre la situación en EE.UU., donde decenas de estados han aprobado el uso medicinal y/o recreativo del narcótico, señala que la industria cannábica de ese país promociona múltiples remedios contra la depresión, la ansiedad, la inflamación, el trastorno por estrés postraumático, la bipolaridad, las migrañas, la hipertensión, la artritis, etc.

La realidad, sin embargo, según constató el mismo diario, es que, de las 20 marcas más importantes de productos con derivados del cannabis, 16 no cumplían con las normas establecidas, al incluir afirmaciones sobre salud no certificadas por la Administración de Alimentos y Medicinas (FDA) y que podían terminar confundiendo al público. El Times cita, de hecho, el caso de un joven que desarrolló un trastorno grave por consumo de la sustancia y que padeció delirios a consecuencia de ello. “Todo el marketing que rodeaba al cannabis era que era un analgésico. Así que me lo creí”, dijo.

Pasarse tres pueblos con lo “médico”

No es que todo uso terapéutico del cannabis sea descartable a priori. Un estudio de un equipo de investigadores de varias universidades norteamericanas (Wilk et al., 2024) subraya, por ejemplo, el efecto positivo que puede tener el cannabis en pacientes oncológicos, anoréxicos o con VIH que muestran inapetencia aguda. En esos casos, afirman, los “antojos” alimentarios –de golosinas o dulces– provocados por el consumo de la sustancia son bienvenidos, y también puede serlo otro efecto: el de facilitarles el sueño a individuos con diagnóstico de insomnio.

¿Algún problema? Sí. De momento, el temor a pasarse tres pueblos y a que, en personas sanas, lo primero dé pie, gracias a la ingesta de grandes cantidades de “chuches”, a la obesidad (un punto este en el que no siempre las observaciones coinciden, como se verá), y que lo segundo favorezca tanto el sedentarismo como el desinterés por el ejercicio físico y por hacer vida social, lo que a diez de últimas conduce al aislamiento, a la soledad.

Los pacientes con antecedentes de enfermedades psiquiátricas pueden experimentar importantes consecuencias adversas a consecuencia de las terapias con cannabis

Sobre el uso de productos con THC con fines médicos, la norma es aconsejar cautela. Según explica a Aceprensa la Dra. Luisa M. Seoane Camino, directora del grupo de Fisiopatología Endocrina en el Instituto de Investigación Sanitaria (IDIS) de Santiago de Compostela, hay que considerar antes que todo que el cannabis “es un producto con importante poder psicoactivo, lo que puede dar lugar a efectos no deseados a nivel central. Los pacientes que presenten antecedentes de enfermedades psiquiátricas pueden experimentar importantes consecuencias adversas, por lo cual sería necesario evaluar cada caso de manera individual”.

Una potencial aprobación de terapias de este tipo precisaría, en opinión de la experta, de una supervisión estricta por parte de profesionales especializados, quienes deberían tener en cuenta, entre otros factores, el historial específico de cada paciente y su adecuación al tratamiento concreto, que, “como en todas las terapias destinas a regular el apetito y la composición corporal”, habría que acompañar de intervenciones relacionadas con hábitos saludables de alimentación y ejercicio físico.

Más chuches, más…

Según el equipo de Wilk, efectos como los mencionados –la mala alimentación y el sedentarismo– se estarían constatando ya con frecuencia en los 24 estados norteamericanos que han legalizado la producción y venta de marihuana recreativa.

Los autores han echado mano de varios estudios, realizados para registrar, por una parte, la frecuencia de visitas a sitios de venta de comida basura (restaurantes de comida rápida y tiendas de alimentación y multiservicios), y por otra, los patrones de gasto en este tipo de comestibles, y los productos concretos que más se adquieren (si aperitivos, patatas fritas, galletas, caramelos, helados…).

En los estados norteamericanos en que se legalizó el cannabis recreativo aumentaron las ventas de alimentos no saludables

Primeramente, utilizaron la Encuesta de Consumidores de Nielsen IQ, que formula estas preguntas cada año a entre 40.000 y 60.000 hogares. Los investigadores tomaron datos de la información obtenida entre 2011 y 2020 en 48 estados norteamericanos, más el distrito capital.

Hallaron así que, en aquellos territorios donde se había legalizado el cannabis recreativo, había aumentado más de tres puntos porcentuales la probabilidad de que realizaran solo una compra semanal de alimentos –una sola–, y que esta incluyera “comida chatarra”. Les llamó la atención, en relación con esto, que la compra de víveres en general había disminuido un 1,4%, lo que hacía resaltar aun más el incremento en la de comida poco saludable, que incluía los snacks (se compraron un 13% más), las galletas (un 17,5 %) y los dulces (un 8,5 %). Las compras de helados se mantuvieron estables.

¿Obesidad? Indicios hay (aunque no concluyentes)

En el entendido de que buena parte de los que han incrementado las compras de alimentos poco saludables son los consumidores de cannabis recreativo, los autores citan algunos estudios (Foltin et al. 1988; Kruger et al. 2019) sobre la mayor inclinación que muestran estos por los alimentos con alto contenido calórico; básicamente, por los azucarados. “Incluso cuando estaban saciados, los consumidores de marihuana experimentaban una mayor preferencia por los alimentos dulces”, escriben.

¿A qué se debería esta tendencia? “En experimentos realizados en animales de investigación se ha demostrado que el tratamiento con agonistas de los receptores cannabinoides incrementa la preferencia por alimentos dulces o con alto contenido en grasa”, dice la Dra. Seoane Camino, quien funge además como vocal de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO).

Según explica, tales sustancias “provocan una alteración en la percepción sensorial de este tipo de alimentos e intensifican su sabor. Esto es una respuesta al incremento en la liberación de dopamina, lo que hace que se asocien con una sensación de recompensa y que se favorezca su consumo en exceso”.

Este hábito, apuntan por su parte los investigadores norteamericanos, se uniría al menor interés que muestran los consumidores de cannabis por la fruta y la verdura, tanto en comparación con sus patrones de ingesta anteriores como con los de la población no consumidora, lo que tendría un negativo efecto colateral.

Experimentos con animales demuestran que el tratamiento con agonistas de los receptores cannabinoides incrementa la preferencia por alimentos dulces o con alto contenido en grasa

De acuerdo con los datos que han recopilado de estudios previos, una alimentación de este corte podría conducirlos a un aumento de peso que, a su vez, los haría presa de riesgos bien definidos para la salud, como el desarrollo de afecciones cardiometabólicas (diabetes, hipertensión, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares), problemas musculoesqueléticos y respiratorios, e incidencias en el embarazo y la fertilidad.

La Dra. Seoane Camino admite, por su parte, que existen algunos indicios, a partir de experimentos realizados en animales, de que “la activación de los receptores cannabinoides tipo 1 (CB1) produce un incremento de la ingesta y alteraciones en el metabolismo lipídico, lo cual contribuye al desarrollo de obesidad y resistencia a la insulina”. Ello sugeriría un vínculo entre el consumo de THC y el desarrollo de obesidad y diabetes, “pero la evidencia no es concluyente y varía según la población estudiada”.

Atornillados al sofá

Por último, el equipo de investigadores estadounidenses presta atención en su pesquisa a la disminución de la actividad física cuando se consume marihuana.

Para obtener números claros, fueron a los datos del Sistema de Vigilancia de Factores de Riesgo Conductuales (BRFSS), instrumento estadístico de los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de EE.UU., y al sondeo ATUS, del Departamento de Trabajo, que informa sobre a qué dedican su tiempo los estadounidenses.

Hallaron así que, en aquellos estados en que se aprobó la marihuana recreativa, disminuyó ligeramente (poco más de un punto porcentual) el número de los que dijeron que habían hecho ejercicio físico en el mes anterior. Cayó en todas las categorías analizadas, entre ellas, en ejercicio cardiovascular intensivo y de fuerza (correr, caminar, subir por una cuerda, montar bicicleta…), y en la práctica de algún deporte (bádminton, fútbol, tenis, natación, piragüismo, etc.). Entre todas las actividades de este tipo, el descenso fue del 1,2%. “En conjunto, las estimaciones del BRFSS sugieren un cambio hacia un estilo de vida más sedentario”, sostienen los autores del informe.

En cuanto al tiempo, se verifica lo esperable según la tendencia: en los estados cannabis-friendly, el sondeo muestra que, tras la aprobación de la sustancia, la gente pasó más tiempo en casa cada día. Concretamente, unos 8.30 minutos adicionales, además de casi 6 menos en el trabajo, casi 3 menos al aire libre y unos 2 menos en restaurantes y bares.

A la luz de los resultados, los investigadores concluyen con la advertencia de que la legalización del cannabis, si bien supone “un paso adelante” en materia de “equidad judicial” –quizás porque un número exagerado de personas pobres fueron encarceladas durante años por tenencia o tráfico de un narcótico mucho menos nocivo que la cocaína o los opioides–, también tiene los indeseados efectos de promover una alimentación no saludable y un estilo de vida sedentario, los cuales pueden tener consecuencias de largo alcance en materia de salud pública.

En un país como EE.UU., con una de las mayores tasas de obesidad a nivel mundial, y con tanta gente dispuesta a atornillarse al sofá y no salir de casa ni a trabajar –como sucedió al final de la pandemia del covid-19–, no hacen falta más incentivos para estas conductas.

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