Con los ojos fijos en la pantalla, no sea que un desliz haga saltar el “game over”, el joven mueve con habilidad los mandos. Solo los suelta para ir a la nevera, coger una lata, abrirla –¡clas!– y tomársela. Va por la tercera. Sus padres le advierten que es demasiado, pero tampoco se alarman: no es alcohol. Es “solo” una bebida energizante… Si acaso, estará más espabilado que de costumbre, y “total, mañana es sábado…”.
Mañana no irá a clase, pero el lunes sí, y allí estará somnoliento –o se dormirá– por haberse quedado en vigilia también durante equis horas de la madrugada previa, engañando al cerebro a base de cafeína pura. O quizás llevará consigo otro de esos refrescos, se lo beberá y hará como que atiende al profesor, o se pondrá eufóri…
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