Refugiados ucranianos: dolor y grandeza

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Los voluntarios se encargan de que no les falte nada a los ucranianos. Hay varios puestos donde se prepara comida y chocolate caliente para el desayuno.
Los voluntarios se encargan de que no les falte nada a los ucranianos. Hay varios puestos donde se prepara comida y chocolate caliente para el desayuno.

Los voluntarios se encargan de que no le falte nada a los ucranianos. Hay varios puestos donde se prepara comida y chocolate caliente para el desayuno.
Texto y fotos: Carolina Bellocq, desde Przemyśl

 

La ciudad de Przemyśl tenía un rico pasado, una población de 70.000 habitantes y poco más. Ahora es uno de los centros del mundo, principal ruta de paso para los miles de ucranianos que escapan de la guerra a través de Polonia. Es testigo del dolor y la resiliencia de los refugiados, y escenario de la grandeza y la generosidad de los voluntarios.

Es imposible describir la situación con números. De acuerdo con la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), hasta el domingo 6 de marzo habían entrado en Polonia unas 600.000 personas. Al sábado siguiente ya sumaban 1.575.500: cerca de 250.000 personas más por día. ¿Cuántas ingresaron por cada frontera? ¿Cuántas se quedan en Polonia y cuántas continúan hacia otros destinos? Es demasiado pronto para tener visión de conjunto.

Lo que sí se puede ver es cómo se está gestionando la crisis en Przemyśl, cruce de una nueva vía consular por la que circulan ucranianos que escapan, polacos que gestionan, voluntarios que entregan. Alguien comentó que este era el “epicentro de la caridad mundial”, y no parece exagerado.

Es la primera estación de trenes y buses fuera de Ucrania. Además, es la ciudad más cercana a uno de los principales cruces fronterizos por autopista. Por lo tanto, los refugiados llegan a miles por día. Algunos saben hacia dónde seguirán y solo esperan unas pocas noches para tomar su próximo transporte o para que los vayan a buscar. Pero otros, la gran mayoría, no tienen un destino claro. Apenas lograron escapar y luego verán qué pueden conseguir.

Resiliencia ucraniana

“Aquí estoy muy bien, por ahora me quedaré”, comenta una mujer en la estación de tren. No parece tener menos de 50 años y en un banco ha colocado su mochila y dos bolsas. Carga su teléfono en una de las regletas de los militares que custodian la aduana y se pasea por allí. “Los polacos son muy buenos, aquí tengo comida y no hace frío”, dice con serenidad. Está sola y claramente no tiene un plan. Sí tiene las necesidades materiales cubiertas: comida caliente, abrigo, techo, conectividad, útiles de aseo. ¿Pero cuánto podrá resistir una persona en esta situación? ¿Llegará el día en que requerirá de una cama en lugar de unas mantas en el suelo?

Una niña elige su peluche en el andén, justo antes de abordar un tren hacia República Checa.
Una niña elige su peluche en el andén, justo antes de abordar un tren hacia República Checa.

Los niños ucranianos que conquistan Przemyśl también parecen tener un escudo. No lloran, más bien al contrario: juegan con el peluche que les acaban de regalar, acarician a su mascota, conversan con sus amigos del tren. Ania, de 11 años y a punto de viajar a Cracovia, está ilusionada por empezar la escuela y por tener nuevas amigas.

“Bombardearon nuestras casas y hemos dejado a nuestras familias, nuestras ciudades, nuestros padres. Pero nos fuimos con los niños para no morir”

Andreo y Vlad tienen 12 y 13 años. Están en el cruce de frontera, a 14 kilómetros de la ciudad. Son los primeros que ven los ucranianos que ingresan a pie. Tienen chalecos de voluntarios y un carro de supermercado con comida de animales y pelotas. Andreo las pinta, y los dos las entregan a quienes llegan con una mascota. Sonrientes, luego corren por el campamento en busca de más suministros, vuelven. Y resulta que son ucranianos, que vinieron desde el país asediado y vieron que podían hacer algo por los demás. “Estaba aburrido, llegué esta mañana. Me puse a disposición de los médicos, les pregunté en qué podía ayudar”, cuenta Andreo. Y ahí está, repartiendo agua a los recién llegados, teniendo una atención con sus mascotas, concentrado en su trabajo para “los que no tienen nada y lo necesitan”… como si él estuviera en una posición de privilegio.

Los trenes de la guerra

Aunque iguales, los trenes que llegan a la estación empiezan a resultar muy distintos. Porque no son comparables los rostros de quienes se escaparon por precaución desde Lviv, por ejemplo, que los que se fueron de Odesa o de Járkov cuando ya era tarde, habiendo visto su vida deshacerse de golpe. Estos últimos hablan sin que se les pregunte. Sin que les importe que, en realidad, la lengua es una barrera insuperable. Lloran, muestran fotos de su casa deshecha, de sus vacaciones cuando todo era normal. Repiten una y otra vez que su ciudad fue bombardeada… y esa palabra sí que se entiende, suena igual que en español.

Lograron irse del infierno pero muchas veces no saben cómo seguirán. “Bombardearon nuestras casas y hemos dejado a nuestras familias, nuestras ciudades, nuestros padres. Pero nos fuimos con los niños para no morir. Los voluntarios de Polonia nos dejaron comida, cosas para los niños. Quieren ayudarnos a encontrar una nueva casa. No conocemos las ciudades de aquí pero ellos nos van a ayudar”. La señora está con sus hijos y no sabe a dónde la llevarán. Pero tiene claro que es un lugar seguro en el norte de Polonia, y no necesita más.

La grandeza polaca

“Seguro”, de hecho, es una de las primeras palabras que se leen en la estación de trenes adonde llegan los ucranianos, pues el gobierno local ha colocado un cartel en los dos idiomas donde da la bienvenida “a un lugar seguro”. Si en algo son afortunados estos refugiados es en los vecinos que tienen: pocos pueblos más empáticos y acogedores que los polacos.

Polonia da a los ucranianos permiso de residencia por 18 meses y una asignación de 64 euros

Sufridores, escarmentados de guerras e invasiones, saben bien lo que padecen sus vecinos. Y no se quedan congelados.

La solidaridad comienza a nivel estatal, con nuevas leyes que permiten a los ucranianos estar 18 meses en Polonia y tener acceso a educación y salud, además de recibir una partida de 300 złoty (64 euros). Cada polaco que reciba refugiados en su casa percibe casi 9 euros diarios por persona.

Pero también, y sobre todo, esta actitud se ve en lo más mínimo. Desde los pequeños negocios que trabajan horas extra para atender a todos, hasta los militares y policías que se dedican más a trasladar valijas de mujeres que a impartir un orden que ya está garantizado. Aunque cansados, los polacos no dejan de sonreír y de buscar soluciones aunque no las tengan. La amabilidad y la paciencia parecen infinitas.

Jóvenes que colaboran con Caritas en la estación de Przemyśl regalan galletas caseras y bebidas
Jóvenes que colaboran con Caritas en la estación de Przemyśl regalan galletas caseras y bebidas

Para los refugiados hay todo: puestos donde se cocina, lugares donde les ofrecen productos de higiene, coches de bebés, ropa, comida de animales, chips de teléfono. Algunos son iniciativa oficial (por ejemplo, los catres del ejército en los campamentos) o de instituciones no gubernamentales, pero otros son acciones aisladas que se suman y multiplican.

Lo que sea por los demás

Kuba, por ejemplo, decidió poner en pausa sus estudios y acercarse al campamento que se organizó en un antiguo centro comercial. “Algunos tenían experiencia en gestión de voluntarios, otros no, pero ya nos estamos organizando”. Duerme en un colegio cercano o junto a los refugiados, y se dedica a coordinar a los que trabajan en el local, que a estas alturas es como un pueblo en sí: hay una zona de médicos, otra de comidas, almacén, rincón para los niños, espacio para las mascotas. Relata que unas 3.000 personas pasan la noche allí, donde el flujo diario es de 10.000 o 12.000 almas. Es que ese centro se consolida, conforme pasan los días, como un lugar de paso: allí se registran los refugiados que buscan destino y los conductores con plazas disponibles, se organizan los viajes y los despiden.

Por ejemplo, Tatyana exhibe un cartel que dice “Francia” en dos idiomas. Como ucraniana residente en otro país, hizo la gestión con su alcaldía y logró llegar a Przemyśl con un bus lleno de suministros. Busca quienes quieran viajar a su ciudad y establecerse ahí. En dos horas logró 25 inscriptos, y queda poco para completar el viaje que sale esa tarde. Como ella, cientos. De Noruega, Dinamarca, España, Italia, Holanda, Bélgica…

Y también cientos –si no miles- de voluntarios extranjeros que ofrecen los servicios más variados. Desde traducir hasta pasear animales, desde escuchar y consolar –que no es poco- hasta brindar atención médica gratuita. Hay quienes instalaron una caravana para que las madres pudieran amamantar a sus hijos y otros que se reúnen en una tienda para clasificar la ropa donada. Ideas no faltan. Generosidad, tampoco.

Lejos de lo que se podría imaginar, el presente en la frontera infunde paz. La pregunta es si se sostendrá a lo largo del tiempo, conforme se sigan poblando estas nuevas capitales.

 

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