Desde mayo pasado se celebra el Año Laudato si’, conmemorando el quinto aniversario de la publicación de esta encíclica del papa Francisco, sin duda uno de los textos de la Iglesia con mayor impacto social, quizá solo comparable al que tuvo en su día la Rerum novarum.
El cuidado de la “casa común” no es preocupación exclusiva del papa Francisco, ya aparece en textos clave de san Juan Pablo II y Benedicto XVI. De hecho, el término conversión ecológica fue propuesto por el primero en 2001, en el marco de la audiencia general del 17 de enero. Decía entonces Juan Pablo II que es preciso “estimular y sostener la ‘conversión ecológica’, que en estos últimos decenios ha hecho a la humanidad más sensible respecto a la catástrofe hacia la cual se estaba encaminando (…) No está en juego solo una ecología ‘física’, atenta a tutelar el hábitat de los diversos seres vivos, sino también una ecología ‘humana’, que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente que se acerque más al proyecto del Creador”.
Su sucesor, Benedicto XVI, no fue menos claro al hablar de la necesidad de “un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones” (Caritas in veritate [2009], n. 51).
Responsabilidad de cuidar
Esta apremiante llamada a la responsabilidad moral con el cuidado de la Creación se ha subrayado con nitidez en el magisterio del actual Pontífice. Además de la encíclica Laudato si’ (la primera que la Iglesia dedica en exclusiva a esta cuestión), son numerosísimos los textos que se refieren a este tema en sus catequesis y mensajes. Su reciente libro Una gran esperanza (2019) incluye un párrafo (p. 147) que refleja, a mi modo de ver, la raíz teológica que debería guiar la visión de un cristiano ante la cuestión ambiental:
“Hemos olvidado quiénes somos: criaturas a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), llamadas a vivir como hermanos y hermanas en la misma casa común. No fuimos creados para ser individuos que mangonean, fuimos pensados y deseados en el centro de una red de vida compuesta por millones de especies unidas amorosamente por nuestro Creador. Es la hora de redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros, custodios de la creación. Es el momento de arrepentirse y convertirse, de volver a las raíces: somos las criaturas predilectas de Dios, quien en su bondad nos llama a amar la vida y vivirla en comunión, conectados con la creación”.
Redescubrir al Creador
Redescubrir la visión católica de la Creación (que es mucho más que el concepto de Naturaleza) equivale a valorar todas las criaturas por su valor intrínseco a los ojos de Dios, que ha querido que existieran como manifestación de su Bondad, Sabiduría y Belleza. No se trata obviamente de promover una visión panteísta, donde la Naturaleza tenga un carácter divino, sino de valorar la huella divina presente en la Naturaleza, que debería provocar al creyente sentimientos de veneración y agradecimiento al Creador.
Para un creyente, no se trata tanto de conservar la Naturaleza, como de custodiar la Creación
Por eso, la conversión ecológica que pide el Papa implica redescubrir la figura de un Padre Creador, que elige y conserva amorosamente a sus criaturas, todas ellas necesarias para garantizar la red de la vida, todas ellas alabando por su existencia a Quien les hizo existir. “Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan. Todo aclama al Señor. Todo le canta” (Salmo 64). Para un creyente, no se trata tanto de conservar la Naturaleza, como de custodiar la Creación, que incluye lo primero, pero dándole un sentido espiritual mucho más amplio y profundo.
Curiosamente, en la Iglesia católica no había una fiesta litúrgica que hiciera especial referencia a Dios Padre, ni una conmemoración concreta de Su Creación. Siguiendo una iniciativa del Patriarca de Constantinopla, el papa Francisco propuso en 2015 la celebración en la Iglesia de la jornada mundial de oración por la Creación, el 1 de septiembre. Desde entonces vienen desarrollándose diversas iniciativas en torno a ese día, buena parte de ellas de contenido ecuménico. Poco después se amplió esta celebración hasta el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís –declarado patrón de la ecología por Juan Pablo II– y se denominó Tiempo de la Creación al periodo que abarcan ambas fechas.
Jubileo de la Tierra
Este año, el papa Francisco ha querido dar un especial relieve a esta celebración enviando un mensaje donde propone un Jubileo de la Tierra, coincidiendo este año con el 50 aniversario del Día de la Tierra. Recuerda el Papa el sentido sagrado del Jubileo en el pueblo de Israel: un tiempo para recordar, para regresar, para descansar, para reparar y para alegrarse. El descanso de la Tierra tras 49 años de trabajo mostraba al pueblo elegido el sentido último de los bienes de la Creación, su pertenencia a Dios, la presencia de ciclos naturales, la necesidad de reparar las injusticias y retornar a la armonía original.
De la misma forma, el Papa Francisco nos anima a reflexionar sobre los daños que infringimos al planeta por la avaricia humana, el consumismo desenfrenado y el afán desmedido de posesiones. Todo ello impacta más directamente a la población más frágil; por eso dice: “El Jubileo nos invita a pensar de nuevo en los demás, especialmente en los pobres y en los más vulnerables. Estamos llamados a acoger de nuevo el proyecto original y amoroso de Dios para la creación como una herencia común, un banquete para compartir con todos los hermanos y hermanas en un espíritu de convivencia; no en una competencia desleal, sino en una comunión gozosa, donde nos apoyamos y protegemos mutuamente”.
No solo destruimos alocadamente los recursos terrestres; también ese materialismo consumista pervierte nuestra propia naturaleza, nos crea tensiones, nos aleja de Dios con el espejismo de un placer pasajero que no da felicidad. La conversión ecológica lleva a recuperar el sentido de alabanza por los bienes de la Creación, la capacidad de contemplar la belleza y riqueza de los bienes que Dios nos regala, el asombro y agradecimiento ante esta casa común y las criaturas que la habitan, la frugalidad y la sencillez de vida, el aprecio por los más vulnerables, quienes más sufren la degradación del ambiente, y por los que habitarán en el futuro este hogar que Dios nos ha preparado.
Para un creyente la respuesta a los problemas ambientales no puede ser la indiferencia (“no es mi problema”), el rechazo (“no depende de mí”) o el fatalismo (“no puedo hacer nada”). El Papa termina su mensaje para el Jubileo de la Tierra con una llamada a la esperanza, recordando la gran movilización de muchas comunidades cristianas y de la sociedad civil “para el cuidado de la casa común y los pobres”. Dios cuida su Creación amorosamente y, aunque respeta nuestra libertad, se une a nosotros cuando procuramos reducir nuestros impactos negativos o reparar el daño causado. “Alegrémonos porque, en su amor, el Creador apoya nuestros humildes esfuerzos por la Tierra. Esta es también la casa de Dios, donde su Palabra ‘se hizo carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1,14), el lugar donde la efusión del Espíritu Santo se renueva constantemente”.
Emilio Chuvieco
Departamento de Geología, Geografía y Medio Ambiente
Universidad de Alcalá