Quienes votaron Brexit querían soberanía

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El rechazo del Parlamento británico al acuerdo de salida de la UE negociado por Theresa May abre la puerta a varios escenarios posibles, desde la salida sin pacto con Bruselas hasta la reapertura de las negociaciones, pasando por la convocatoria de otro referéndum sobre el Brexit. Ante el riesgo de que los cálculos económicos o políticos se impongan en esta etapa incierta, los pro-Brexit avisan de que su prioridad siempre fue la soberanía.

Si hay algo que molesta a los partidarios del Brexit es el paternalismo de quienes les dicen que no sabían lo que estaban votando en la consulta de 2016, sostiene Tom Slater en Spiked. También les fastidia que insistan en explicarles por qué votaron así. Sobre todo, cuando los motivos que les imputan hablan de intenciones no declaradas como el racismo, el malestar ante la austeridad o el furor antiinmigración.

El control más estricto de las fronteras estaba presente en muchos pro-Brexit, admite Slater. Pero el motivo que pesó más en la mayoría fue el deseo de reforzar la soberanía. Así lo atestigua una encuesta a pie de urna de Lord Ashcroft a 12.369 personas el día de la votación. Casi la mitad (49%) de quienes votaron a favor de abandonar la UE dijeron que la razón más importante era “el principio de que el Reino Unido debe tomar las decisiones que le afectan”.

A este motivo le sigue (33%) el deseo de “recuperar el control sobre la inmigración”, que, como observa el comentarista de Spiked, está íntimamente unido al primer motivo: recuperar la soberanía “significa también recuperar el control de las fronteras”. De modo que “no era solo un voto para reducir la inmigración”.

Algunas regiones que apoyaron el Brexit con más entusiasmo pueden ser las más golpeadas por la salida de la UE

Los resultados de la encuesta de Lord Ashcroft coinciden con los argumentos que utilizaron destacados pro-Brexit durante la campaña. “El referéndum no debe ser en primer lugar sobre el comercio o la regulación de las empresas. Es sobre nuestra democracia. ¿Deseamos ser un país independiente que se gobierna a sí mismo o no?”, planteaba el diputado conservador John Redwood.

¿Sin voz ni voto?

Con esto en mente, se entiende por qué la convocatoria de un segundo referéndum sería la peor opción para los pro-Brexit. Frente al argumento de que ahora los británicos conocen mejor las duras condiciones de Bruselas o las pérdidas económicas que conlleva la salida de la UE, “lo que hace perfectamente coherente con la democracia que los votantes tengan la oportunidad de cambiar de opinión”, como dijo en un debate televisado Lara Spirit, copresidenta de la campaña Our Future Our Choice, Slater niega que la celebración de otra consulta sea lo más democrático.

“Cuando votas, esperas que sirva para algo. (…) Cuando tomas una decisión en un referéndum histórico, con una participación histórica y un resultado crucial, esperas que lo que ha salido se lleve a la práctica antes de que se vuelva a votar ese asunto. Creo que es una tremenda falta de honradez decir que volver a votar hasta que salga el resultado que te gusta, supone más democracia”.

Y a quienes les preocupa el hastío con los políticos, les recuerda que repetir la consulta solo traería más desencanto: “Tony Benn [un destacado político laborista fallecido en 2014] decía que mucha gente en este país no tiene dinero ni influencia, ni la atención de quienes gobiernan. Pero les queda el voto. Y en el momento en que lo desprecias, como ocurriría con un nuevo referéndum, les estarían dejando sin muchas opciones”.

Una derrota mal encajada

En estas declaraciones hay una alusión a los votantes de clase obrera, que se han ido alejando del debate político en los últimos años con la sensación de que no cuentan para los políticos de Westminster. “Si hasta la década de los ochenta había habido escasa diferencia en la tasa de participación entre la clase obrera y la clase media (menos de 5 puntos)”, explica Matthew Goodwin en Quillette citando los datos de otro politólogo, “en 2010 esta diferencia se había ampliado considerablemente hasta 19 puntos”.

Es cierto que la coalición de votantes que se decantaron por el Brexit integró a perfiles diversos, pero también lo es que muchos trabajadores de baja cualificación vieron en la salida de la UE una forma de protestar contra la globalización. Para Goodwin, el referéndum de 2016 fue la primera vez en la historia reciente del Reino Unido en la que la clase media progresista –que tanto había apoyado la apertura de fronteras– salió derrotada.

Tanto es así que algunos líderes laboristas, preocupados por su desconexión con un sector de sus votantes tradicionales, no dudaron en entonar un mea culpa por no haber sabido escuchar a quienes creen que la globalización “menoscaba sus posibilidades de empleo, su acceso a la vivienda y a la seguridad económica, e incluso su estilo de vida”.

Pero los laboristas –igual que los tories– siguen divididos. El mismo día en que el Parlamento británico rechazó la moción de censura a Theresa May planteada por Jeremy Corbin, un tercio de los diputados laboristas (71 de 256) presionaron a su líder para que apoye un segundo referéndum sobre el Brexit, opción que por ahora parece improbable, si bien cuenta con el respaldo del Partido Nacionalista Escocés, los liberal-demócratas y los Verdes. Por su parte, May dejó claro en septiembre que volver a plantear la consulta sería “una traición grave a la democracia” y a la confianza de los ciudadanos.

“El que la hace, la paga”

Que la soberanía importa más a los pro-Brexit que el coste económico de irse de la UE, lo sugiere su relativa despreocupación –durante la campaña y ahora– ante los malos pronósticos que les han ido ofreciendo desde organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco de Inglaterra, hasta importantes agencias de calificación crediticia como Moody’s, Fitch o Standard & Poor’s.

“Creo que es una tremenda falta de honradez decir que volver a votar hasta que salga el resultado que te gusta, supone más democracia” (Tom Slater)

Un reciente artículo de Jason Douglas, corresponsal del Wall Street Journal en el Reino Unido, explica que algunas regiones que apoyaron el Brexit con más entusiasmo pueden ser las más golpeadas por la salida de la UE. Y recoge testimonios recabados por una consultora, en los que se ve que muchos pro-Brexit que viven allí consideran que es un precio que vale la pena pagar. “Para mí, todo esto tuvo que ver [desde el principio] con la soberanía. Lo que ganaremos a largo plazo con la salida compensa una crisis económica”, dice un profesor de biología. “El Reino Unido necesita integrar [en el mercado de trabajo] primero a sus ciudadanos”, comenta una profesora de matemáticas en prácticas.

Pero ninguno de los dos trabaja en sectores dependientes de las exportaciones, que son los que más lo notarán. Dougal cita un estudio de la Universidad de Sussex con estimaciones nada tranquilizadoras: si el Reino Unido opta por una salida serena y pactada con Bruselas, la región industrial de West Midlands –donde el Brexit ganó por casi el 60% de los votos– podría perder unos 30.000 puestos de trabajo (el 1,2% de los trabajadores). Si la salida es brusca, la cifra podría elevarse al doble. En Tamworth, una ciudad de 80.000 habitantes donde el 67% de los votantes votaron por el Brexit, podría reducirse en un 4%.

Antes estos datos, las actitudes de los pro-Brexit varían desde el escepticismo hasta la estoica aceptación. Pero la opción de otro referéndum no convence. Tampoco a todos los partidarios de quedarse en la UE. Como dice un vecino de Tamworth, los británicos han tomado una decisión y deben asumir las consecuencias: “El que la hace, la paga”. Esto también es soberanía.

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