Sugerencia: aparca el móvil y háblale a tu niño

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Sugerencia: aparca el móvil y háblale a tu niño
Jelena Stanojkovic

Si la tele recibió en su momento el apelativo de caja tonta por su capacidad para cautivar a todo el que se sentara ante ella y sacarlo del mundo real durante horas, hay que decir en justicia que también se prestaba a facilitar el diálogo, el compartir. Cuando un padre se plantaba en el sofá con su hijo a ver algún programa, lo más natural era que fuera respondiendo uno a uno los “¿y por qué pasa esto?” que el niño le dirigía.

Con el móvil no sucede así. O sucede menos, habría que decir, porque el padre tiene su teléfono, y al niño, para que se esté tranquilo, se le da otro, o una tablet o algún otro tipo de pantalla de efectos “cuasicongelantes”. Cada uno en lo suyo, entretenidos, sin intercambio verbal. Sin nuevas palabras que enunciar para que el niño las descubra, conozca su significado y se aventure a utilizarlas.

Según explica la psicóloga Erika Komisar en un artículo para el Institute of Family Studies, sería incorrecto decir que toda tecnología perjudica inevitablemente las habilidades comunicativas del menor: “Cuando los padres ven películas o televisión educativa con sus hijos e interactúan con ellos, los niños pueden aprender a procesar y discutir lo que están experimentando”.

Cosa diferente sería, dice, utilizar la tecnología como niñera. Ello “limita esas oportunidades de interacción. La tecnología con moderación, como durante viajes largos en automóvil o en transporte público, puede no ser dañina, pero su uso excesivo conduce al aislamiento social y dificulta el desarrollo de habilidades”.

Luego, si el niño articula mal las consonantes, o no domina el número promedio de términos que se esperaría para su edad, o muestra dificultad para enlazar partes del discurso, los padres sacarán tiempo para ir a hablar con el psicólogo o el logopeda, cuando lo ideal hubiera sido dedicarle un poco más a hablar, sí…, pero con el niño.

A menos atención mutua…

Las pantallas, al interferir en el proceso de comunicación entre padres e hijos, pueden restar oportunidades de conversación y diversidad de vocabulario.

Así lo afirma un equipo de investigadores australianos en su informe “Screen Time and Parent-Child Talk When Children Are Aged 12 to 36 Months”, publicado recientemente en JAMA Pediatrics. Los expertos han examinado los datos obtenidos del seguimiento a 220 familias con hijos pequeños, entre enero de 2018 y el 31 de diciembre de 2021.

Incluso con no más de una hora diaria de pantallas, un niño de 36 meses dejaría de escuchar 400 palabras por parte del adulto a cargo

La constatación del nivel de desarrollo léxico se efectuó al final de cada semestre (cuando los niños alcanzaban los 12, los 18, los 24, los 30 y los 36 meses). Para ello, se utilizó un software de reconocimiento de sonidos (denominado LENA) que delimitaba el tipo de emisiones audibles en el hogar: si los sonidos eran palabras de personas que se hallaban presentes, palabras salidas de un móvil, de una tele, simples ruidos, etc.

Según lo que se pudo registrar por esta vía, el incremento de las horas de exposición a pantallas estaba en relación inversa con el tiempo de conversación entre los progenitores y su bebé. El menor tiempo de interacción verbal entre ellos se constató a los 36 meses de edad: en esa etapa, “un minuto adicional de tiempo de pantallas se relacionó con una reducción de 6,6 palabras de los adultos, casi cinco vocalizaciones menos por parte del niño y una situación conversacional menos”.

Los investigadores observaron que hay pérdida incluso si los padres se atienen a lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) entiende como todavía aceptable, que sería, a los 36 meses, una hora de pantallas al día. De quedarse el niño a merced de estas únicamente durante ese lapso, dejaría de hacer 294 vocalizaciones y se estaría perdiendo 397 palabras de sus cuidadores adultos. Lógico: a menos atención mutua, menos vocabulario para el que lo necesita.

Como cuando veíamos la tele

¿Importa realmente que un adulto hable más o menos si, en definitiva, la tele y otros dispositivos electrónicos son también fuentes emisoras de lenguaje, y están a la mano?

Sí, sigue importando. Otra investigación, esta vez de un equipo multidisciplinar de varias universidades estadounidenses y europeas, titulada “Everyday language input and production in 1001 children from 6 continents”, aporta datos sobre la cantidad de palabras que han emitido unos mil niños de 12 países durante 40.000 horas, para cuyo monitoreo se ha empleado el ya mencionado programa de reconocimiento de sonidos (LENA).

Aquí los expertos no han reparado en las pantallas, más bien han querido observar la cantidad de léxico que emiten los padres en la interacción con sus hijos durante un período algo más extenso (de los cero a los cuatro años de edad).

Cabe añadir que en la muestra confluyen menores de los más diversos backgrounds: de hogares pobres y de altos ingresos, de madres sin estudios y universitarias, de entornos urbanos y rurales… Ninguna de esas circunstancias, sin embargo, pesó más que el grado de interacción de los niños con sus padres para ayudarles en el desarrollo del lenguaje.

“Los niños que escucharon más conversaciones de los adultos produjeron más habla –señala el texto–. A diferencia de conclusiones anteriores, basadas en métodos de muestreo más limitados y en un conjunto diferente de indicadores lingüísticos, el nivel socioeconómico (relacionado con la educación materna) no se asoció significativamente con las producciones de los niños [balbuceos, sílabas, palabras u oraciones], durante los primeros cuatro años de vida, como tampoco lo estuvieron el género o el multilingüismo”.

No lo dicen los investigadores, pero, dada la actual ubicuidad de los dispositivos tecnológicos (las pantallas en primer lugar), se infiere que buena parte de las situaciones conversacionales entre padres e hijos, en el hogar o fuera de este, habrán tenido lugar en la proximidad de esas fuentes emisoras de mensajes. En conclusión, que, dado que han venido para quedarse, conviene –como apuntan los autores del primer estudio– identificar los modos en que el tiempo de pantallas pudiera facilitar las interacciones. Por ejemplo, dicen, “a través de la visualización conjunta interactiva”.

Sí, como cuando reinaba la tele.

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