Las tecnologías y la salud mental de los adolescentes: alarmistas vs. escépticos

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Las tecnologías y la salud mental de los adolescentes: alarmistas vs. escépticos
Foto: Pixabay

Hay un cierto consenso sobre la crisis de salud mental en jóvenes y en adolescentes, Sin embargo, cuando se trata de ponerse de acuerdo sobre las causas, comienza la complicación. El principal punto de fricción es la tecnología: ¿causante o síntoma? ¿Está su impacto sobredimensionado? Este es el debate entre “escépticos” y “alarmistas”.

Las tasas de suicidio, autolesión, ansiedad y depresión en adolescentes están alcanzando unos niveles históricos. Una parte se explica porque la reducción del estigma asociado a los problemas psicológicos facilita que los jóvenes pidan la ayuda que necesitan, de modo que se conocen así más casos de los que salían a la luz anteriormente.

Sin embargo, la realidad es, como siempre, más compleja.

El impacto de la tecnología en la salud mental de los jóvenes se ha convertido en un debate social y académico que divide a los que creen que las pantallas son las principales culpables y los que denuncian que esto es una teoría simplista que impide abordar los verdaderos problemas. Con todos los matices y grises que caben entre los dos extremos, por supuesto.

¿Los adolescentes que pasan más tiempo en redes tienen una peor salud mental o precisamente por tener una peor salud mental pasan más tiempo en redes?

¿Son las redes sociales la causa o un síntoma?

En el núcleo de este debate está la pregunta de si la relación entre el consumo de tecnología, especialmente de redes sociales, y el declive en salud mental es causal o correlacional.

El psicólogo Jonathan Haidt es el principal abanderado de la primera hipótesis. Así lo ha defendido desde hace años en sus investigaciones publicadas en After Babel.

En su nuevo libro, The Anxious Generation, Haidt argumenta que la mala salud mental de los jóvenes tiene su origen en el consumo abusivo de unas tecnologías diseñadas para generar adicción y en el modelo moderno de crianza, marcado por la sobreprotección.

Sus premisas han sido contestadas por Candice L. Odgers en un artículo en Nature. Odgers es decana asociada de investigación y profesora de Ciencias Psicológicas e Informática en la Universidad de California, Irvine. También dirige redes internacionales sobre desarrollo infantil para el Instituto Canadiense de Investigación Avanzada de Toronto y la Fundación Jacobs de Zúrich (Suiza).

Ella defiende que no se puede atribuir el declive en salud mental a las redes, que los estudios no arrojan conclusiones claras y que, en todo caso, el nexo sería correlacional y no causal. Es decir, por ejemplo, los adolescentes que ya tienen algún problema de salud mental, tienden a pasar más tiempo en las redes sociales o de forma diferente a sus compañeros sanos.

El declive en la salud mental de los adolescentes es una tendencia internacional que no puede explicarse solo con las particularidades de cada país

El modelo alternativo es insuficiente

El mismo Haidt ha contestado a la crítica de Odgers señalando las lagunas de su tesis.

En primer lugar, el psicólogo señala que sí que hay evidencia científica que respalda la influencia de las redes en la salud mental de los adolescentes. Haidt apunta en concreto a cómo el comienzo de la crisis en las chicas se puede localizar en 2012, cuando el uso del smartphone ya está normalizado entre los adolescentes y se introduce el fenómeno selfie.

Y, sobre todo, Haidt señala que esta tendencia es internacional, algo que los modelos alternativos no son capaces de explicar. ¿Por qué se produce la misma crisis en salud mental en la adolescencia a la vez y en distintas zonas del mundo?

Haidt rechaza así el argumento de Odgers de que el acceso a las armas, la exposición a la violencia, la discriminación y el racismo estructural, la crisis de opioides, el abuso sexual, el declive económico o el aislamiento que ha vivido la sociedad estadounidense en los últimos años puedan ser la explicación.

Los escépticos ponen el foco en problemas reales que también están impactando a los menores.

Problemas a los que no se presta atención

Sin embargo, los llamados escépticos también señalan cuestiones importantes que, si no se tienen en cuenta, pueden hacer que no se resuelvan problemas de fondo que están influyendo en la salud de los menores.

En primer lugar, se oponen a que la cuestión de la tecnología se convierta en un debate de “todo o nada”, sin diferenciar entre distintos tipos de dispositivos, o de lugares y tiempos de uso.

Por ejemplo, una cosa es querer que los adolescentes no usen el móvil en clase (algo que la mayoría de los colegios ya prohíbe) y otra es eliminar toda herramienta tecnológica de las aulas y catalogarla automáticamente como mala.

Este tipo de simplificaciones son las que critica, por ejemplo, Carlos Magro, presidente de la Asociación de Educación Abierta.

Responsabilizar a la tecnología del fracaso escolar o educativo puede provocar que no se ponga el foco en otras medidas de probada eficacia como la mejora de las condiciones laborales de los docentes o la reducción de la ratio alumnos-profesores.

Otro factor esencial es la familia. Cada vez más estudios señalan cómo el tipo de familia, tanto en su estructura como en su nivel socioeconómico, es uno de los principales predictores del éxito escolar y de la felicidad general de un adolescente.

Tal y como señala el filósofo Gregorio Luri en su reciente artículo para Aceprensa, Ian Rowe, un educador negro estadounidense, sostiene abiertamente que, si un niño en situación de pobreza se gradúa en la escuela secundaria, encuentra un trabajo, se casa y tiene hijos, en ese orden, está siguiendo un patrón conocido en las ciencias sociales como “secuencia del éxito”. Para este niño, la posibilidad de permanecer en la pobreza como adulto se reduce a un 2%. “No hay una política pública que se acerque a ese tipo de resultados”, denuncia Rowe.

Por último, los escépticos también apuntan al fenómeno de la banalización de la salud mental, y de cómo es probable que el declive en los adolescentes se deba a la patologización de experiencias vitales que antes se afrontaban con normalidad.

En un tuit, el psicólogo, columnista y escritor, Michael Shermer, se pregunta: “¿Se debe el fuerte aumento de la depresión adolescente (y de los trastornos de ansiedad, los trastornos alimentarios, la ideación suicida, el TDAH, etc.) a causas exógenas como las redes sociales/teléfonos inteligentes, el mimo de los padres, la teoría de la historia vital, etc.?  ¿Y si la causa es endógena, un artefacto de la patologización de las cosas por las que los adolescentes solían enfadarse normalmente (y de las que se recuperaban rápidamente), y por las que en su lugar ahora reciben diagnósticos de depresión, TDAH, autismo, trastornos de ansiedad, etc., y entonces se crea un bucle de retroalimentación en el que se instruye a los niños a rumiar, meditar y revolcarse en sus emociones negativas, lo que sólo alimenta el problema, y eso es lo que ha causado este pico?”.

La reflexión de Shermer resume bien una postura de este debate (a la que también se acusa de simplismo), que defiende que los adolescentes están sufriendo porque padres y profesionales patologizan conductas y experiencias normales en vez de darles las herramientas necesarias para enfrentarse a ellas.

Hay terreno común en estas posturas

Lo que se puede concluir es que estamos ante un fenómeno complejo y multicausal que se puede y se debe abordar desde muchos frentes.

La buena noticia es que no hace falta ponerse de acuerdo en todo para empezar a trabajar. La propia Odgers reconoce que son razonables muchas de las propuestas de Haidt, como aprobar políticas más estrictas de moderación de contenidos u obligar a las empresas a tener en cuenta la edad de los usuarios al diseñar plataformas y algoritmos; ponerlas en marcha sería beneficios para los adolescentes, los colegios y sus familias.

Por otro lado, hay que rechazar la nostalgia inútil que pretende que los adolescentes tengan la misma infancia que los que vivieron en un mundo que no estaba dominado por las pantallas.

La tecnología (que es mucho más amplia que las redes sociales), con sus trampas y sus herramientas útiles, forma parte del mundo en el que viven, así que quizá tiene más sentido educarles para que sean capaces de discernir y utilizarlas para que la tecnología esté a su servicio y no ellos al servicio de la tecnología.

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