Vivir en comunidad: una alternativa para un mundo cada vez más solitario

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Vivir en comunidad: una alternativa para un mundo cada vez más solitario
Eloi Motte / Shutterstock

En 2024, el 28% de los hogares en España son unipersonales, según el Instituto Nacional de Estadística, un porcentaje que, se proyecta, crecerá hasta el 33,5% para el 2039. No son estadísticas que sorprendan. Hace tiempo que se habla de los altos índices de divorcio, de la caída de la natalidad y de la dificultad que tienen los jóvenes para encontrar pareja. Parece que estas tendencias apuntan a una realidad inevitable: la era de los hogares constituidos por la “familia nuclear” se está acabando. En este paisaje, cada vez más personas buscan nuevas formas de construir comunidades y vivir acompañados.

Maria Wurth estaba pensando qué hacer tras graduarse en el Benedictine College, cuando le contaron sobre una casa en Nashville (Estados Unidos) llamada Mother Theresa. Además de tener un nombre, que ya es algo inusual para un edificio, las dinámicas que tomaban lugar bajo ese techo tampoco eran muy comunes. Allí vivían cinco mujeres jóvenes, que, aunque no compartieran sangre, sí compartían su vida y su fe católica. Se trataba de una comunidad intencional; es decir, un grupo de personas sin vínculos familiares que eligen vivir juntas no solo por ahorrar dinero, sino porque les une una determinada visión social, política o espiritual, o un interés común. Sin saber muy bien cómo funcionaba, Wurth decidió mudarse.

Ahora, un año después, es la líder escogida de Mother Theresa. Se encarga de “supervisar que todo esté yendo bien, que cada una de las chicas esté llevando a cabo el rol que ha asumido ese mes”, señaló en declaraciones a Aceprensa. Entre esos roles está revisar que todos los quehaceres estén cubiertos, liderar los tiempos de oración, planear fiestas para la casa y organizar eventos en los que pueda participar la comunidad en un sentido más amplio (vecinos, amigos, familiares). No son simples compañeras de piso: ellas viven juntas no por motivos de mera conveniencia o amistad, sino porque quieren dar el mismo sentido a esta etapa de sus vidas. “Es un acto de rebeldía, en una sociedad donde el aislamiento es la norma, pero también un acto de libertad”, dice Wurth.

Vivir en una comunidad intencional supone un acto de rebeldía en una sociedad donde el aislamiento es la norma

Mother Theresa es parte de una red de comunidades intencionales que surgieron de forma orgánica e independiente, sin ser supervisadas por ninguna institución, y de la que ya hay cinco casas para chicos, y cinco para chicas. Aunque cada una se organiza de forma independiente, según vean mejor sus miembros, todos intentan reunirse en sus respectivas comunidades al menos una vez a la semana para cenar juntos y hacer adoración eucarística. Wurth señala que vivir con otras personas de una forma tan intencional solo le ha traído beneficios: “Me ha ayudado a apartarme del egoísmo y a crecer desde la colaboración”; por eso, si llega a formar una familia en el futuro, piensa hacerlo cerca de amigos y seres queridos, otra manera de hacer parte de una comunidad.

Familias que forman comunidades

Esta forma de vida que imagina Wurth ya existe. Es el llamado co-housing comunitario: conjuntos no muy numerosos de viviendas familiares –habitualmente chalets– construidos con la intención deliberada de funcionar como una gran comunidad. Aunque cada familia tiene una casa propia y autosuficiente, hay un espacio común entre los edificios. Los residentes de esta especie de “barrios pequeños” quedan de vez en cuando para comer juntos, comparten actividades y, ante todo, se sienten respaldados y acompañados, ya sea para pedir ayuda con la crianza de los hijos, compartir utensilios, o ir juntos en el coche para evitar gastos. Son los mismos residentes los que se encargan de administrar y organizar a la comunidad.

Para finales de la próxima década, el “co-living” representará en España más del 15% de la obra nueva destinada a alquiler

Este tipo de modelo residencial busca un equilibrio entre la privacidad y la vida en comunidad. Como señala la Canadian Co-housing Network, “los diseños de estos conjuntos favorecen el contacto comunitario espontáneo”. Por ejemplo, los aparcamientos suelen situarse en una zona común, el edificio principal del poblado acostumbra a estar situado en el centro, para así favorecer la interacción entre los miembros. Suelen estar formados por unas 20 a 40 unidades familiares y pueden participar de ellas cualquiera que esté interesado, no importa el tipo de estructura familiar que tenga.

Crear una familia de una forma distinta

No obstante, el co-housing familiar es solo uno de los tipos de comunidades intencionales. Otra opción es lo que se suele llamar co-living: edificios de mini-apartamentos, con áreas comunes como cocinas, salas de estar y espacios para trabajar. Estructuras que permiten un modelo que ofrece toda la privacidad y autonomía en cada habitación, pero también compañía y comunidad a través de los espacios compartidos.

Las personas promedio que buscan un hogar en estos espacios tienen entre 19 y 40 años, suelen ser nómadas digitales, estudiantes o fundadores de startups, señala SharedEasy, una compañía que promueve este tipo de viviendas. Es un mercado que está creciendo en todo el mundo. En concreto, en España se estima que para 2025 representará el 16% de la oferta de obra nueva destinada a alquiler, según la consultora Savills. Parece un signo de los tiempos, de una cultura que desea algún tipo de estabilidad y suelo firme, pero manteniendo la flexibilidad y movilidad exigidas por los nuevos mercados laborales.

Otras personas buscan en una comunidad intencional un vínculo más duradero, y unas dinámicas que se asemejen más a las familiares. En Seattle (Estados Unidos), un grupo de mujeres mayores de 60 años vive en una casa comunal desde hace más de 14 años. La mayor tiene 80. Se han comprometido a cuidarse unas a otras, atienden juntas el jardín y son dueñas de cuatro gallinas. Davida Wolf, de 65, le comentó a la cadena NPR que su cometido principal al mudarse era “crear una familia de una forma distinta”.

Algo similar quería instaurar Feÿtopia, una comunidad de “élite” formada por artistas, activistas, emprendedores, académicos y entusiastas de las tecnologías que durante cinco meses al año se reúne en un castillo a las afueras de París para “explorar la forma en que vivimos, trabajamos y jugamos”, como explican en su página web. Y cuando se dice “élite” no se está exagerando. Ese castillo francés ha sido la casa, según cuentan, de dos ganadores de premios Nobel, algunos profesores de las universidades más prestigiosas del mundo y fundadores de las compañías tecnológicas más influyentes.

La comunidad funciona como lo haría una familia, o más bien un grupo de roommates: cada uno dispone de su cuarto, pero tiene que “asumir un poco de carga”; por ejemplo, tiene que responsabilizarse de “tres turnos de limpieza” a la semana. Pero, a diferencia de lo que sucedería cuando se vive con compañeros de piso, esos turnos de limpieza y diferentes encargos se suelen hacer en compañía. Se espera, además, que los miembros de la comunidad propongan actividades para realizar juntos: clases de yoga, entrenamientos hiit, paseos, quedadas para cantar, fiestas, etc.

Con miras a un cambio social

Otras comunidades intencionales nacen como una red de apoyo para quienes pertenecen a un colectivo vulnerable. Por ejemplo, CoAbode es un programa que ayuda a madres solteras en Estados Unidos a encontrar otras mujeres en la misma situación, interesadas en compartir vivienda y colaborar así en la crianza de los niños. En España, Living Cohousing proporciona un modelo de “co-housing senior”, comunidades diseñadas y estructuradas específicamente para personas mayores.

Todas estas iniciativas comparten el deseo de contribuir a reparar el tejido comunitario, a revertir el aislamiento social típico de nuestra época. Ya sea reuniendo a una élite de “pensadores” en un castillo para explorar formas de mejorar la convivencia humana, al estilo de Feÿtopia, u organizando eventos sociales en los que pueden participar vecinos, familiares y amigos, como se hace frecuentemente desde la casa Mother Theresa. El mes pasado, por ejemplo, transformaron la vivienda en una “cafetería”; quienes se quisieran acercar se instalaban en el jardín y pasaban un rato de la tarde alrededor del café y la compañía. Se trata de un retorno al colectivo, a lo común. Como dice Wurth, es necesario “apartarse de una cultura atomizada y acercarse a una cuyo centro esté en conocer a quienes consideramos extraños”.

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