Viviendas intergeneracionales: una tendencia al alza

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viviendas intergeneracionales

En muchos casos, todo comenzó con la búsqueda de una vivienda asequible. Con los precios por las nubes, muchos jóvenes recurrieron a esta opción: compartir domicilio con una persona de otra generación para poder hacer frente al elevado coste de vida. También son cada vez más los mayores que han optado por esta opción de vivienda intergeneracional para así compartir espacios excesivamente grandes. Pero hay otra razón primordial que les ha llevado a ello: no sentirse tan solos.

Ella tiene 27 años de edad; él, 85. Ella es estudiante de posgrado de ciencias de la salud en Vancouver; él, profesor universitario de física en la Simon Fraser University, ya retirado. Ambos son compañeros de piso.

Esta no es una historia inventada, sino la historia de Siobhan Ennis y Michael Wortis, dos compañeros de piso a quienes separan 58 años de edad. Pero ellos no son una excepción, sino una creciente tendencia. A principios de verano, un artículo del Washington Post se hacía eco de este fenómeno: cada vez son más las personas que habitan en viviendas intergeneracionales. Según datos de este año del Pew Research Center, un 18% de estadounidenses ya se encuentran en este tipo de arreglo –más o menos 60 millones de personas–, una cifra que se ha cuadriplicado desde 1970.

Pero este fenómeno no se da exclusivamente en Estados Unidos; también en Canadá o Francia se ha registrado una creciente demanda por este tipo de convivencia, con una gran proliferación de empresas y organizaciones dedicadas a la labor de juntar a mayores y jóvenes. En Dinamarca, por ejemplo, ya se están diseñando espacios dedicados a favorecer la convivencia entre generaciones. Este es el caso de The Future Sølund, un complejo residencial que combinará, entre otros, 360 viviendas para miembros de la tercera edad y 150 viviendas para jóvenes, con el objetivo de fomentar la inclusión y la comunidad.

Dos causantes de este fenómeno son precisamente dos grandes problemas contemporáneos: viviendas inasequibles para los jóvenes y la soledad de los mayores

De primeras, resulta llamativo que en nuestra época, una en la que la vejez tiende a ser olvidada –si no escondida– y en la que el trato entre generaciones es cada vez más escaso, se den –incluso vayan en aumento– las iniciativas y los hogares intergeneracionales. Además, si se le da una segunda vuelta, se puede observar que los dos principales causantes de este fenómeno son precisamente dos grandes problemas contemporáneos: una vivienda impagable para los jóvenes y una abrumadora soledad para los ancianos.

Una cuestión muy millennial

Para gran parte de los jóvenes que se encuentran en este tipo de convivencia, el principal motivante fue el factor económico. Con el precio de los alquileres en máximos históricos, conseguir una vivienda con un tamaño habitable y en una localización cómoda, pero que se ajuste a un presupuesto ceñido, es prácticamente imposible. Y es aquí donde entra en juego la conveniencia de las viviendas intergeneracionales.

La mayoría de las empresas dedicadas a emparejar a inquilinos jóvenes con arrendatarios mayores, plantean dos modalidades de viviendas intergeneracionales. La primera se da cuando una persona mayor alquila una habitación en su casa a una persona joven a un precio inferior al del mercado. Aunque el joven no está obligado por contrato a pasar tiempo con quien le alquila el espacio, se valora su presencia. La segunda modalidad es cuando un joven vive de forma gratuita en el piso compartido a cambio de un número prescrito de horas de ayuda y compañía. La modalidad más habitual, sobre todo entre jóvenes profesionales, es la primera, en la que se comparten momentos de convivencia y compañía, pero manteniendo cierta independencia.

Según un estudio realizado por la consultora Ellyx para Cohabitation Solidaire Intergénérationelle, el 61% de las personas entre 18 y 30 años que vivían en un hogar intergeneracional confirmaron que, de otro modo, no habrían tenido acceso a una vivienda, mientras que más de la mitad de las personas mayores afirmaron que tener a un joven cerca les permitía evitar mudarse a una residencia para la tercera edad.

Alguna cena y compañía

Envejecer en el hogar familiar es una de las razones por las que muchos mayores buscan alquilar parte de su vivienda. Este es el caso de Judith, de 64 años. Una casa familiar de dos pisos, un buen vecindario, pero una superficie demasiado grande para una sola persona, con un mantenimiento diario del que ella sola no se puede hacer cargo. Así encontró, a través de Nesterly, una empresa estadounidense dedicada a encontrar compañeros intergeneracionales, a Nadia, de 25 años. A cambio de ayuda en las tareas del hogar y jardín, y hacer ocasionalmente la compra, Nadia podía alquilar un piso entero para ella sola a un precio asequible.

Sin embargo, no solo envejecer en el propio hogar, sino tener compañía y paliar la soledad es uno de los principales motivos –y beneficios– que originan esta convivencia. Los hijos se van de casa, las amistades se distancian, los cónyuges fallecen, y la soledad y el aislamiento se convierten en el nuevo inquilino. En Francia, por ejemplo, más de 5,5 millones de personas viven en aislamiento social, de las cuales al menos 1,2 millones tienen más de 75 años.

“Es muy agradable tener a alguien cerca”, dice Judith. Y es que, según datos recabados por la Universidad de Michigan, la pandemia ha supuesto un varapalo emocional para las personas mayores. Soledad, desconexión, completo aislamiento. Entre las consecuencias que se asocian con la soledad, según el Centro Internacional sobre el Envejecimiento, se encuentran la ansiedad, la depresión, el dolor físico, el debilitamiento del sistema inmunológico o la muerte prematura, entre otros.

Razones prácticas, resultados emocionales

“No tengo tanta energía como antes, y es bueno saber que si me caigo por las escaleras, alguien volverá a casa”, comenta Wortis, el profesor retirado, al Post. Además, como toda convivencia, tiene beneficios que pasan por el estómago: Ennis hace unos salteados espectaculares. “Y es más hábil para resolver problemas tecnológicos”.

Todos destacan lo mismo: la amistad y el vínculo de por vida que ha resultado de esta combinación doméstica

También para ella, la experiencia sólo es positiva. “Michael es una gran persona, me encanta tenerlo como compañero de piso”, dice. “Siempre hay algo sobre lo que hablar y él siempre es directo y reflexivo. Seremos amigos de por vida”.

El temor inicial ante la perspectiva de vivir con una persona mayor y no encajar es habitual. Este fue el caso, por ejemplo, de Dupon, un futuro doctorando en una universidad de París, que comparte piso con Geneviève, una viuda de 85 años. “Tenía miedo de no estar cómodo”, dijo. “Pero he cambiado de opinión. Es bueno vivir juntos”.

Todos los participantes en este tipo de convivencia destacan lo mismo: la amistad y el vínculo –muchos lo califican ya como uno de por vida– que ha resultado de esta combinación doméstica. Lo llamativo –y esperanzador– de esta situación es que han sido precisamente los males contemporáneos más preocupantes los que han llevado a buscar posibles soluciones, y han sido estas, finalmente, las que han desembocado en una convivencia beneficiosa y fructífera para ambas partes.

Laura Carstensen, profesora de psicología de la Universidad de Stanford y directora de su Centro para la Longevidad, afirmó que, contrariamente a la creencia generalizada de que la población mayor consume recursos que, de otro modo, se destinarían a los jóvenes, “cada vez hay más razones para pensar que las personas mayores pueden ser justo el recurso que necesitan los jóvenes”.

Como con cualquier convivencia, compartir una vivienda intergeneracional puede no resultar para todo el mundo. Gran parte de su éxito depende de la compatibilidad de una persona mayor y una joven, así como de sus expectativas. Sin embargo, solo un 8% de los encuestados en el estudio de la consultora francesa Ellyx se sintieron decepcionados con su experiencia.

Investigaciones han demostrado que los mayores y los jóvenes se necesitan mutuamente: las interacciones intergeneracionales hacen que las personas mayores sientan que tienen un sentido en la vida y los jóvenes se benefician de su orientación y su experiencia. “Encajan como las piezas de un rompecabezas”, concluye Marc Freedman, director ejecutivo de encore.org, un grupo sin fines de lucro dedicado a unir generaciones.

Resultará cierto eso que dicen: compartir –espacio, tiempo, experiencias entre generaciones– es vivir.

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