En las discusiones occidentales sobre el futuro del mercado laboral se ha puesto de moda el término “economía gig”, en referencia a la palabra inglesa que designa un pequeño concierto en el que el músico se encarga no solo de interpretar las canciones, sino también de la infraestructura y la organización: un “bolo”, en la jerga artística. Por analogía, el trabajador gig no tiene un soporte institucional que le asegure unos ingresos estables (una empresa que le pague la nómina cada mes), sino que se va ganando el sustento a base de trabajos puntuales, ya sean encargos de otros o iniciativas propias que luego trata de vender a terceros. Tampoco tiene propiamente un lugar de trabajo, una sede del negocio, pero suple estas y otras carencias gracias a la tecnología.
En esta categoría estaría, por ejemplo, el autónomo cuya oficina es su propia casa, el freelance que vende sus servicios a distintas empresas, el que trabaja sin contrato y de manera ocasional dentro de plataformas peer to peer tipo Uber. En ocasiones se identifica el auge de la economía gig con el de los empleos informales (contratos temporales, a tiempo parcial, o directamente sin contrato) y se olvida que la gran mayoría de los que trabajan en estas situaciones no lo hacen por elección, sino porque no encuentran otro empleo.
La mayoría de las personas que tienen puestos “informales” están en esta situación porque no han podido acceder a otros empleos más estables
Conviene tener esto en cuenta para relativizar y poner en su contexto las profecías –ya sea con tono positivo o negativo– sobre el advenimiento de un cambio global en el mercado de trabajo. La llegada de la economía gig, o la “uberización” del mundo laboral (como se suele decir en Francia), no parece que vaya a transformar radicalmente el panorama, al menos a corto plazo, ni que vaya a jubilar al empleo típico.
En los países pobres, poco trabajo con nómina
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado el pasado mayo señala que el “empleo tradicional” nunca lo ha sido realmente en la mayor parte del mundo. En conjunto, representa algo más del 50% de todos los empleos en el mundo (el informe analiza 89 de los países más poblados). La proporción no ha dejado de aumentar en las últimas dos décadas, también en las economías desarrolladas, donde el sector gig se supone que estaría ganando terreno al modelo “de nómina”. Las diferencias por regiones son enormes: mientras que en el primer mundo los asalariados son más del 85% de los trabajadores, en el sur de Asia y el África subsahariana apenas llegan al 25%.
Si se divide a los países según los ingresos del hogar medio, se aprecian notables diferencias en cuanto a la composición de la fuerza laboral: en el mundo, solo el 26% de los trabajadores disfruta de un contrato indefinido, pero el porcentaje es del 64% en los países de ingresos altos. En estos últimos, el empleo por cuenta propia –la categoría dominante en el resto del mundo– apenas llega al 10%, mientras que en las zonas con ingresos medios son el 17%, una proporción mayor que la de los asalariados con contrato permanente o temporal.
Según estimaciones de la OIT, dos de cada tres empleos que se creen entre 2015 y 2019 serán asalariados, por lo que la prevalencia de este tipo de trabajos aumentará para entonces. El porcentaje de puestos asociados a una nómina también crecerá en el sur de Asia y el África subsahariana, aunque allí todavía tendrá que pasar mucho tiempo antes de que este sea el modelo mayoritario.
Trabajadores en situación vulnerable
Los países de menos ingresos se parecen a los ricos en los bajos índices de empleo temporal, pero no porque predomine el contrato indefinido, sino porque seis de cada diez tienen un negocio propio, y otro 20% se dedica a explotar, sin remuneración, el patrimonio familiar. Aquí, la revolución laboral más esperada no es la que anuncia la “economía gig”, sino la del modelo “de nómina”.
El empleo por cuenta propia apenas llega al 10% en los países ricos
Los años de la crisis han empeorado la situación de algunos grupos de trabajadores ya de por sí en una posición más vulnerable: los que tienen una dedicación a tiempo parcial y los que desarrollan su profesión por cuenta propia. Estos últimos, que suponen la mayoría de la fuerza laboral en países de medios y bajos ingresos, han perdido poder adquisitivo en relación a los empleados (a jornada completa) en casi todas las regiones analizadas, con España, Brasil, Sudáfrica y Estonia como excepciones.
Como señala el informe, la mayoría de personas que tienen puestos “informales” (bien porque trabajen por cuenta propia o porque sus contratos sean temporales o a tiempo parcial) están en esta situación porque no han podido acceder a otros puestos más estables y no por elección. Para el trabajador medio, el atractivo de una nómina y un seguro médico parece ser más fuerte que el de la flexibilidad y la autonomía que promete el modelo gig.
Más ruido que nueces
El panorama laboral está cambiando en el mundo, con una mayor proporción de trabajadores asalariados, pero también con más contratos temporales o a tiempo parcial, algo en lo que la crisis ha tenido mucho que ver. Distinguir en estas tendencias el influjo de una informalidad buscada deliberadamente no es fácil.
El “empleo tradicional” nunca lo ha sido realmente en la mayor parte del mundo
Algunos trabajos estiman que el sector gig todavía tiene una presencia insignificante, a pesar de que la notoriedad de iniciativas como Uber (taxis) o Airbnb (alquileres vacacionales) haga parecer lo contrario. Ian Brinkley explica en The Conversation que los datos referidos a Reino Unido no concuerdan con el supuesto auge “gig”. Si realmente hubiera un cambio significativo, cabría esperar una huella en la proporción de trabajadores autónomos, freelance, con varios trabajos o con empleos ocasionales y a tiempo parcial. Sin embargo, los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales y de Eurostat indican que en ninguna de estas categorías se ha producido un aumento brusco.
Lo mismo sugiere, para Estados Unidos, un artículo en The Wall Street Journal. Sin embargo, algunos economistas consideran que se trata de un problema de medición: para ellos, una parte importante de la economía gig está escapando a las categorías tradicionalmente utilizadas para clasificar los empleos. En cambio, si se analizan otros indicadores, el efecto sí se aprecia.
También hay quien señala que, aunque todavía la economía gig no esté muy desarrollada, la generación de los millennials puede hacer de catalizador. Por un lado, porque este tipo de empleos inestables son muy socorridos cuando el mercado laboral tradicional no ofrece muchas oportunidades. Por otro, porque según algunas encuestas los jóvenes actuales parecen valorar más la flexibilidad del trabajo que las generaciones anteriores. No obstante, aunque la autonomía tiene su atractivo, también lo tiene la estabilidad de una nómina y de un seguro médico.