Mary Harrington: “Quisimos abolir las diferencias sexuales en nombre de la libertad individual, pero no ha funcionado”

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Mary Harrington: “Quisimos abolir las diferencias sexuales en nombre de la libertad individual, pero no ha funcionado”
Mary Harrington - The Protopia Lab

Las revoluciones tecnológicas han debilitado la interdependencia de los seres humanos, especialmente entre hombres y mujeres. Una situación que ha sido aprovechada por distintas ideologías alimentadas por la viralidad del mundo online y que luchan por llevar a su terreno la relación entre los sexos, con argumentos que pasan por alto lo que el ser humano verdaderamente es.

Esta es la tesis de Feminism against progress de Mary Harrington, columnista y editora de la revista Unherd. La escritora ha visitado España recientemente para impartir en Barcelona una conferencia bajo el título “¿El progreso es una creencia o un hecho?”, organizada por Protopia Lab, un think tank y laboratorio de innovación social independiente.

En la pregunta está el interrogante con el que la autora arranca su libro y que lleva a reflexionar sobre si realmente la humanidad siempre está progresando. Y, sobre todo, si una puede considerarse feminista si ha perdido la fe en el progreso y en las promesas de la liberación tecnológica.

Nueva visión feminista

Saliéndose de todas las trincheras ideológicas, Harrington articula una nueva visión feminista que nos permita convivir mejor. Una visión que cuestiona los postulados progresistas, pero que también pide a los conservadores más matices y más comprensión en sus posturas, a veces demasiado dogmáticas y absolutizantes.

Esta reflexión es especialmente interesante viniendo de una escritora que en la década de sus veinte se hizo llamar Sebastian durante una época, vivió en comunidad, experimentó todo tipo de relaciones y fue una fiel creyente en lo que ella denomina la “teología del progreso”.

Criada al calor de la revolución sexual que aseguraba a las chicas que por fin podían comportarse como los hombres. Influida y educada por los clásicos de Simone de Beauvoir y de Judith Butler. Fascinada por las posibilidades de evasión de la propia identidad que ofreció la llegada de internet.

El “feminismo reaccionario” de Harrington cuestiona la narrativa del progreso, rechaza las promesas de la tecnología y abraza lo que el ser humano verdaderamente es

Gracias a todo eso, Mary Harrington es capaz de comprender y empatizar con cualquier activismo político o personal que pase por la reinvención del propio cuerpo y la disolución de la identidad sexual y las convenciones que de ella derivan.

Sin embargo, la autora está ahí para advertir, sin moralizar, de los peligros que todo eso entraña y avisar de que hay algunas promesas de liberación que son promesas vacías.

Hemos podido hablar con ella acerca de estos asuntos.

La idea triunfalista del progreso

— ¿Cómo puede alguien declararse en contra del progreso?

— Un día me di cuenta de que ya no me parecía que la idea del progreso fuera evidente. Me parecía más una creencia que un hecho comprobado. De manera paulatina, varias de mis certezas acerca la sociedad fueron chocando con las realidades del mundo.

Supongo que empezó con el 11-S y terminó con la crisis financiera. En ese punto sentí que se habían salido las ruedas de esta narrativa tan autosuficiente de “bueno, ya lo hemos descifrado todo y lo que tenemos que perseguir ahora es un mayor rendimiento personal, más compras y más libertad individual”.

Eso no estaba funcionado. O, por lo menos, había lagunas en esa narrativa. Y pensé: realmente el progreso no está probado, ¿no? No hay ninguna manera de establecer concluyentemente que el bienestar absoluto, la felicidad o la libertad de los humanos sea mayor ahora que hace 2000 años. Algunas cosas mejoran y otras empeoran.

— Y aun así, te sigues considerando feminista.

— Entiendo que es muy difícil, porque esa especie de narrativa triunfalista del progreso está muy entrelazada con la historia de la liberación de la mujer. Pero yo, en ese momento, cuestionaba seriamente el progreso, pero no estaba dispuesta a dejar de lado el valor que siempre he dado a la política para las mujeres.

Las mujeres tienen intereses que a menudo coinciden con los de los hombres, pero no siempre. Y hay una tendencia que acaba en que los intereses de las mujeres al final se pasan por alto. Así que, aunque no crea en el progreso, no estaba dispuesta a abandonar el feminismo.

Sé que el antifeminismo es una reacción común. La gente concluye que la historia del progreso es una tontería y que de eso debe deducirse que todo lo que está asociado con el progresismo debe rechazarse, incluido el feminismo. Eso para mí es un error y no es donde yo me quiero situar.

Harrginton rechaza el dogmatismo conservador y el universalismo progresista y aboga por aplicar a los problemas soluciones arraigadas en los contextos personales

Me llevó mucho tiempo formular una visión más coherente y amplia de a dónde quería llegar con esto. Debería haber escrito el libro al revés, porque termina con lo que empecé: una reflexión sobre todas las cuestiones en las que pensaba que los conservadores posiblemente tenían razón, pero en las que quizás les faltaba un poco de compasión, lo cual es a menudo un defecto en el lado conservador. En general tienen razón, pero pueden ser muy insensibles al respecto.

La vida no encaja en moldes rígidos

— En tu libro no se percibe nostalgia, pero sí hablas de algunas cosas cuyo valor hemos perdido por el camino ¿Cómo podemos redescubrirlas en el momento presente?

— Uno de los conceptos que creo que los católicos entienden muy bien, y que a menudo el extremo más universalista del pensamiento progresista no entiende, es la idea de que hay situaciones en las que tienes que usar tu discernimiento, situaciones en las que la única métrica posible es una que esté arraigada en las relaciones y en el contexto personal.

Y creo que la cuestión de cómo recuperamos lo mejor de quiénes somos como seres humanos en relación unos con otros, particularmente en la vida familiar, no puede traducirse en una verdad absoluta y dogmática.

Esto es algo que trato de enfatizar a menudo: creo que hay formas normativas y lógicas para dividir el trabajo de la vida familiar entre un hombre y una mujer, pero no son, de ninguna manera, universales.

Aquí es donde creo que el movimiento trad se confunde. Y esto está muy vinculado a internet, porque el mundo online incentiva a todos a tomar posiciones abstractas y simplificadas. Y con la competencia por los clics, estas posturas se vuelven cada vez más extremas, más rígidas y menos representativas de las situaciones de las personas.

Y así, pasas de una propuesta sensata como, por ejemplo, que, si estás dando de mamar, tal vez no quieras trabajar a tiempo completo, a decir que las mujeres deben ser privadas del derecho al trabajo y al voto, porque todo lo malo de la vida moderna es consecuencia de permitir que las mujeres se incorporen a la vida pública.

Esta idea de que podemos desplegar un conjunto ridículamente rígido de roles sexuales, sin ninguna referencia a las circunstancias materiales, es una locura. Son locuras simplificadas en las que no hay espacio para los desafíos reales y normalmente muy prácticos a los que se enfrenta la gente. Estoy pensando en los millennials, personas en torno a los treinta años que lo que se preguntan es cuántos hijos se pueden permitir. Conozco a muchas mujeres a las que les encantaría trabajar menos de lo que lo hacen, pero no se lo pueden permitir.

Estas son las realidades que la gente tiene y para las que no hay una solución universal. El problema es que ese no es un mensaje con pegada en internet, porque no es una respuesta simple y directa. La respuesta es: usa el sentido común.

La tecnología no ha conseguido abolir las diferencias entre hombres y mujeres a pesar de la guerra que se le ha declarado al cuerpo

— Y, a pesar de todo, mantienes una gran confianza en que la realidad se acaba imponiendo.

— Uno de los impulsos dominantes de la mentalidad tecnológica en la que estamos inmersos es un compromiso desquiciado con disolver todas nuestras certezas para, en teoría, liberarnos, pero que en la práctica termina reordenándonos para el mercado.

Sin embargo, no va a funcionar a la larga porque no es posible acabar con todas nuestras verdades. Hace 50 años, la píldora fue legalizada y quisimos abolir las diferencias sexuales humanas en nombre de la libertad individual, pero no ha funcionado: los hombres y las mujeres siguen siendo hombres y mujeres.

En la práctica, resulta que hombres y mujeres todavía buscan pareja de manera ligeramente diferentes, conciben el romance de manera ligeramente diferentes, desean cosas ligeramente diferentes y la sexualidad femenina y la sexualidad masculina siguen siendo diferentes. Por supuesto que ha cambiado mucho, pero si entrecierras los ojos y miras en la dirección correcta, dirás: “Los hombres y las mujeres todavía están ahí”.

Y creo que llegará un momento en el que dejaremos de intentar escapar de quiénes y qué somos y simplemente nos reconciliaremos con ello. Llevará un tiempo y probablemente dolerá, pero llegaremos.

Guerra al cuerpo

— ¿Por qué le hemos declarado la guerra al cuerpo?

— Una posibilidad puede tener que ver con una tradición religiosa disidente que siente que nuestro camino a la salvación radica en escapar de lo material. Hay características neognósticas en el frente de batalla de la ideología de género, pero no es solo eso.

Otro motivo es que se nos acabaron los recursos naturales para industrializar el mundo exterior y nos convertimos a nosotros mismos en la próxima frontera. Para el avance imparable de la tecnología y el progreso, nuestro cuerpo era un siguiente paso obvio, éramos tierra sin conquistar.

— Para ti ser madre fue transformador, ¿qué tiene de catártica la maternidad?

— Siempre he tenido muchas dudas respecto a tener hijos. Como ya he dicho, la corporeidad no es precisamente el lugar donde me encuentro más a gusto, pero si eres madre, no tienes opción. No hay nada más literal que hacer crecer a otra persona dentro de ti. Y, de repente, me sorprendió mucho el no odiar esa experiencia.

Había escuchado a tantas mujeres hablar sobre el embarazo y la maternidad como una cosa aterradora que consistía en ser invadida por algún tipo de parásito. Y me puedo imaginar lo que debe de asustar ese escenario a personas que no desean encontrarse en esa situación y, en particular, a alguien que no encuentra fácil la corporeidad.

Pero lo que me asombró fue que era posible no horrorizarse por ello. Fue como atravesar el espejo y aparecer en un mundo en el que no tienes por qué estar sola todo el tiempo.

La maternidad y el matrimonio son modelos de relación que resisten al paradigma tecnológico y se sitúan fuera del mercado

No todo es elección

— Hablando de no estar solo, además de la maternidad, también reivindicas el matrimonio, ¿cómo pueden esas realidades fundamentadas en relaciones ofrecer una nueva perspectiva ante el paradigma tecnológico?

— El matrimonio y la maternidad están conectados por razones bastante prácticas. Pero es que, además, ambos son modelos de un tipo de relación que está fuera del marco liberal, en el sentido de que no son un contrato.

La familia no es un contrato en el que uno elige racionalmente estar en función de lo que obtiene de ella. Es una relación anterior a tu existencia como persona. Y todo acerca de quién eres y lo que puedes hacer está moldeado por la existencia de esa relación. En lugar de ver al individuo como anterior a la relación, estás viendo la relación como anterior al individuo. Se invierte completamente el orden de toma de decisiones y el orden de prioridades.

Lo que fue una revelación para mí al convertirme en madre fue darme cuenta de que soy fundamentalmente una criatura social y no una especie de átomo abstracto que debía elegir mis relaciones o de lo contrario no serían válidas. Y de lo agradable que eso era.

No me malinterpretes, es muy difícil conciliar lo que quieres hacer con lo que tu hijo necesita que hagas. Pero la vida es mucho más vacía cuando todo es elección. De alguna manera, la vida es extrañamente más gratificante cuando no todo depende solo de ti.

¿Cómo sería entonces un mundo de lo que tú llamas feminismo reaccionario? ¿Qué priorizaría?

— El feminismo reaccionario es siempre una cuestión de prudencia, así que no hay soluciones universales. Tiene que ver con usar tu propio criterio. Pero recuerdo la pregunta que me hice a mí misma cuando estaba tratando de dar sentido a todo esto y era: ¿cómo sería un mundo en el que cada bebé fuese bienvenido?

Es una idea abstracta, pero con implicaciones concretas. Y esas implicaciones concretas son un desafío para los progresistas, pero también lo son para los conservadores, que parecen muy satisfechos con que nazcan niños, pero no tienen en cuenta el coste que le supone a la mujer.

Un mundo de feminismo reaccionario sería uno en el que fuese posible dar la bienvenida a cada bebé sin que eso suponga eclipsar a la madre y la mujer como individuo. Todo lo que nos lleve en esa dirección es feminismo reaccionario. Todo lo que nos aleje de eso, no lo es.

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