Basta ver las colas en algunas exposiciones y eventos para comprobar que ha habido un aumento de las prácticas culturales en España en el último medio siglo. Pero ¿se han ampliado las bases sociales, se han extendido las prácticas a nuevos públicos, reduciendo diferencias previas? Esto es lo que se ha propuesto estudiar Antonio Ariño, catedrático de sociología de la Universidad de Valencia, mediante un recorrido por las encuestas y estadísticas culturales desde principios de los años sesenta.
En su libro Prácticas culturales en España (1) Antonio Ariño analiza los cambios en el periodo 1964-2009. La fecha de partida corresponde a la de la primera encuesta del Instituto de la Opinión Pública sobre los medios de comunicación. Desde entonces las encuestas sobre prácticas culturales se han sucedido con regularidad hasta nuestros días, aunque no siempre se hayan abordado los mismos temas ni partido de las mismas premisas. A pesar de todo, la serie de datos es significativa y proporciona información suficiente para sacar conclusiones sobre los últimos cuarenta años.
El cambio más significativo de este periodo es la irrupción del audiovisual en una cultura hasta entonces fundamentalmente letrada. Ariño sostiene que el ascenso del audiovisual transforma radicalmente la cultura: produce un desplazamiento de los espacios donde se adquiere; transforma el modo de acceder a ella y su difusión; y modifica la propia definición de cultura y, por ende, del estatus cultural.
La práctica de la lectura no ha disminuido, al contrario se lee más que antes, pero su importancia se ha relativizado, se ha convertido en una destreza instrumental, y ha perdido la exclusiva de la cultura que ahora comparte con los otros medios de comunicación.
Mayorías y minorías culturales
Hay prácticas que siempre han sido y serán minoritarias por razones de producción, espacio o coste (ópera, ballet, conciertos…), y por ende serán consideradas prácticas elitistas. Otras están al alcance de toda la población.
La práctica de la audición musical se ha generalizado y banalizado. Si antes tenía un público mayoritariamente joven, ahora la audición de música, sin perder el predominio juvenil, se ha ampliado y cuenta con un público mayoritario de edades comprendidas entre los 15 y 64 años. Pero la asistencia a conciertos de música clásica, aunque ha incrementado su público, sigue siendo minoritaria; su público es fundamentalmente maduro y tiene un carácter de distinción.
Ir al cine es una práctica que ha crecido en los últimos treinta años, experimentando además un cambio sociológico importante. El público, que antes era principalmente joven, ha ampliado la base, siendo más del cincuenta por ciento espectadores de edades comprendidas entre los 35 y los 54 años. La base no sólo ha aumentado en edad, sino en nivel cultural. Ahora se ha convertido en una práctica universal, a la que acuden audiencias de todos los niveles culturales, muy particularmente universitarios.
La visita a museos es una práctica en claro ascenso, que está en correlación directa con la escolarización y con la organización de las vacaciones. Probablemente por la necesidad de desplazamiento y el esfuerzo físico que exige, el público de mayor edad es muy minoritario, mientras que predomina el público joven o de primera madurez, tanto hombres como mujeres. El perfil dominante son parejas sin hijos o con hijos menores de 18 años.
El teatro también es una práctica equilibrada que ha aumentado, sobre todo en el sector joven. Tiene un máximo de audiencia en las edades comprendidas entre los 15 y 24 años. Y a los toros, la “fiesta nacional”, solo iba el 8,6% de la población en 2003.
El nivel educativo marca distancias
La encuesta 2006-2007 sobre prácticas y hábitos culturales muestra que los índices de menor consumo cultural se encuentran en los grupos de edad avanzada. Esto es especialmente significativo en prácticas relacionadas con desplazamientos fuera del hogar (visita a museos, ir al cine, al teatro o a conciertos), pues la mayor dependencia dificulta la realización de determinadas actividades. Por ello son los mayores consumidores de televisión. Sin embargo, es importante subrayar que un porcentaje superior al 30% de mayores de 74 años escucha música diariamente y porcentajes superiores al 20% leen prensa y libros por afición.
El capital educativo adquirido, como ya se ha indicado, desempeña el papel más importante y establece las mayores diferencias; además, tener estudios universitarios establece distancia y marca distinción.
También parece que la variable sexo influye en determinadas prácticas: ir a los toros, leer prensa, ir al cine, tienen un perfil más masculino; la lectura de libros y asistencia al teatro y al ballet, lo presentan más femenino. Igualmente, tener hijos menores de 18 años condiciona la realización de unas prácticas y espolea otras.
Otros factores de relevancia son los siguientes: la relación entre determinadas etapas del ciclo vital y la ocupación, el lugar de realización de la actividad. El hecho de que haya que desplazarse y pagar cuotas o que, por el contrario, la práctica pueda realizarse en casa o en cualquier lugar donde se encuentre el sujeto, modifica significativamente los resultados. En este sentido, las diferencias entre la escucha de música e ir al cine son claras y están relacionadas con la edad, al igual que se puede apreciar una relación entre la profesión y las prácticas culturales y de ocio.
Salir de casa cuesta
La generalización en los hogares de la radio y de la televisión comporta el ascenso irresistible de la producción audiovisual y, por tanto, se modifican las condiciones de acceso a la información y cultura. La letra impresa no es la única manifestación de cultura. Al mismo tiempo, se transforman las prácticas culturales, las modalidades de consumo y los contenidos, puesto que es preciso encontrar el mínimo común denominador para maximizar las audiencias.
Sin embargo, la asistencia a prácticas culturales en espacios externos, muy especialmente a las conocidas como prácticas de alta cultura, sigue siendo reducida y se halla determinada por variables como el nivel educativo, la ocupación y los ingresos, es decir, variables de clase y estatus.
En lo que a democratización cultural se refiere, se comprueba que casi todas las prácticas culturales para las que disponemos de información comparable han ampliado el volumen de practicantes, pero las prácticas de “alta cultura” eran minoritarias y continúan siéndolo.
La audición musical es la práctica que ha experimentado la expansión más extraordinaria en las décadas recientes, tanto en la audición en directo como mediada, aunque acudir a salas para escuchar música clásica sigue siendo una práctica de distinción social. La oferta musical ha crecido exponencialmente y las formas de consumo se han hecho más variadas. Aunque siempre cabe preguntarse si encender la radio o el reproductor de mp3 es sinónimo de actividad cultural.
Finalmente, una correspondencia entre actividades culturales y algunas variables sociales muestra que no hay un estricto paralelismo: sin desdeñar una influencia del entorno, las prácticas culturales no se organizan exclusivamente en torno a un eje vertical culto-popular, sino que también existen otros criterios y factores de diferenciación, como la distinción entre modernidad y tradición, gustos femeninos y masculinos, etc.
Se ha observado muy especialmente que el nivel educativo tiene una significativa capacidad de diferenciación. Por tanto cabe pensar que la principal política cultural para favorecer el acceso a los bienes, recursos y servicios culturales es una buena política educativa.
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(1) Antonio Ariño. Prácticas culturales en España. Ariel. Barcelona (2010) 256 págs. 22 €.
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