No me llames “millennial” (o “boomer” o GenZ)

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¿Son los millennials unos narcisistas que gastan tanto en tostas de aguacate que no se pueden permitir una casa? ¿Son los boomers unos egoístas medioambientales y tecnófobos que han robado el futuro a las generaciones más jóvenes? ¿Son los integrantes de la GenZ unos superficiales, cuya única meta en la vida es convertirse en una estrella de TikTok? Toda generalización es peligrosa, y parece ser que las etiquetas generacionales fomentan esos estereotipos.

El debate en torno a las generaciones y su inevitable arbitrariedad está desde hace unos meses presente en los círculos de la investigación social. En julio de este año, Philip N. Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland en College Park, publicó una carta abierta en el Washington Post –respaldada por otros 150 investigadores y sociólogos– con una solicitud: que el Centro de Investigación Pew dejase de promover el uso de etiquetas generacionales –la Generación Silenciosa, los baby boomers, la Generación X, los millennials y la Generación Z– en sus investigaciones y estudios. ¿La razón? “Las descripciones generacionales son estereotipos vergonzosos o caricaturas con una vaguedad de nivel astrológico”. Según Cohen, no existen investigaciones que identifiquen los límites apropiados entre generaciones, además de carecer completamente de base empírica que posibilite imponer los rasgos de carácter que se cree que definen a cada grupo.

Cohen no pretende con esta carta argumentar que la época en la que nacemos no es relevante para la trayectoria vital. Tener 18 años en el clima económico y cultural de la actualidad es una experiencia diferente de tener la misma edad en 1960, y las etiquetas generacionales capturan parte de este hecho. Pero también aplanan las experiencias de decenas de millones de personas muy diferentes entre sí e implican puntos en común donde puede que no los haya.

El mito de la generación

En el recientemente publicado libro The Generation Myth, Bobby Duffy, investigador y sociólogo del King’s College de Londres, aborda el problema que supone emplear estas etiquetas para referirse a un grupo determinado de personas nacidas en un momento concreto y que –supuestamente– tienen las mismas características. Argumenta que esta terminología puede ser útil, pero no tanto como se suele asumir.

Según Duffy, tres mecanismos independientes son los causantes de los cambios a largo plazo. Los “efectos del período” son experiencias que afectan a todas las personas por igual, independientemente de la edad: la crisis financiera de 2008 o la pandemia del covid 19. Los “efectos del ciclo de vida” son cambios que ocurren a medida que las personas envejecen o como resultado de eventos importantes como emanciparse, casarse o tener hijos. Y, finalmente, los “efectos de cohorte”: actitudes, creencias y comportamientos comunes a las personas de una generación en particular. El problema con las etiquetas generacionales es que se centran casi exclusivamente en los efectos de cohorte y muchos de los cambios que se consideran “generacionales”, en realidad, no lo son.

Ningún organismo oficial certificó estas categorías: simplemente fueron aceptadas después de ser repetidas una y otra vez

 

Etiquetas imaginarias

Un problema que tienen estas etiquetas es que son prácticamente virtuales. Los baby boomers son la única generación que fue definida por un evento histórico y demográfico real –el incremento en nacimientos en la posguerra–, pero como señala Cohen en su carta abierta, el resto tiene parámetros y longitudes arbitrarios: la Generación Silenciosa nació en un lapso de 18 años antes del final de la Segunda Guerra Mundial; los millennials nacieron en un periodo de 16 años –de 1981 hasta 1996– y la GenZ con el mismo periodo, de 1997 hasta 2012. Ningún organismo oficial certificó estas categorías y verificó el razonamiento detrás de ellas: simplemente fueron aceptadas después de ser repetidas una y otra vez.

Los millennials, por ejemplo, se dividen entre aquellos que terminaron la escuela secundaria antes de la Gran Recesión –con poco paro– y los que lo hicieron después, con tasas de desempleo que se dispararon y llegaron al 20% en algunos países, lo que provocó una incorporación tardía al mercado laboral e inmobiliario.

También tienen una tasa de propiedad de vivienda más baja que las generaciones anteriores, no porque abracen la eterna juventud, sino porque la vivienda se ha vuelto prácticamente inasequible. Asimismo, sus problemas financieros tienen menos que ver con su incapacidad para resistirse a gastar el poco dinero que tienen en caprichos –tostadas de aguacate, Chai Latte o el nuevo iPhone– como con coincidir el comienzo de sus andanzas laborales con un período histórico de graves turbulencias económicas. Es decir, un efecto de período y no de cohorte o generación, con cambios provocados por la economía y no por el Zeitgeist de la época.

18 años, 16 años, ¿la próxima de 10 años?

Tradicionalmente se ha dicho que el tiempo que tarda la generación más joven en convertirse en la generación adulta ronda los treinta años. Sin embargo, si se observa la longitud que ocupa cada generación, llama la atención una contradicción evidente: la media de edad a la que se tiene el primer hijo ha aumentado en todo el mundo, es decir, las generaciones –en teoría– se han alargado, pero la Generación X, los millennials y la GenZ abarcan un periodo de 16 años (periodos más cortos que los baby boomers y la Generación Silenciosa). Es decir, las mujeres deberían ser madres a los 16 años para que la renovación generacional se cumpliese, pero la media en Occidente se sitúa en torno a los 28 años.

Según Cohen, este acortamiento en las generaciones podría ser un reflejo de la percepción de que los cambios sociales se están sucediendo con mayor rapidez. Otra posible explicación es que, a medida que los especialistas en marketing han ido observando las ganancias que conllevan estas etiquetas generacionales, se esfuerzan por ser los primeros en detectar a “la siguiente generación”.

Los nuevos gurús

“Alguien creará este sentido de diferencia [entre generaciones] para darte una solución a esa diferencia”, explica Bobby Duffy a The Atlantic. Ese alguien son los consultores y los expertos en marketing, que aprovechan el gusto por este tipo de narrativas para presentarse a clientes como autoridades en segmentos enteros de la población. Pero las personas de diferentes grupos de edad son mucho más parecidas de lo que sugiere la proliferación de distintas generaciones, porque, como escribe Louis Menand en el New Yorker, “la diferencia entre un boomer y un GenX es tan significativa como la diferencia entre un Leo y un Virgo”.

Tal y como expone un artículo del New York Times sobre el futuro del trabajo, en la actualidad y por primera vez, cinco generaciones distintas (Generación Silenciosa, baby boomers, Generación X, millennials y GenZ) coexisten en el mismo lugar de trabajo. Y un reto tan desafiante requiere de consultores generacionales –“los astrólogos del lugar de trabajo”–, entendidos de la materia que llevan a cabo una amplia evaluación del personal en función de su año de nacimiento, para asesorar a las empresas y a los departamentos de recursos humanos.

El pensamiento generacional ensombrece y esconde las diferencias que existen dentro de las generaciones, explica Duffy

Lisa McLeod, consultora independiente, ha asesorado a Google y a otras empresas sobre los trabajadores millennials. Una presentación suya puede llegar a costar 25.000 dólares, y otros consultores llegan a cobrar 20.000 dólares la hora.

Etiquetas no tan inclusivas

Duffy les encuentra dos inconvenientes a las etiquetas generacionales. El primero, que el énfasis en las generaciones puede causar complacencia en los mayores: el futuro es de los jóvenes y poco queda más que esperar a que ellos lleven a cabo su revolución. Pero tal y como se ha observado a lo largo de la historia, la mayoría de los movimientos sociales más significativos fueron llevados a cabo por personas de mediana edad.

El segundo gran problema es que el pensamiento generacional ensombrece y esconde las diferencias que existen dentro de las generaciones, especialmente diferencias raciales y de clase. Según Duffy, los científicos sociales que popularizaron la categoría de “millennial” basaron su análisis en unos pocos cientos de estudiantes de último año de secundaria en los suburbios más adinerados de Washington DC. Y, sorprendentemente, la “Generación X” no fue acuñada por sociólogos ni científicos, sino que fue popularizada por el periodista Douglas Coupland en su novela Generation X: Tales for an Accelerated Culture.

¿Algo de verdad?

Incluso si las etiquetas generacionales fuesen erróneas, es innegable que hablan de algo real. Su arraigo en la cultura se debe, en parte, a que son una forma sencilla de hablar sobre algo complejo. “Las etiquetas son una forma de reconocer [cómo] estamos moldeados por nuestra época y de comprender el cambio social”, cuenta Dan Woodman, sociólogo de la Universidad de Melbourne.

Pero es también una realidad que los mayores desafíos del presente –y del pasado– no se corresponden con las divisiones generacionales. Las personas mayores están sujetas, en mayor o menor medida, a las mismas desigualdades que los jóvenes: un agravamiento de la crisis climática, la disminución del poder adquisitivo y la creciente desigualdad social, entre otros.

El problema de cualquier etiqueta es que dirige las conversaciones hacia la generalización y, aunque en ocasiones pueda ser acertada, en su mayoría lleva a reforzar prejuicios y fomentar el enfrentamiento y la alienación intergeneracional. Este punto en particular es el que más lamenta Duffy con respecto al éxito que tienen las etiquetas generacionales: se quedan en lo superficial y alejan la atención del hecho de que la sociedad actual está más segregada por edades de lo que solía estarlo. Estamos tan ocupados resaltando y dramatizando las diferencias –simbólicas– entre generaciones que pasamos por alto las consecuencias de estar alienados los unos de los otros.

Porque sí, la GenZ crecimos con Internet. Pero no, no todos pensamos que ser una estrella de TikTok es la cima del éxito.

Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo

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