Las dos tribus de América

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Cuando un autor consigue que las voces que cuentan en el debate social se vean obligadas a alabar o atacar su libro, es señal de que ha descubierto un tema importante. Esto es lo que ha logrado Charles Murray con su libro Coming Apart (1), que se ha convertido en el punto de referencia de la polémica sobre la desigualdad en EE.UU.

La tesis de Murray es que la mayor fuente de desigualdad en los EE.UU. de hoy es cultural antes que económica

La tesis de Murray, investigador del American Enterprise Institute, es que la mayor fuente de desigualdad en los Estados Unidos de hoy es cultural antes que económica, y que estas diferencias de clase amenazan la esencia de la nación.

Para evitar distorsiones en su análisis por factores de raza o inmigración, se centra solo en las diferencias entre la población blanca. Y no se limita a comparar los más ricos y los más pobres, sino unos estratos más amplios: el 30% más bajo y el 20% de clase media-alta.

Los datos y análisis que aporta le llevan a pensar que en Estados Unidos la población blanca de clase baja está desconectándose de las “virtudes fundacionales” del experimento americano: laboriosidad, honradez (incluido el respeto de la ley), compromiso matrimonial, religiosidad. En cambio, el 20% más acomodado, después de haber flirteado con la contracultura, se ha recuperado y tiene estabilidad familiar y económica.

Dos ambientes separados

Las tendencias que describe dan la impresión de que el país se habría bifurcado en dos “tribus” que viven aparte, con unos lazos mutuos muy tenues y unas experiencias sociales divergentes.

En el aspecto familiar, los datos de los últimos veinte años muestran en la clase alta una comunidad familiar basada en el matrimonio, descenso en las tasas de divorcio, escasos nacimientos extramatrimoniales (7%), mayor satisfacción en la vida conyugal. En cambio, en el estrato más bajo predomina la cohabitación, hay tasas más altas de divorcio entre los casados, los nacimientos extramatrimoniales se disparan (45%) y las parejas declaran más insatisfacción en sus relaciones.

Las diferencias en el trabajo no pueden ser más acusadas. La clase alta ha sido bien educada, está empleada y es muy productiva; en la clase baja falta muchas veces cultura del trabajo, y una alta tasa de hombres alega incapacidad laboral o malvive con pequeños empleos. Entre los trabajadores de cuello azul, el porcentaje de familias en las que alguno de sus miembros trabaja 40 horas a la semana ha bajado del 81% en 1960 al 60% en 2008.

La división se aprecia también en otros ámbitos: educación, criminalidad, religiosidad (la práctica religiosa es mayor en la clase alta).

El ambiente social que rodea a unos y a otros contribuye a acentuar las diferencias. La clase baja vive en ambientes desordenados, donde es más difícil lograr el autocontrol y ser productivo. En contraste, el 5% más exitoso de la población vive en un archipiélago de enclaves ricos, con sus viviendas, escuelas, clubs… Además, las diferencias tienden a transmitirse. Menos de la tercera parte de los niños de familias de clase baja viven en un hogar con sus dos padres. En cambio, los más acomodados transmiten a sus hijos no solo su riqueza sino también un capital educativo.

Un cambio cultural

Podría decirse que las diferencias entre ricos y pobres siempre han estado ahí, mitigadas por las medidas redistributivas y de igualdad de oportunidades. Pero lo que Murray detecta es un cambio cultural. Antes uno podía tener más o menos éxito en la vida, pero casi todo el mundo estaba de acuerdo en que había que trabajar duro, que era importante sacar adelante la familia, que había que respetar la ley, que el sentido de comunidad obligaba… Hoy gran parte del 30% más bajo no vive conforme a estos principios y el 20% más alto los mantiene, pero sin preocuparse del resto de la población.

No es extraño tampoco que haya menos movilidad social en América, pues los que están más abajo han perdido los resortes para elevarse.

¿Cómo rellenar esta brecha cultural que se va agrandando? Murray dice que un socialdemócrata puede ver en los datos que aporta el libro la necesidad de que el gobierno sea más activo en la redistribución de la riqueza. Un conservador social verá confirmada su convicción de que las políticas gubernamentales deben apoyar el matrimonio y los valores tradicionales. “Yo soy un libertario –afirma–, y veo ahí la necesidad imperiosa de volver a la concepción de un gobierno limitado como defendieron los padres fundadores” de la nación.

Murray no quiere que la burocracia del gobierno se ocupe de arreglar lo que no pueden hacer las familias desestructuradas o las comunidades fallidas, como sucede en Europa. Eso sería el fin del experimento norteamericano.

Lo que propone es, primero, que los dirigentes políticos y económicos apuntalen la base económica de los trabajadores, minada por los efectos de la globalización, que ha desplazado a países de mano de obra barata los empleos que antes desempeñaban los norteamericanos.

Y, en segundo lugar, pide que los miembros de la clase alta se involucren en la mejora de la sociedad. Para él, no se trata solo de que los ricos paguen más impuestos. Quiere que los miembros de la clase alta se ocupen más de los otros y “prediquen lo que practican” sin temor a ser acusados de moralistas.

¿Es el dinero o la moral?

Las tesis de Murray han agitado más unas aguas que ya estaban encrespadas por la polémica sobre la creciente desigualdad, los impuestos de los ricos y el desempleo de muchos trabajadores. Pero no han dejado indiferente a nadie.

Desde la izquierda, se ha abierto fuego a discreción contra el libro de Murray. El premio Nobel de Economía Paul Krugman clama con irritación de indignado: ahora que empieza a hablarse de desigualdad, “los conservadores nos dicen que no se trata realmente de dinero, sino de moral”.

Para Krugman, la respuesta obvia de lo que está pasando es “una drástica reducción en las oportunidades de empleo de los hombres menos educados”. “Descontada la inflación, los salarios iniciales de los jóvenes con título de secundaria han caído un 23% desde 1973”. Sus beneficios también se han recortado: “En 1980, el 65% de los graduados de secundaria en el sector privado tenían seguro médico, frente a un 29% en 2009”.

No hay que extrañarse de que estos hombres tengan menos participación en la fuerza laboral, que se casen menos, que tengan más dificultades en la comunidad. “Los valores tradicionales –sentencia Krugman– no son tan cruciales como los conservadores sociales creen, y, en cualquier caso, los cambios sociales que están teniendo lugar en la clase trabajadora son sobre todo la consecuencia de una creciente desigualdad, no su causa”.

El dinero solo no lo arreglará

David Brooks comenta que las ideas de Murray contradicen las ideologías tanto de republicanos como de demócratas. Brooks piensa que la debilitación de EE.UU. no puede explicarse solo por razones económicas. Destaca que las investigaciones sociológicas y psicológicas están poniendo de relieve que el contexto social tiene más influencia de lo que pensábamos sobre el comportamiento de las personas. “La gente que crece en comunidades desestructuradas es más probable que tengan vidas desestructuradas cuando sean adultos, acentuando así el desorden de una generación a la siguiente”. No es que las personas de esos ambientes tengan unos valores distintos. Lo que pasa es que “carecen del capital social necesario para vivirlos”. Si en su ambiente el abandono escolar es mayoritario, les será más difícil tener éxito escolar.

Brooks no concuerda en todo con Murray, pero rechaza las críticas de izquierda que solo atienden a los factores económicos y piensan que si se habla de conducta se está echando la culpa a la víctima o se está acusando a los pobres de ser perezosos. El capital social no se reconstruye solo con dinero.

Entre la cultura y la economía

Frente a los remedios libertarios o burocráticos, otros, como Ross Douthat, proponen “tomar medidas modestas, en áreas de intersección entre la cultura y la economía, para facilitar que la clase trabajadora norteamericana cultive las virtudes que favorecen la fortaleza y la autosuficiencia“.

Si queremos que sean más trabajadores, logremos que valga la pena trabajar, con medidas fiscales. Si queremos fortalecer su vida familiar, facilitemos la conciliación de familia y trabajo. Si queremos que tengan empleos con salarios decentes, no demos paso a una inmigración que rebaja los salarios. Si queremos que los hombres jóvenes de clase baja puedan casarse y trabajar, tratemos de reducir las tasas de población encarcelada.

Para evitar que estallen las costuras del experimento norteamericano, hay que reconocer la importancia de los factores no solo económicos sino culturales que han favorecido la separación, y encontrar el pegamento capaz de soldar las piezas.

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(1) Charles Murray. Coming Apart. the State of White America, 1960-2010. Crown Forum. 407 págs. 27 $.

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