También las madres nórdicas ganan menos

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Dinamarca, además de ser un país, se ha convertido en España en una suerte de arma arrojadiza de la izquierda contra el gobierno. La nación nórdica es citada en los debates como el non plus ultra de la equidad social y el modelo que se debería replicar con la mayor exactitud posible. Sin embargo, se pilla el dedo con la puerta quien presente la igualdad entre hombres y mujeres como un tema ya solucionado allí.

Los datos reflejan una realidad bien distinta: las mujeres danesas, una vez que comienzan su vida laboral, van a la par de los hombres en cuanto a remuneración. Ahora bien, una vez que dan a luz a su primer hijo, sus ingresos monetarios experimentan una caída abrupta de la que les es muy difícil recuperarse: desde entonces cobrarán hasta un 20% menos que ellos –y casi el mismo porcentaje respecto a las mujeres que no han tenido descendencia–.

“A la mujer le compensa la sensación de equilibrio entre lo personal y lo público, aunque haya menos ingresos totales”

Un estudio elaborado por un equipo de la Universidad de Copenhague y la London School of Economics, que monitoreó el período 1980-2013, precisa que la brecha se amplió considerablemente durante ese tiempo. En la raíz del asunto, una explicación imaginable: la dedicación a los hijos les detrae tiempo de superación profesional, y en consecuencia ven reducidas sus posibilidades de ascender en sus puestos de trabajo, así como de percibir salarios más parecidos a los de los hombres.

Los investigadores hablan, pues, de una “penalización por hijo”, y explican que su persistencia en el tiempo viene dada por que se transmite de una generación a otra la tradición de que es a ella a quien corresponde cuidar de los hijos, si no en exclusiva, sí con mayor dedicación que el hombre, además de por la influencia que ejerce el ambiente de su propia infancia en la formación de sus preferencias respecto a la familia y al desempeño profesional.

Una notable diferencia salarial

En otro país paradigmático, Suecia, se observa una situación semejante. Profesores de las universidades de Duke y Upsala realizaron una investigación sobre salarios y hallaron una brecha del 38% (unas 141.000 coronas o 14.300 euros) en los ingresos anuales de mujeres y hombres, diferencia que fue favorable a estos últimos.

Ahora bien, la grieta se ensancha un poco más cuando entra en juego el factor hijos. Si se compara a madres y padres, se ve que aquellas perciben un 53% menos de lo que ingresan estos, lo que traducido en cash son unas 226.000 coronas o 23.000 euros. “La brecha en los ingresos entre madres y padres refleja el hecho de que ellas se toman mucho más tiempo que ellos fuera del trabajo, en forma de permiso parental”, apunta el documento.

Es entendible, a tenor de lo anterior, el resultado de otro estudio que efectuó un seguimiento de la trayectoria de las profesionales que trabajaron en un grupo de empresas suecas entre 1990 y 2011. Según se constató, entre los presidentes de 302 grandes compañías, solo 51 eran mujeres. En cuanto a remuneración, de los empresarios que ganaban anualmente al menos un millón de coronas (101.000 euros), apenas el 20% eran de sexo femenino.

Se trataba, claramente, de un tema de horas y de familia. “Encontramos que los asuntos familiares tienen un papel central en la formación de la brecha de género en la designación de los altos ejecutivos –señala el informe–. La grieta se ensancha durante los cinco años siguientes al nacimiento del primer hijo. Durante ese período, las ejecutivas trabajan, en promedio, menos horas que sus homólogos varones y se ausentan más a menudo del puesto laboral. Antes de tener descendencia, las mujeres están en el mismo sendero profesional que los hombres, pero sus ingresos son sustancialmente menores que los de ellos al cabo de los cinco años del nacimiento de su hijo”.

El apoyo del Estado

Vistos desde una indulgente distancia, los casos danés y sueco pueden suscitar asombro. Se supone que la retaguardia, el “y qué hago con mis hijos”, está bien cubierta por el Estado, con lo que sus ciudadanas pueden subirse al ascensor social con la misma agilidad que sus pares varones.

“A la mujer le compensa la sensación de equilibrio entre lo personal y lo público, aunque haya menos ingresos totales”

En Dinamarca, por ejemplo, los progenitores se toman casi un año de licencia remunerada por concepto de paternidad. Por norma, la madre tiene derecho a dejar de trabajar durante las cuatro semanas previas al momento del parto, y una vez que han dado a luz puede hacerlo otras 14 semanas. En cuanto al padre, puede desaparecer de la oficina o del taller por dos semanas en cuanto nace su hijo. Después, ambos pueden distribuirse otras 32 semanas de permiso –con una remuneración algo menor– para quedarse en casa al cuidado de la criatura. No se precisa que el empleador otorgue su permiso para ello.

En cuanto a Suecia, los padres tienen derecho a un permiso pagado de un año, aunque no cobran el sueldo íntegro, sino el 75%, y una cifra menor si deciden prorrogarlo tres meses más. De igual modo, disponen de hasta 90 días al año para cuidar de sus hijos enfermos, con la alternativa de, si lo desean, trabajar menos horas sin tener que perder su empleo a tiempo completo. Además, aquellos que quieren dejar a sus chicos en una guardería lo hacen a un precio subsidiado.

¿Qué sucede entonces? Que quien hace un uso más intensivo de los permisos es la mujer. En Suecia, durante el primer año del bebé, una ejecutiva, por ejemplo, se aleja 106 días de sus tareas laborales, un número que va descendiendo a medida que el hijo va creciendo (unos 7 días cuando el menor sobrepasa ya los 6 años, hasta los 10). Asimismo, si alguien se ve precisado a salir por la puerta sin terminar la jornada laboral por una urgencia del pequeño, es ella: entre los 3 y los 6 años, puede restarle por este motivo al trabajo tres horas semanales. Y el monedero, de alguna forma, lo nota.

“¿Y si quedarme en casa me compensa?”

Dicho todo esto, reducir la igualdad entre hombres y mujeres al asunto del salario puede sacar del foco de atención un aspecto tan importante o más que el económico o el del prestigio social: la satisfacción personal. El ascenso en el puesto de trabajo y, de resultas, la mejora salarial, son factores relevantes para medir el desarrollo del individuo, pero hay otros quizás menos tangibles o medibles, que aportan bienestar.

El pasado 26 de enero, el diario El País tocaba la cuestión en un breve análisis titulado “Las holandesas prefieren menos horas y más calidad”. La periodista relataba que las mujeres de los Países Bajos trabajan en promedio unas 29 horas a la semana, 8 menos que los hombres, y que la media jornada laboral tiene buen predicamento entre el público femenino. De hecho, el 63% de las trabajadoras menores de 25 años sigue esta modalidad, más del doble de sus coetáneos varones.

Tras la maternidad, el nivel salarial de las mujeres puede descender un 20% en comparación con el de los hombres y casi tanto con respecto a las mujeres sin hijos

El Centro de Planificación Económica neerlandés explica la tendencia con argumentos que, curiosamente, apuntan a una diferencia de intereses según la psicología propia de cada sexo: “Ellos aprecian un buen salario”; “las mujeres, en cambio, tienden a combinar el trabajo con la maternidad y sus aficiones”. La reportera cita, además, a la psicóloga Ellen de Bruin, profesora de la Universidad de Leiden, quien se apoya en algunas investigaciones para decir que, gracias a los buenos vientos de la economía local, no es problema que la mujer se quede en casa mientras su pareja trabaja. “A la mujer –asegura– le compensa la sensación de equilibrio entre lo personal y lo público, aunque haya menos ingresos totales”.

Quizás en esto las suecas y las danesas –y tal vez las noruegas, finesas e islandesas– no piensen de modo muy diferente a aquellas que, a la hora en que las empresas abren sus puertas en Ámsterdam, prefieren llevar a su hijo a pasear por el Artis Royal Zoo. Con seguridad eso no puntúa para el escalafón y para una nómina más generosa, pero, aunque algún político o estudioso quiera ver en ello la huella de una “injusticia”, tal vez vaya más con su sentido de la felicidad.