Los músicos tienen crédito

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Como los artistas suelen tener ingresos irregulares, y el mercado en que trabajan resulta oscuro para los extraños, no es fácil que los bancos les concedan créditos. Pero los músicos –como los literatos y otros creadores– tienen derechos de autor que pueden explotar durante mucho tiempo. En esto se basan unos servicios, iniciados hace pocos años, que facilitan capital a los artistas a cuenta de las ganancias futuras por propiedad intelectual.

Es un sistema que se usa bastante en sectores como el farmacéutico, donde las patentes están entre de los principales activos de un inventor o una compañía. Podría aprovecharse más en el caso de los músicos, y eso pretenden empresas como las estadounidenses The Royalty Exchange y Lyric Financial.

The Royalty Exchange es como un mercado de valores que opera con derechos de propiedad intelectual. Pueden ser los de escritores de libros, guionistas de cine o televisión, titulares de patentes, propietarios de marcas… Pero en la práctica solo sirve a compositores, que son su especialidad y que por lo general tienen difícil acceso a otras fuentes de financiación convencionales.

El artista que recurre a The Royalty Exchange pone en venta una parte de sus ingresos futuros por derechos de autor. Él decide qué porcentaje y qué derechos ofrece (por reproducciones en radio, ventas de discos, descargas de Internet…), y de qué obras. Declara cuánto ha ganado en los dos o tres últimos años, y The Royalty Exchange lo comunica a los inversores interesados. Como en la Bolsa, se hace una subasta, y el mejor postor se lleva los derechos. El músico recibe el precio pagado por el comprador, menos la comisión del Royalty Exchange (entre el 5% y el 12,5%, según el monto total), que también carga al inversor un 2,5%. El inversor cobra por los derechos adquiridos hasta que se extingan (en Estados Unidos, 70 años después de la muerte del autor), y The Royalty Exchange se lleva otro 2,5% anual.

En sus dos años de vida, The Royalty Exchange ha concluido cerca de veinte subastas por un valor total de unos 750.000 dólares.

Lyric Financial trabaja de otra manera. Su fundador y presidente, Eli Ball, tenía un estudio musical y cree que los artistas no deben vender los derechos sobre sus creaciones, ni comprometerlos en garantía de un préstamo. Lo que les ofrece su compañía es un anticipo a cuenta de los rendimientos futuros (eso hacían antes las casas discográficas y las sociedades gestoras de derechos, pero lo dejaron porque resultaba demasiado arriesgado). Los músicos conservan la propiedad intelectual, y solo dan a Lyric Financial sus ingresos por ella hasta que devuelvan el dinero. Por lo general, Lyric Financial da anticipos equivalentes a los derechos de autor de un año, que deben sumar al menos 5.000 dólares. No cobra intereses, pero se resarce con una comisión.

No son estos los únicos medios con que los artistas pueden financiarse empleando su propiedad intelectual. Otro es los llamados celebrity bonds, títulos de deuda respaldados por derechos de autor. El primero y más famoso caso fue el de los “bonos Bowie”, emitidos en 1997, con los que el cantante y compositor David Bowie recaudó 55 millones de dólares contra los derechos de 25 álbumes durante diez años. Como los bonos tienen que dar intereses a los inversores, no son adecuados para músicos más modestos, a los que en cambio se dirigen entidades como las dos descritas. También tienen más riesgo: los bonos Bowie empezaron dando casi el 8% anual, pero en 2004 cayeron bruscamente. Después, el financiero que los inventó, David Pullman, empezó a crear títulos empaquetando derechos de varios artistas, se metió en pleitos y finalmente optó por comprarlos él mismo y recaudar los réditos (ver Chicago Tribune, 6-12-2012).

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