La “gig economy” en tiempos de pandemia

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La pandemia del coronavirus ha afectado de modo muy dispar a las diferentes modalidades de la economía digital. Para unas empresas, como Netflix, tantos millones de personas metidas en casa constituyen una garantía de crecimiento. La compañía Sensor Tower –citada por el New York Times– ha rastreado las descargas de contenidos a través de la app de Netflix y ha percibido un aumento del 66% en Italia y del 35% en España.

Pero otras plataformas digitales acusan pérdidas. Como las de compartir coche, o las de alquilar bicicletas o motos. O como Airbnb, el portal de alojamientos que pone en contacto a potenciales viajeros y anfitriones. Entre la inhibición voluntaria de muchos de embarcarse en un viaje por temor a contagiarse y las restricciones de movimiento decretadas por las autoridades de los países de destino, el turismo ha entrado en un coma, aunque temporal, profundo.

El declive de las reservas en Airbnb ha sido notable en la última semana. En Europa, su mayor mercado, han disminuido un 75%; un 95% en Asia y un 50% en EE.UU. En este contexto, la compañía se está planteando pedir el auxilio de nuevos inversores, pues “únicamente” le quedan 4.000 millones de dólares de liquidez, aunque expertos creen que le será muy difícil llegar a los 31.000 millones que acopió en 2017.

Por su estructura y modo de funcionamiento, Airbnb forma parte de la denominada gig economy o economía colaborativa, un modo de adquisición o renta de bienes y servicios en el que se establece una relación temporal por medio de una plataforma digital entre quien ofrece esos bienes y servicios y quien los demanda.

Las reservas en Airbnb han disminuido un 75% en Europa, un 95% en Asia y un 50% en EE.UU.

Millones de personas en pijama y en el sofá no son, evidentemente, la mejor noticia para este negocio en particular, pero para otros, ese mismo público no supone problema alguno. De hecho, que todos nos quedemos quietos puede ayudar a que sus números crezcan.

“Que me lo traigan a casa”

Si la montaña no va a Mahoma… puede enviarle un repartidor. Las plataformas digitales que ponen en relación de esta manera a restaurantes, farmacias, mercados, etc. con sus clientes han ido in crescendo en los últimos años. Ahora, durante las cuarentenas decretadas en varios países de Europa y en regiones de EE.UU., Canadá, etc., las apps que posibilitan determinados servicios de entrega a domicilio van a toda marcha, gracias a las excepciones que se han hecho de esos establecimientos en el cierre total –en el caso de los restaurantes, en España y en otros países se exceptúan los que elaboran comida para llevar–.

Con la caída de la movilidad y la amenaza del virus, una plataforma como Amazon ha anunciado su intención de contratar a otros 100.000 trabajadores para laborar tanto en sus almacenes como en el reparto de encargos, dado el incremento de las compras online de productos farmacéuticos o alimenticios (ahora incluye no solo conservas, sino alimentos frescos). UberEats, entretanto, también está contratando, pues no da abasto con los pedidos de comida a domicilio, mientras que Lyft, que se dedica al transporte de usuarios, ha llegado a acuerdos con organizaciones locales en EE.UU. para llevar suministros médicos a los centros de salud, alimentos para niños y ancianos allí donde se necesitan, y trasladar a pacientes de bajos ingresos a sus citas médicas. Otras plataformas, como Postmates y Shipt, ya no solo están haciéndoles a sus clientes la compra en los mercados, sino también en las farmacias…

Las plataformas que facilitan los servicios de entrega a domicilio han visto un aumento de los pedidos durante la crisis

Que este modelo de negocio experimentará una mayor consolidación una vez que el coronavirus sea historia, es opinión bastante extendida. En buena medida porque, primero, ha evitado el cierre o los despidos en cientos de miles de restaurantes, y además porque si la crisis destruye empleos en sectores tradicionales –y así parece–, los afectados pueden hallar un refugio en la gig economy.

Además, varios expertos advierten que algunos hábitos pueden variar desde ahora, lo que animará estas otras variantes. Julie Pollak, economista del portal de empleo ZipRecruiter, lo avizora: “Así como el 11 de septiembre modificó para siempre la manera de concebir la seguridad aérea, la gente puede comenzar a pensar de modo diferente respecto a congregarse en multitudes por mucho tiempo. Esta economía online de las entregas verá un auge temporal, y luego decaerá algo, una vez que la vida retorne a la normalidad, pero siempre estará a un nivel mayor que el precedente”.

¿Y los trabajadores qué?

Cabe decir, no obstante, que estar vinculado laboralmente de alguna manera a estas plataformas digitales no implica automáticamente que el trabajador goce de todas las consideraciones y beneficios que podría esperar a tenor de los buenos resultados de la empresa empleadora. Ni tampoco es todo coser y cantar durante la tramitación de los pedidos en estos días de pandemia.

En varios almacenes de Amazon en EE.UU., en Francia e Italia, ha habido huelgas por lo que los trabajadores denuncian como un incumplimiento de medidas de seguridad como la distancia entre personas. También hay quejas por la falta de mascarillas protectoras y de geles desinfectantes para quienes manejan tan enorme cantidad de productos –en la segunda semana de marzo, la web de compras digitales recibió 600 millones de visitas, un 32% más que el mismo período de 2019–.

Otra arista del tema son los repartidores. La joven Laurice Wardini trabaja como tal para las plataformas Instacart y Postmates, en Los Ángeles. Es su única fuente de ingresos. “Mucha gente –dice a CNBC– cree que el coronavirus está influyendo positivamente en los empleos gig porque más personas ordenan la compra y la comida a domicilio para evitar salir. Bueno, pues no es el caso en mi zona”. Según explica, puede ocurrir que llega a un supermercado con una lista y comprueba que las compras compulsivas han agotado varios de los productos encargados. Los clientes simplemente cancelan la orden, dejándola a ella sin remuneración alguna.

Para Laurice y para otros muchos no hay “quédate en casa”. Allí donde no son reconocidos sino como “contratistas independientes” –todo depende de cómo se hayan pronunciado los tribunales de los distintos países– quedan fuera de las protecciones por despido temporal o del permiso laboral. Es salir a entregar pedidos o no pagar las facturas. Y tampoco es que algunos empleadores se preocupen demasiado por protegerlos. Un repartidor de Deliveroo en París se queja de que no le han dado ni guantes, ni gel ni mascarilla, y se compara a sí y a sus compañeros con las abejas, solo que en lugar de ir de flor en flor, van “de una zona de contagio a otra”.

A este respecto, el comisario europeo de Empleo y Derechos Sociales, Nicolas Schmit, aseguraba días atrás a Politico que, a la vista de la situación actual, si bien algunas plataformas ya han adoptado medidas favorables a los trabajadores, “necesitamos ser más exigentes para asegurar que estos también cuenten con permisos de enfermedad y protección social”.

Muy en sintonía con lo anterior, Tim Wu, profesor de Derecho en la Universidad de Columbia, pide en el New York Times que cuidemos a los repartidores, a los que trabajan en almacenes, a los conductores, a todos esos que “traducen” los clics en hechos, en una economía que está ahora mismo en la UCI.

Ellos, los trabajadores de la “economía sin contacto”, la única que se mantiene activa, son los más vulnerables, dice. Y pide atenderlos, porque si lo que aún funciona deja de hacerlo, “terminaremos recordando nuestro caos actual como si fueran los viejos buenos tiempos”.

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