Justo antes de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, la mayoría de los organismos internacionales, que periódicamente analizan a fondo la economía mundial, venían dibujando un escenario positivo y más bien sereno. La victoria electoral de Donald Trump ha puesto todo en cuestión.
Tomemos como ejemplo las previsiones del Fondo Monetario Internacional, que publica sus análisis dos veces al año (primavera y otoño), valorando la situación económica del momento y aventurando, respecto al futuro, cifras concretas. Su publicación más reciente tuvo lugar en la segunda mitad de octubre, sólo quince días antes del triunfo de Trump.
En esa fecha, el informe del Fondo destacaba, con satisfacción evidente, el triunfo de la economía mundial en su lucha contra la inflación, una pesadilla que hace un año suponía el problema más serio al que unos y otros nos enfrentábamos.
Este éxito era especialmente importante en las economías avanzadas, colectivo donde el IPC viene creciendo a una tasa promedio del 2,5%, es decir, muy cercana al objetivo que la mayoría de los bancos centrales pretenden alcanzar, según sus normas de funcionamiento.
Por su parte, las economías emergentes mantienen, como promedio, tasas de inflación superiores a las de países avanzados, pero más bajas que hace un año. Eso resulta cierto, incluso para economías como las de Argentina y Venezuela, donde la hiperinflación viene haciendo estragos sociales.
Con sus crecientes déficits y su acumulación de deuda, los gobiernos no habían contribuido, en absoluto, a reducir la tasa de inflación, pero los bancos centrales supieron cumplir con su obligación. Lo hicieron al interrumpir sus compras de deuda y al subir los tipos de interés, una estrategia que solo suavizaron cuando la inflación empezó a moderarse.
El triunfo evidente en la lucha global contra la inflación –subrayaba el FMI– se acentúa al considerar que se ha logrado sin provocar grandes contracciones en el crecimiento del PIB, aunque ése era justamente el temor de los economistas, a la luz de anteriores experiencias históricas.
El producto mundial viene, en efecto, expandiéndose a un ritmo superior al tres por ciento anual, tasa que debe considerarse satisfactoria, aunque con pronunciadas diferencias entre Estados Unidos (3%) y Europa (0,8%). Por su parte, China mantiene una inflación prácticamente nula, mientras lucha por recuperar su crecimiento, amenazado por problemas en el sector de la construcción y por el fuerte ahorro (bajo consumo) propio de una ciudadanía que aún carece de servicios sanitarios aceptables y de sistemas adecuados de pensiones.
Hace solo unas semanas, ese ambiente de serenidad parecía extenderse también al futuro inmediato, con previsiones de crecimiento sostenido y tasas de inflación controladas. En la “balanza de riesgos”, los posibles eventos bajistas parecían compensados por otros que podían apuntar al alza. El escenario central se mantenía, pues, despejado.
Pero llegó Donald Trump, y el mundo parece haber cambiado en dos días. Su victoria en las elecciones de Estados Unidos amenaza con introducir serios elementos de distorsión en un panorama económico tan plácido, máxime si se tiene en cuenta que el Partido Republicano ha conseguido el control del Senado y, a la hora de redactar estos párrafos, resulta también muy probable su mayoría en la Cámara de Representantes. Con la totalidad del Congreso a su lado, la política económica que Trump propugna puede ser llevada hasta sus últimos detalles y sus últimas consecuencias.
Como es sabido, la estrategia económica de la Administración Trump parece apoyarse en dos grandes columnas: en el interior, su política fiscal, y en cuanto al resto del mundo, su política proteccionista en los ámbitos del comercio y la inversión internacional.
La primera de esas columnas (política fiscal) tiene su punto central en fuertes reducciones de impuestos, no inferiores a las llevadas a cabo en su anterior legislatura (2017-2020), y que afectan tanto a la tributación de sociedades como a la de las personas físicas. Naturalmente, tal disminución de carga tributaria tiene un gran atractivo para el electorado y, en sí misma, podría ser valorada positivamente por la mayoría de los economistas.
El problema es que no viene acompañada de reducciones paralelas en el gasto público, que podría incluso crecer en partidas como la defensa, las infraestructuras, y el apoyo financiero a iniciativas del sector privado en los campos de investigación, emprendimiento y alta tecnología.
Con impuestos más bajos y gastos iguales o mayores que antes, no cabe esperar disminución alguna del déficit presupuestario que, como mínimo, continuará anclado en los exagerados niveles de la administración demócrata o podría, incluso, verse aumentado. Como resultado, la deuda pública norteamericana seguirá, o intensificará, su deriva de crecimiento, por encima de los actuales 34 billones de dólares (“trillones”, en la terminología americana)
Respecto a la segunda columna –política comercial–, el propio Donald Trump insiste en desarrollar su actitud proteccionista, mediante el establecimiento de una tarifa mínima (10%) para las importaciones, que se aplicaría a nivel general, es decir, a todos los bienes y todos los países. A esa carga arancelaria se añadirán otras para determinados productos y determinadas zonas económicas, a las que amenaza con alcanzar la categoría de “guerra comercial”. Naturalmente, el proteccionismo estadounidense provocaría represalias en los países afectados, todo lo cual supondría perturbar seriamente las transacciones internacionales y alterar la asignación de recursos a nivel mundial, con consecuencias imprevisibles a largo plazo.
Lo que apenas se dice, es que ambas líneas de política económica (rebajas fiscales y proteccionismo comercial) contribuyen simultáneamente a impulsar al alza los precios internos en los propios Estados Unidos. Así, la Reserva Federal podría ver truncados sus esfuerzos por reducir la tasa de inflación y verse obligada a reconsiderar su programa de reducción en los tipos de interés o, en última instancia, forzada a aumentarlos de nuevo. Si se llegara a ese punto, el diferencial de tipos provocaría sostenidas presiones alcistas en la cotización del dólar frente a otras monedas, lo que supondría una vía por la que la inflación americana se contagiaría al resto del mundo.
No deja de ser curioso que los ciudadanos americanos, agobiados por la inflación atribuible a Biden, hayan votado por una alternativa que podría muy bien agravarla.
Todo lo anterior es un ejercicio de pura lógica económica. En el mundo real, la intensidad de las consecuencias así descritas dependerá, obviamente, de la energía con que la “trumponomics” sea aplicada. Su desarrollo en el tiempo vendrá, a su vez, vinculado a la velocidad con la que la nueva administración republicana quiera, o sea capaz, de aplicar sus postulados de política económica.
Pero la experiencia demuestra que los mercados, en su racionalidad, tienden a anticipar los efectos de las medidas económicas tan pronto como las ven aparecer en el horizonte político. Algunos de sus efectos podrían, pues, empezar a manifestarse ya en 2025, al menos, en su segunda mitad.
Para Europa, en concreto, las consecuencias económicas parecen claras. Según cálculos de Barclays, el neoproteccionismo de Trump podría reducir en 0,7 puntos porcentuales el crecimiento europeo, con impacto especial en Alemania e Italia, únicas economías de la UE que, hasta ahora, mantienen un apreciable superávit comercial con los Estados Unidos. Pero las distorsiones podrían no terminar ahí.
Es, por ejemplo, posible que el proteccionismo americano provoque represalias aduaneras por parte de países que sean clientes importantes de exportaciones europeas, lo que complicaría el problema en el ámbito de la UE. Todo ello podría agravarse si China se viera obligada a desviar su aluvión de exportaciones hacia esos mismos países, lo que acentuaría el proteccionismo de éstos y su impacto en el comercio exterior de Europa.
Esa reducción del crecimiento económico no sería el único problema de la UE. La inflación tendería, en efecto, a rebrotar en este lado del Atlántico, al elevarse el coste de nuestras importaciones. Ello podría ocurrir por dos vías: en primer término, por obligadas represalias aduaneras en la UE y, en segundo lugar, por una previsible depreciación del euro frente al dólar. El BCE podría entonces verse obligado a moderar, e incluso a detener, el proceso de disminución de tipos de interés, repetidamente anunciado por sus autoridades.
Por último, el proteccionismo de Trump tendrá efectos no menores en el resto del mundo, especialmente en China, que es hoy la segunda economía del planeta, o la primera si se mide en términos de poder de compra. El impacto se dejará sentir tanto en el orden del comercio chino-americano, como en el de las inversiones mutuas y en el papel de los mercados financieros. Ante ello, no es fácil prever la reacción de las autoridades económicas chinas, pero muy probablemente su eco resonaría en toda el área del Pacífico.
Existe en los centros financieros de todo el mundo una lógica preocupación: el simplismo de Trump tiene difícil encaje con la evidente complejidad de la economía global.
Juan José Toribio
Profesor Emérito de IESE Business School
Ex-Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional