¿Va bien la economía española o no? Para el público no especializado, a veces no resulta fácil deducirlo de las informaciones que aparecen en la prensa; entre otros motivos, porque no se sabe a qué medidor hay que prestar más atención. Recientemente se ha conocido un dato importante: desde comienzos de siglo, la productividad en España ha caído más de un 7%, y la brecha con las principales potencias del mundo se ha ensanchado. ¿Qué dice esto de la economía nacional? ¿Cuáles son las causas? ¿Y los posibles remedios?
En 2023 el Producto Interior Bruto (PIB) de la economía española creció un 2% en términos reales –es decir, descontando la inflación–. En un principio, todo apuntaba a que España seguiría la senda de otros países europeos en los que se estaba viviendo un periodo de ralentización de la actividad económica. Por eso, debemos preguntarnos ¿qué justifica este crecimiento? Solo un aumento del empleo o de la productividad que fuera muy superior al de los países de nuestro entorno podría explicarlo. Y entre estas dos alternativas, las medidas de política económica en España han apostado más por la primera: la tasa de empleo subió casi un 4% en 2023. En cambio, la productividad de la mano de obra tuvo una caída del 1%. Este dato frenó un crecimiento que hubiera podido acortar la distancia que tenemos con el conjunto de la UE en renta por habitante.
Ahora bien, ¿es esta caída de la productividad un problema puntual? Lo cierto es que no. La Fundación BBVA y el Instituto IVIE acaban de publicar un informe en el que muestran su preocupación por el lento avance de la productividad de la mano de obra, así como por el retroceso de la Productividad Total de los Factores (PTF). El comportamiento de la productividad siempre ha sido el talón de Aquiles de la economía española.
Por eso, cabe preguntarse: ¿Por qué la productividad española es tan baja?; ¿debemos preocuparnos? y, sobre todo, ¿se puede hacer algo para solucionarlo?
La productividad es la eficiencia con la que se utilizan los recursos disponibles en la producción de bienes y servicios. En consecuencia, la productividad aumenta cuando somos capaces de obtener una mayor cantidad de producto empleando la misma cantidad de recursos. Esta definición resulta sin embargo muy genérica, pues al hablar de factores productivos nos estamos refiriendo tanto a la mano de obra, como al capital (maquinaria). Pero también al modo en que se organiza la producción, o a la forma de asignar los recursos productivos. Por eso, debemos ahondar un poco más en el concepto de productividad y sus indicadores.
Productividad de la mano de obra y PTF
La productividad de la mano de obra hace referencia a la cantidad de producto que se logra obtener por trabajador o por hora trabajada. Esta última unidad de medida es más adecuada para hacer comparaciones internacionales, pues hay diferencias entre las horas medias trabajadas por los ciudadanos de unos países y otros.
La brecha entre la PTF española y la de los países del G7 se ha ampliado en las últimas décadas
Un indicador de productividad menos conocido es la PTF, un medidor que tiene en cuenta otros factores, como el uso eficiente del capital tecnológico o el modo en que se organizan y asignan los recursos productivos (el management), y que, por tanto, va más allá de la propia productividad de la mano de obra y del capital.
La PTF también tiene en cuenta el aprovechamiento de los recursos naturales (que, a su vez, depende del management). Por tanto, se ve fuertemente condicionada por el nivel de formación de los trabajadores, el progreso tecnológico, el entorno institucional, la estrategia en la dirección empresarial y la estabilidad macroeconómica, entre otros elementos.
Una vez aclarado qué se entiende por productividad, y cuáles son los principales indicadores que se utilizan para medirla, debemos preguntarnos: ¿A qué se debe la preocupación del BBVA, el IVIE, e incluso la OCDE, entre otros, por la baja productividad española? Claramente, a la brecha que presenta frente a la de los países del G7. Una brecha que, lejos de cerrarse, se ha ampliado en el último cuarto de siglo.
Evolución de la productividad y comparativa internacional
Ni la productividad de la mano de obra, ni la PTF, han mostrado el comportamiento deseado. Entre 1995 y 2007, el Valor Añadido Bruto (VAB) de la economía española, impulsado por el incremento del empleo (3,6%), creció a una tasa media anual del 3,6%, una cifra notable. No obstante, solo la reducción en el número de horas trabajadas por ocupado (-0,18% de media anual) permitió un ligero crecimiento de la productividad de la mano de obra por hora (0,2% de media anual).
El panorama cambió con la crisis financiera y la covid. Aumentó la productividad de la mano de obra por hora trabaja (0,8% de crecimiento medio por año), pero esto no fue suficiente para evitar que la economía española se frenase. En este estancamiento tuvo un papel trascendental el nivel de ocupación, que mostró tasas de variación medias anuales negativas (-0,16%). Es decir, aunque el trabajo fue más eficiente, la producción se ralentizó por el aumento de la tasa de paro.
Dos conclusiones parecen claras. En primer lugar, es el nivel de empleo, más que la productividad de la mano de obra, el que ha determinado la evolución de la producción de la economía española; es decir, el crecimiento económico de España tiende a ser cuantitativo (incremento de la ocupación) y no tanto cualitativo (mejoras en los procesos productivos). En segundo lugar, producción y productividad de la mano de obra se mueven en sentido contrario.
Pero ¿qué podemos decir sobre el comportamiento de la PTF? Pues, sencillamente, más de lo mismo (Cuadro 1, imagen central). Desde 1995, se ha producido una pérdida de productividad de casi 9 puntos porcentuales (7 puntos desde el año 2000). Y el motivo no está en la mano de obra, cuya productividad ha aumentado, sino en la evolución, poco favorable, de la productividad del capital, que ha caído a un ritmo del 1,2% al año entre 2000 y 2022.
Por un lado, la inversión en nuevo capital se redujo de manera muy marcada con la crisis financiera, y todavía no ha retomado las tasas de variación de comienzos de siglo. Por otro, la caída en el nivel de empleo, a la que nos referimos anteriormente, conduce a una baja utilización del capital productivo. Así, podemos decir que es la obsolescencia, y la utilización poco eficiente del capital existente, las que marcan la caída de la productividad.
La estructura productiva en España está sesgada hacia sectores en los que ha caído la productividad
También por sectores se observan discrepancias. La productividad de la actividad industrial y las TICS, al igual que la de la agricultura, presenta variaciones positivas a lo largo del periodo 1995-2022. En el lado opuesto, con variaciones de la productividad negativas, se sitúan todas las actividades de servicios y la construcción, caracterizadas por emplear mano de obra poco cualificada.
Y es precisamente el comportamiento diferencial por sectores el que explica la divergencia que, en términos de productividad, la economía española muestra frente a la de otros países. España cuenta con una estructura productiva sesgada hacia sectores en los que ha caído la productividad. Esto lleva a que la brecha respecto a Europa, lejos de reducirse, se haya incrementado.
De hecho, cuando comparamos los datos de España con los que presentan algunos de los países a los que nos gustaría parecernos (Cuadro 1, imagen de la izquierda), observamos que, con independencia del indicador de productividad que empleemos, nuestro país se sitúa en la cola.
Cuadro: Análisis comparado de productividad por países
Consecuencias de la baja productividad
La consecuencia inmediata de la baja productividad es la de una menor producción, y, lógicamente, un descenso de la riqueza y el bienestar. Los salarios se resienten, pues si se quieren mantener los beneficios empresariales, es necesario que el aumento de los sueldos sea acorde al incremento de la productividad del trabajador (si la productividad crece poco, el aumento salarial debe ser bajo). En España, sin embargo, el aumento de los costes laborales se ha desvinculado del crecimiento de la productividad, para proteger el nivel de ingresos de los hogares (aunque aun así la brecha en la renta por habitante entre España y sus socios europeos se ha ampliado en 12 puntos). La consecuencia de esta desvinculación es que aumenta la inflación. El motivo es que, para no perder beneficios, el empresario tiende a recuperar vía precios lo que pierde con la subida de los salarios.
El deterioro de la productividad es también responsable de la debilidad competitiva de España. La baja competitividad conlleva una reducida capacidad exportadora, especialmente de bienes que requieren alto nivel de conocimientos y habilidades, y una elevada dependencia frente al exterior.
Éstas son solo algunas de las complicaciones que acarrea el problema de la productividad, por lo que debemos preguntarnos si es posible hacer algo para mejorar la situación y evitar caer en una espiral de deterioro económico.
Qué hacer para mejorar la productividad
La respuesta es claramente sí. Las propuestas ya se conocen. No obstante, el camino es arduo, y la tentación de abandonar, como ha pasado hasta ahora, siempre está presente. De hecho, resulta preocupante que la recomendación que la Comisión Europea hizo en 2016, para impulsar la creación de Consejos Nacionales de Productividad (1), no haya sido atendida aún.
¿Y cuáles deben ser los cambios que se adopten? Hay varios. La reforma de la estructura productiva, con mayor peso de la industria manufacturera y los sectores TIC, debe ser una prioridad. Junto a ella, la formación de la mano de obra, adaptándola especialmente a las necesidades del nuevo tejido productivo. Los pobres resultados educativos limitan el potencial de nuestros trabajadores.
También una modernización de los modelos de gestión empresarial ayudaría a impulsar la productividad. Y para evitar la concentración en una sola persona de la propiedad, la administración y la gestión empresarial, el Gobierno debe fomentar un tejido productivo constituido por empresas de tamaño medio y grande. Adoptar medidas que favorezcan la conversión de las PYMEs en empresas de mayor tamaño aumentará su eficiencia, pues las pequeñas compañías tienen más problemas para hacer crecer la productividad. Los altos costes que tiene la digitalización y el desarrollo tecnológico son razones de peso.
Y, cómo no, la apuesta por la digitalización y el capital intangible. Es decir, software, imagen de marca, estructuras organizativas innovadoras…, pero también una I+D que nazca, desde y para la empresa, con capacidad para revolucionar los procesos productivos.
Además de todas estas mejoras, quizás necesitaríamos también un cambio cultural en España. Como diría el empresario americano Jim Rohn, “no te pagan por horas, te pagan por el valor que aportas en esas horas”.
Rafael Pampillón Olmedo y Ana Cristina Mingorance Arnáiz
Profesores de la Universidad CEU-San Pablo
_________________________
(1) El Consejo de la Unión Europea instó a los estados miembros de la zona euro a crear un Consejo Nacional de Productividad, cuyo objetivo prioritario debería ser identificar dónde se encuentran los problemas de productividad del país y realizar recomendaciones que los resuelvan, potenciando el crecimiento de la productividad y la competitividad. La valoración que puede hacerse del trabajo realizado por los Consejos Nacionales de Productividad en aquellos países en lo que sí se han creado es, en general, positiva.