La Eurocopa, el triunfo de todos

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.
La Eurocopa, el triunfo de todos
Celebración del triunfo de la Selección española en la Eurocopa, el 15 de julio de 2024 en Madrid (Guillermo Gutiérrez Carrascal/SO / DPA / Europa Press)

Hacía mucho tiempo, casi una década ya, que no se veía un país tan unido, aunque sea solo por un mes. Es curioso cómo algo tan aparentemente intrascendente es capaz de determinar de tal forma la actitud de alguien ante la vida. Cómo una pelotita que toca una red puede hacer que tu semana la afrontes con una cara u otra. Porque el fútbol es más que eso.

Decía Arrigo Sacchi que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes. Que se lo digan hoy a los españoles, a quienes este mes y medio de Eurocopa les ha servido para darse otra oportunidad con su país y con su fútbol, y todo gracias a las cosas tan importantes que encierran las cosas menos importantes.

España vive sumida en un constante desamor. Desunida, polarizada y huérfana de ilusión. La política institucional divide y cada vez son más los que abrazan la radicalidad. Quieren que la España de todos sea la de unos pocos. Los jóvenes, descreídos, no ven ninguna luz al final del túnel, ni oportunidades, ni nada a lo que aferrarse. No hay que caer en el catastrofismo, pero en el espíritu de la gente no se palpa esperanza, sino rencor.

Sin embargo, algo ha cambiado este último mes. Lo nota uno al caminar por las calles, al leer los diarios o al prestar atención al murmullo de la gente en las terrazas. En este último mes no se oyen (tanto) los nombres de siempre. Ahora se oye hablar de un tal Lamine Yamal, que tiene una calidad que asusta por su precocidad, o de un tal Nico Williams, que es un puñal por banda.

La senda de la derrota

Pero hubo un tiempo en que ni el fútbol era capaz de ilusionar, que más que unirnos lograba hacernos caer en las guerrillas vecinales de siempre. Todo comenzó con el fin de nuestra generación dorada en el Mundial de Brasil en 2014, en el que la vigente campeona del mundo ni pasó de fase de grupos en un torneo de vergüenza. Pero bueno oye, aun así, creo que es honorable morir con los que un día te llevaron a la gloria. En la Eurocopa de 2016 nos presentamos con una Selección que mantenía las vacas sagradas, pero que venía con algo de sangre fresca. La decepción volvió a tocar nuestra puerta en octavos contra Italia con un Graziano Pellè que esa tarde se vistió de una mezcla de Ronaldo Nazario y Van Basten.

El Mundial de Rusia, dos años más tarde, fue reflejo de la peor cara de “La Roja”. A un día de empezar la competición, el presidente de la Federación, Luis Rubiales, dilucidó en prescindir de Julen Lopetegui, quien era seleccionador en ese momento, en una decisión temperamental que sumió a España en otra de esas famosas guerras cainitas. Culés defendían la decisión y madridistas la criticaban. Y mientras tanto, España volvía a caer de manera calamitosa contra la anfitriona en octavos de final. Rubiales llegó a reflejar muy bien durante sus cinco años de mandato ese binomio inseparable que existe entre fútbol y política. Fue la cara visible de una federación plagada de corruptelas que generaban un clima de constante inestabilidad y polarización.

El fútbol ha demostrado ser una manera de hacer que la gente se evada un poco de sus problemas y que, durante al menos un mes, exista un objetivo común

A todo esto, y tras el ridículo internacional de 2018, España se plantaba en la Eurocopa de 2021 con las energías renovadas y un proyecto que ilusionaba. Desgraciadamente, en semifinales, a manos de Italia (otra vez), murió aquel sueño de forma cruel, en un partido que, como dijo Caminero tras perder con los ingleses en el 96: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Con Luis Enrique, pese a jugar un gran fútbol, seguía habiendo escepticismo. Seguramente por su pasado culé y sus múltiples descréditos al madridismo, había una parte del país que no tenía en alta estima al técnico. Pese a ello, el Mundial de Qatar se prometía distinto. España jugaba un buen fútbol. Había dudas, pero se eligió creer. Fue duro el batacazo contra Marruecos en la primera ronda eliminatoria. Un conjunto plano, sin ilusión ni carácter que resucitó los fantasmas del pasado y que volvía a caer, una vez más. Y ya no era solo caer, sino cómo se caía.

El fútbol dejó de ilusionar. Perder nos sumió en una crisis identitaria por la que dejamos de creer en nuestro fútbol. Hasta este verano.

Una ilusión, un triunfo, una pasión

Y no digo que esto sea lo único capaz de ilusionar a un país, pero creo que, como hemos visto tras ganar este último torneo, es una gran manera de hacer que la gente se evada un poco de sus problemas y que, durante al menos un mes, exista un objetivo común. Que la gente hable del pelo de Cucurella y los placajes de Carvajal sirve un poco de descompresión. No es que no se tenga que hablar de los temas realmente importantes, como la postura de Vox contra la Ley de extranjería, por ejemplo, pero también es importante hablar de las cosas menos importantes y que éstas sirvan para unirnos un poco más. Es un poco aquello de pan y circo, lo reconozco, pero de vez en cuando no está mal salir de esa vorágine de belicismo constante.

Esta vez, ninguno de los dos gigantes españoles monopolizó la Selección, lo que hace que el logro sea más coral

El reciente triunfo es similar al de 2010, pero distinto en muchos aspectos. El once titular de aquella Selección en la final de Johannesburgo lo conformaban seis jugadores del F.C Barcelona, tres del Real Madrid, uno del Chelsea y otro del Villarreal. Fue bonito, pero que la mayoría de los integrantes de ese equipo fuera blaugrana aún escuece en la otra calle.

En esta ocasión, ninguno de los dos gigantes españoles monopolizó la Selección. El equipo que presentó España en el Estadio Olímpico de Berlín solo tenía dos jugadores que comparten club (Nico Williams y Unai Simón), el Athletic. Esta peculiaridad hace que el logro sea más coral y menos lo de siempre. Sobre todo, ha hecho que dejemos de hablar de una vez (aunque por un lapso corto de tiempo) de Madrid o Barça para hablar de la Selección. Tiene además un punto romántico ver cómo un acérrimo madridista ensalza a Lamine Yamal o como un culé de cuna piropea a Dani Carvajal. Porque, de repente y como por arte de magia, dos enemigos naturales, que se odian, como el perro y el gato, son capaces de renegar de sus convicciones por algo más grande que ellos mismos. Es un ejemplo de victoria de la hermandad sobre la egolatría, de lo colectivo sobre lo individual.

Es bonito también porque sabemos que es un espejismo, que, en realidad, todo ha sido como un sueño. Doy una semana para que todo vuelva a su orden natural y que el perro y el gato no se puedan ni ver. Porque el fútbol es eso. Es la rivalidad. Es la naturaleza de cada uno. Y ninguna de las dos cosas se puede cambiar. En la película argentina El secreto de sus ojos (2009), dirigida por Juan José Campanella, en una escena que ya es historia del cine, los personajes de Benjamín y Sandoval (interpretados magníficamente por Ricardo Darín y Guillermo Francella) se preguntan dónde puede andar el tipo al que buscan. Esa noche el Racing de Avellaneda jugaba un partido importante y Francella se da cuenta: “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, pero hay una cosa que no puede cambiar, no puede cambiar de pasión”. Y el fútbol no es otra cosa que pasión.

El fútbol en abierto gana audiencia

Así lo demuestran los datos. La final de la Eurocopa, transmitida en abierto por RTVE, logró un 76,8% de cuota de pantalla y más de 13 millones y medio de espectadores de media. Cifra récord. Según el informe de audiencias de Barlovento Comunicación, el balance global de los siete partidos de España se cerró con 31.262.000 de audiencia acumulada, lo que significa que el 67% de la población española conectó en algún momento con las emisiones de TVE del campeonato. Es la Eurocopa con más cuota de pantalla en los partidos de la Selección Española desde la edición de 2012 (73,2%).

En estos últimos años se alzaban varias voces de autoridad en el mundo del fútbol acusando la desafección de este deporte por parte del público, lo que producía audiencias cada vez más bajas y menos dinero por parte de patrocinadores y televisiones. Con los datos en la mano podemos decir que el fútbol se ve y que sigue siendo enormemente popular entre la gente. Quizás el problema no está en una desafección global por las “nuevas formas de entretenimiento modernas”, como muchos insinúan, sino en el alto precio que requiere contratar el fútbol.

La Selección de todos

La Selección Española ha ganado con una propuesta fresca e innovadora que ha contrastado con el fútbol pétreo y soporífero de las demás grandes selecciones. Ver un partido de Inglaterra o Francia era como comerse un bocadillo de polvorones. ‘La roja’ ha hecho gala de valores como la humildad, la diversión y la resiliencia ante momentos complicados en los que parecía que la historia iba a acabar como siempre. La relación entre el seleccionador, los jugadores y la prensa ha sido de cordialidad y respeto, sin exaltaciones ni malos gestos, algo a lo que no se nos tiene muy acostumbrados. La gestión de Luis de la Fuente ha sido impecable en todos los sentidos, pero ha sido sobre todo la alegría de Nico y Lamine la que nos han contagiado a todos y estoy seguro de que, aunque hubiésemos caído, esta vez, la derrota habría tenido otro gusto. Porque esta vez era la Selección de todos.

Pese a ello, muchos aprovechan, como siempre, para hacer gala de su sectarismo. Unos aprovechan la falta de decoro de Carvajal con el presidente del Gobierno, en la recepción al día siguiente de la final, para hacer bandera del antisanchismo, mientras otros sobreexplotan la imagen de dos jóvenes como Nico y Lamine para hablar de sus guerras raciales. Al margen de todo esto, creo que esta Eurocopa ha marcado un punto de inflexión tanto en lo futbolístico como en lo humano. Demuestra que España ya no está perdida. Ha sido todo un ejemplo de civismo y fraternidad entre los españoles (también entre los que no se sienten así) que puede sentar un precioso precedente ―sobre todo entre los más jóvenes― de cómo, aun siendo muy distintos, si jugamos juntos y sin miedo, podemos hacer de este mundo (o de este país) un lugar un poquito más feliz.

Un comentario

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.