Gracias, Carolina, por hacernos llorar

publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.
Carolina Marín llora desconsolada tras su lesión (foto: Europa Press)

Gana por goleada, que se diría si habláramos de fútbol. Acaricia la medalla. Pero la rodilla se resiente. Cae. Acuden a auxiliarla. Pero resiste. Se levanta. Camina unos pasos. Se enfunda una rodillera y trata de continuar el partido, casi coja. En esto consiste el deporte. Su contrincante más que competir, pelotea con suavidad. Nobleza obliga. Que en esto también consiste el deporte. Pero esta ayuda no sirve. Carolina se ha roto y toca rendirse.

Y llora desconsolada ante un pabellón que llora también. Contemplo las imágenes de un público conmocionado ante el llanto de Carolina. Es la definición exacta de la catarsis. En el estadio Pierre de Coubertin se paseaba hoy Aristóteles mostrando la transformación interior que se experimenta al conectar con los sentimientos que sufre el protagonista de una tragedia. Es imposible no conmoverse ante las lágrimas de Carolina, ante sus golpes en el suelo, de rabia, de desesperación, de impotencia, ante el llanto de su entrenador. Es difícil no emocionarse ante el abrazo a su contrincante –inesperada ganadora de un partido perdido– y complicado no estremecerse cuando la atleta rechaza la silla de ruedas y decide salir de la pista por su propio pie, pidiendo antes perdón a los espectadores. Unos espectadores también en pie ovacionando a la onubense.

Pero toda esa emoción, esas lágrimas, esa rabia, esa impotencia lejos de frustrar, desanimar o abatir nos elevan. Basta con ver la reacción del público, el ánimo del resto de los deportistas o los miles de post publicados en redes. Todos con un mensaje: Carolina, esto es más que un oro.

Y es más que un oro porque esa lesión, ese llanto, esa derrota encierran mucho valor. Quizás más que el de una medalla. Detrás de esas imágenes hay miles de horas de trabajo, hay esfuerzo, hay una actitud frente a la vida –con miedo no se puede vivir, había dicho Carolina recientemente–, hay compañerismo, hay liderazgo, hay amor a un equipo y a un país.

Hay deporte. O, mejor dicho, hay lo mejor que tiene el deporte. Su capacidad de unir, de unirnos, de emocionarnos, de luchar y superarnos, y perder, y sentirnos vulnerables y no por eso menos valiosos.

Y, sin querer caer en la autocita, después de esta catarsis, se entiende más lo desafortunado que es mezclar deporte y política. Instrumentalizar el juego con el slogan. Romper la unidad de la competición con la división de la batalla ideológica.

2 Comentarios

  1. Qué delicia de relato corto, más que artículo. Emocionante y profundo, a la vez que estimulante y combativo (con criterio). Para tomar nota. Un auténtico candidato a medalla (entre los clásicos ligeros).

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