Cuando el que nos cuida renuncia

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DOCTORS AND NURSES OF THE INTENSIVE CARE HOSPITAL, FIGHTING COVID-19 EMERGENCY IN PESARO - ITALY. THEY ARE PORTRAITED AT THE END OF THEIR LONG WORKSHIFT. 12 HOURS WITH NO DRINK AND NO TOILETBREAK, DUE TO THE PROTECTIVE SUIT THEY WEAR. THE SIGNS ON THEIR FACE ARE CAUSED BY THE MASKS THEY HAVE TO WEAR TO PROTECT THEMSELFES FROM COVID VIRUS. IN THE PICTURE: Annalisa Silvestri, Doctor anaesthetist

Quitarse el uniforme, arrojar los guantes al cubo, darles a los colegas un abrazo de despedida e irse a casa a hacer vida de bloguera gastronómica, o a vender seguros de salud, o a entrenar chicos en la especialidad de campo y pista, es la solución que han encontrado últimamente profesionales de la salud que dejan el trabajo para retomar las riendas de su vida y dejar atrás el creciente agobio y el estrés. Cierto, también dejan a cientos, miles de pacientes, pero ¿acaso no los han dejado atrás también a ellos…?

De la “Gran Renuncia” se está oyendo hablar desde hace casi dos años, luego de que, pasado lo peor de la pandemia, cada vez más millones de personas rechazaran volver a sus antiguos puestos. En EE.UU., donde se le dio nombre al fenómeno, casi 50 millones de trabajadores dimitieron en 2021. Particularmente en el sector de la salud y la asistencia social, estadísticas de la secretaría de Trabajo señalan que en abril de 2020 la tasa de renuncias se ubicaba en el 1,9%, y que en noviembre del pasado año ya iba por el 3%.

Según un sondeo efectuado en EE.UU., casi la mitad los profesionales de la salud no se imagina trabajando en este sector en los próximos tres años

Lo más preocupante, sin embargo, no es el número de los que se han ido, sino el de quienes están pensando seguir la misma senda. El sitio de información científica Elsevier Health publicó en marzo de 2022 el informe “Clinician of the Future”, con datos sobre los retos y dificultades que enfrentan los médicos a nivel global. De los más de 2.800 entrevistados (entre médicos y enfermeros), muchos dijeron que no pensaban envejecer en una consulta: en EE.UU., el 47% de los preguntados avisó que en dos o tres años se iba a buscar la vida en otra actividad, mientras que en el conjunto de los otros países un 31 % dijo lo mismo.

La sensación –o mejor: la experiencia directa– es que la situación laboral ha ido cambiando para peor, y no solo desde que irrumpió el covid-19, sino en los últimos diez años. Así lo cree el 71% de los médicos estadounidenses consultados, y el 66% de los británicos. Por ello, que muchos consideren la posibilidad de cambiar de trabajo no se debe a un hartazgo gratuito; de hecho, el 85% de ellos dijeron amar su profesión. Quienes se vayan, si finalmente lo hacen, lo harán abrumados por problemas que las administraciones o las instituciones privadas podrían haber resuelto. Y no lo han hecho.

“Quemados” en la consulta

A tenor de los abandonos masivos del puesto laboral en EE.UU., el Pew Research Center realizó en febrero un sondeo entre los que se habían marchado en 2021. Para el 63% de los encuestados, la causa había sido el salario insuficiente, y en la misma proporción dijeron que echaban en falta oportunidades de promoción en la empresa. Otros, el 57%, afirmaron estar hartos de las faltas de respeto en el trabajo.

Cerremos un poco más el círculo: ¿por qué se van concretamente los trabajadores de la salud? En buena medida, por estar exhaustos, agotados, “quemados” –el burning out de los ingleses suena más chic, pero es lo mismo–; un cansancio psicológico, reforzado además por el estrés de los peores momentos la pandemia del coronavirus, del que no acaban de reponerse y del que las administraciones no parecen ser totalmente conscientes para tratar de atenuarlo.

Si se añade a esto el cada vez mayor número de pacientes que atender –los propios y los del profesional que se ha ido– y las mejorables condiciones de trabajo, todo conspira para empujar al médico o al enfermero a pasarse por la dirección y presentar la dimisión.

“Especialmente en la actual situación de pandemia –dijo un médico alemán a los encuestadores de Elsevier Health–, tengo la sensación de que me tratan mucho peor desde todos los lados, ya sean los superiores, los empleados, los pacientes y, sobre todo, los familiares. Debido a la emergencia (al menos en el hospital) ya no eres el muy respetado doctor, sino solo el idiota que asume la mayor parte de las tareas, carga con la mayor responsabilidad y sigue siendo recibido principalmente con ira, frustración, falta de respeto, resentimiento, etc.”.

También se queja un médico británico: “Hay demasiadas cosas que hacer y no disponemos de suficiente tiempo con los pacientes. Se suponía que la tecnología iba a ser nuestra salvadora, pero ha empeorado las cosas”. Según dice, nadie ha implicado a los doctores en el diseño del sistema de telemedicina. “Nuestra última ‘innovación’ digital consistía en aplicar la estrategia digital, pero no decía nada sobre los pacientes o los usuarios de los servicios”, lamenta.

Un mejor salario, mejores condiciones…

También pesa, desde luego, el argumento económico. Aunque el mencionado estudio no profundizó en este aspecto, sí lo señaló como una de las causas de migración a áreas profesionales no relacionadas con la salud.

Algunos médicos de Argentina refirieron que los salarios inadecuados eran causa de estrés, pues obligaban a los profesionales a mantener varios trabajos a la vez para poder sobrevivir. También en EE.UU. recogieron una queja similar respecto a los que están haciendo la residencia, a quienes no les da la vida entre los altos precios, la deuda estudiantil y la insuficiente remuneración.

Por su parte, en España, aquellos egresados que están estudiando una especialidad se enfrentan a un panorama parecido. Un reciente artículo de ABC apuntaba el hecho de que el salario de estos médicos permanece congelado desde 2006, y que desde 2009 hasta la actualidad han perdido hasta un 35% de poder adquisitivo.

¿Solución? Irse también, si bien no de la profesión, al menos sí del país. Según informaba en febrero el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, solo en 2021, 2.504 doctores solicitaron la certificación de idoneidad para irse a trabajar en otros países. El destino principal no queda lejos: Francia, y le siguen el Reino Unido, Irlanda, Suiza y Alemania. Ya fuera de Europa, ponen ruta principalmente a sitios como Argentina y Emiratos Árabes Unidos.

Importa la remuneración, sí, pero también que haya horarios más “normales”, y estabilidad laboral. “Las guardias típicas de 24 horas que se hacen en España aquí no existen; tu jornada es de ocho o nueve horas, y como máximo 12 horas”, señalaba en febrero a Redacción Médica Ulises Pila, un joven cirujano español asentado en Núremberg. Según explica, con esas guardias más razonables, con sueldos iniciales de unos 5.000 euros, y con la posibilidad de contar con plaza fija en un año a lo sumo, merece la pena irse allí a ejercer.

Ganan en bienestar los médicos que se marchan; ganan en atención de salud las poblaciones en que aquellos se asientan, y en España, donde el déficit de facultativos seguirá creciendo en los próximos cinco años hasta llegar a 9.000, los pacientes “ganan”… en días y más días de espera para una consulta o una intervención.

Cuidar ¿con hambre?

Así como en el campo de la salud, en el de los cuidados a niños, a adultos mayores y a personas con discapacidad también se verifica un masivo abandono de puestos.

De vuelta a EE.UU., cifras del Departamento de Trabajo, publicadas en septiembre, revelan que faltan 100.000 cuidadores de menores, lo que implica que hay un 9,7% menos de personas empleadas en esas tareas. Respecto a los que asisten a ancianos –tanto en sus hogares como en residencias– y a personas con necesidades especiales, se calcula que unos 400.000 dejaron el empleo desde que se declaró la pandemia en 2020.

La renuncia del personal asistencial se traduce en un descenso de la calidad de la atención y en menor seguridad para el paciente

Algunos de los factores que “invitan” a los médicos a dar el portazo también aparecen en este colectivo laboral. El de la retribución es esencial, y los datos refieren que en el 98% de las ocupaciones se paga más que cuidando a niños pequeños, por lo que no hay cola para trabajar en guarderías. De hecho, en abril de 2021, pasado lo peor de la pandemia, el 35% de esos centros permanecían cerrados, en buena medida por falta de personal.

No había un gran incentivo para hacerlo. Un sondeo de la Universidad de Oregon a trabajadoras del sector apuntaba que, ya antes de la pandemia, un 23% de ellas no lo tenía fácil para comprar los alimentos necesarios durante el mes –el reporte emplea llanamente la palabra hunger, hambre–. Si se añade a esto el problema de unos horarios laborales asfixiantes y, por el contrario, el atractivo de una gran oferta de empleo en cualquier otro campo de la economía, en ocasiones en la variante del teletrabajo, se entiende que muchas guarderías no volverán a abrir.

Por último, entre los cuidadores de ancianos y otras personas dependientes, hay tres cuartos de lo mismo. Un estudio de dos investigadores de la Universidad de Massachusetts enumeraba entre los problemas de esos trabajadores el de la estrechez económica –no suele ser una labor bien pagada–, el factor estresante de que muchos viven separados de sus propias familias, y el hecho de que tienden a ser infravalorados socialmente y de que sus posibilidades de algún tipo de promoción profesional son escasas. Como resultado, otros tres cuartos de la misma “solución”: largarse.

Una salida que, como se comprueba, deja tras de sí problemas serios. ¿Que se van las enfermeras? Se resiente la seguridad del paciente y desciende la calidad de sus cuidados, toda vez que se sobrecarga de trabajo a las que no se han marchado. ¿Que renuncian las de la guardería? Los padres tienen que pagar más a la cuidadora que raramente encuentren disponible, con lo que se afecta la economía familiar. A no pocos, además, esto los disuade de tener un segundo o tercer hijo, con lo que los índices demográficos van a menos.

Es, en definitiva, una cadena. Y ahora, en la oleada de renuncias, ya se empiezan a echar en falta los eslabones más olvidados.

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