A pesar de ser uno de los países más ricos en recursos naturales, la República Democrática del Congo se enfrenta a una de las crisis humanitarias más severas del planeta. Este país africano, dotado de vastos bosques tropicales, el segundo río más caudaloso del mundo y un gran potencial agrícola, no logra satisfacer las necesidades más básicas de su población.
¿Cómo es posible que una nación con tanto potencial esté atrapada en un ciclo de miseria? La guerra, que lleva más de tres décadas azotando la región, ha convertido estas riquezas en una maldición, perpetuando la pobreza y la violencia.
El nuevo Aceprensa a fondo explora esta paradoja: cómo las mayores riquezas del Congo –fundamentalmente el coltán y el cobalto, que se utilizan para baterías de autos eléctricos y todo tipo de productos electrónicos– se han convertido en su condena.
La República Democrática del Congo cuenta con el 80% de las reservas mundiales de coltán y el 70% de las de cobalto. La extracción la realiza la guerrilla del M23 con el apoyo del Gobierno de Ruanda. Este comercio explica el origen y la persistencia de una guerra que dura ya más de 30 años y que, según estadísticas de organismos internacionales, ha causado la muerte de alrededor de seis millones de personas. Según el Comité Internacional de Rescate, unas 1.200 personas continúan muriendo cada día por causas directa o indirectamente relacionadas con la guerra.
La crisis humanitaria en Congo tiene también una dimensión medioambiental. El hambre y las necesidades económicas promueven la caza de animales. Por otro lado, la Organización Internacional para las Migraciones estima que hay alrededor de siete millones de desplazados en un país donde solo el 15% de la población tiene acceso a electricidad, de acuerdo con los datos de del Banco Mundial. Ese forzoso movimiento, la necesidad de construir viviendas y fabricar carbón –que sirve como fuente de energía– impactan en una deforestación que, a este ritmo, podría hacer desaparecer el 27% de los bosques tropicales de la cuenca del Congo para 2050, según expone el Centro para la Investigación Forestal Internacional.
En este contexto desolador no faltan quienes se comprometen a cambiar la realidad, empezando por la inmediata: es el caso de Chikuru, que con 26 años fundó Fobeworld, una organización que a través del fútbol y el arte ofrece educación a niños y jóvenes que sufren las consecuencias de la guerra.
El futuro está en manos de las generaciones más jóvenes e iniciativas como esta demuestran que incluso en las situaciones más desesperadas, la esperanza y la reconstrucción son posibles.
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