Washington Square

Alba. Barcelona (2010). 288 páginas. 24 . Traducción: Catalina Martínez Muñoz.

TÍTULO ORIGINALWashington Square

GÉNERO

Washington Square es uno de esos libros que vale la pena releer. El retrato de los personajes principales -Catherine Sloper, su padre, su tía Penniman y su prometido Morris Townsend- es sencillamente magistral y resulta tan aleccionador, tan “científico”, como un compendio de psicología del hermano del autor, William James.

Catherine es una rica y apocada heredera que vive en una mansión de Nueva York, junto a su padre, un médico de inteligencia avasalladora y afecto distante, y su tía, una mujer mediocre, enredadora y fantasiosa. Conoce en una fiesta a un joven atractivo y muy despierto, Morris, que no tarda en entregarle su corazón. Sin embargo, el padre de la muchacha recela de las intenciones de ese advenedizo, e insta a su hija a que rompa el compromiso.

A ojos del lector, Catherine Sloper es un personaje tan vivo como él mismo; y, como con el Moisés de Miguel Ángel, la tentación de hacerle “hablar” es a veces irresistible. Su encrucijada, que se resume en la necesidad de elegir entre el deber filial y la pasión amorosa, suscita todas nuestras simpatías, quizá porque su pureza e inocencia son excepcionales en el ambiente en que se mueve. A su padre, que ha calado desde el principio a Morris, solo le interesa que los hechos acaben confirmando sus sospechas, mientras que el apuesto (e inútil) donjuán maneja a Catherine como a un títere. En esa disputa feroz, los sentimientos de la heredera no cuentan; y, a la postre, la crueldad de uno y otro es similar.

A diferencia de otros títulos más “cosmopolitas” de Henry James, en Washington Square los escenarios se reducen al máximo para acentuar la opresión de la protagonista. No obstante, la novela ofrece una interesante pintura de la vida y costumbres de Nueva York en torno a 1850. Entre ellas, no es menor la fascinación de las clases altas hacia el Viejo Continente, que el doctor y su hija recorren durante todo un año para alejarse del influjo del señor Townsend.

Por lo demás, y como en sus grandes obras maestras, James ejerce de convincente testigo de los hechos, y solo a veces se permite coquetear con su “omnisciencia” y reconocer que no lo sabe todo: “Desconozco -afirma, por ejemplo, en el capítulo XV- si él esperaba un poco más de resistencia, por pura distracción”.

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