Vagabundo en París y Londres

Vagabundo en París y Londres

TÍTULO ORIGINALDown and out in Paris and London

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNPalencia (2010)

Nº PÁGINAS304 págs.

PRECIO PAPEL20,90 €

TRADUCCIÓN

GÉNERO

El escritor británico George Orwell (1903-1950) habló siempre con conocimiento de causa. Antes de convertirse en azote de los totalitarismos con novelas como Rebelión en la granja o 1984, ejerció un periodismo comprometido, nada funcionarial, que se implicaba a fondo en todo lo que veía. Durante la Guerra Civil española, por ejemplo, combatió como miliciano y aparcó la literatura para mejor ocasión, hasta publicar en 1938 su célebre Homenaje a Cataluña.

Vagabundo en París y Londres (1933) fue su primer libro. Con un estilo ágil, Orwell narra sus experiencias al borde del precipicio de la indigencia en las dos principales capitales europeas. Hijo de buena familia, sirvió como policía en Birmania antes de probar fortuna con el oficio de escritor; la pobreza le parecía un buen tema y qué mejor -pensó- que experimentar en sus propias carnes los efectos de la misma.

París fue el primer destino de su “reportaje”. Durante las semanas que pasó en la capital de la luz -tan sombría en estas páginas-, el joven Orwell aprendió a sobrevivir en fondas de mala muerte, con las compañías menos recomendables y unos pocos francos en el bolsillo. Los abusos de los prestamistas y la agonía de la búsqueda de empleo jalonan su deambular alucinado por unas calles que a veces recuerdan a la Cristianía de Hamsun en Hambre. Uno de los personajes más entrañables de esta primera parte es Boris, su fiel escudero, uno de tantos rusos exiliados en París tras la Revolución de 1917, que, como en una novela picaresca, le enseña todo lo que tiene que saber para desenvolverse en la miseria.

No sería descabellado, en efecto, catalogar este relato dentro del género de la literatura picaresca. En uno de los capítulos, una vulgar banda de estafadores se hace pasar por una sociedad secreta comunista que exige a sus futuros miembros una cuota desorbitada, para luego disolver el conciliábulo. Otro de los personajes es un trabajador de hotel, experto en provocar altercados a media mañana para forzar su despido, puesto que, por ley, los hosteleros se veían obligados a pagar toda la jornada aunque se trabajara solo la mitad.

El autor no se limita a exponer los hechos fríamente. También ofrece su punto de vista, como en el capítulo en el que analiza la esclavitud de los marmitones y lavaplatos, lo que hace del libro un excelente prólogo para introducirse en el resto de la producción orwelliana, marcada por las preocupaciones morales y el ansia de mejora social. Esta sabia mezcla de literatura picaresca y denuncia social, junto con su habilidad para combinar episodios reales y otros inventados, son quizá los puntos fuertes de la obra.

En su última parte, Orwell viaja a Londres, seducido por un pariente que le promete un empleo. De nuevo, sus ilusiones se esfuman. El descenso a los infiernos de la indigencia es ahora casi total y el protagonista se ve obligado a vivir de la caridad de distintas instituciones benéficas. Los personajes que aparecen en esta segunda parte están caracterizados mediante pinceladas muy reales, lo que acentúa la fidelidad en el retrato social de la época. Así sucede con el irlandés Paddy, que le acompaña en los distintos alojamientos para indigentes o “manganeras”.

El narrador, el propio Orwell, esboza una aguda reflexión sobre qué es la pobreza, qué lleva a ella y a quién interesa que haya pobres. Para el autor, “la pobreza es una mera excrecencia social, tolerada porque vivimos en una época humanitaria”, y resuelve que “los vagabundos son seres humanos normales”.

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