Cuando en 2020 la escritora y documentalista Polly Morland estaba desmontando la casa de su madre, que había ingresado en una residencia, se encontró detrás de una estantería un libro de John Berger publicado en 1967 que contaba el trabajo de un médico local en las Midlands británicas, precisamente donde ella vive. El libro, Un hombre afortunado (publicado en España por Alfaguara), es ya un clásico de la literatura protagonizada por médicos entregados a su trabajo, en este caso en un contexto rural. Con el fotógrafo Jean Mohr, Berger acompañó al protagonista durante seis semanas en 1966 para dejar constancia escrita y gráfica de su intensa actividad.
La casualidad lleva a Morland a descubrir que en esas mismas localidades trabaja en la actualidad una doctora, que tiene la misma actitud ante la medicina y sus pacientes que John Sassall, el médico que protagonizaba el libro de Berger. Así que Morland decide repetir la misma experiencia con ella: escribir un libro sobre su trabajo y su vida que también incluya algunas fotografías.
Al igual que hizo Berger en su libro, Morland conserva el anonimato de la doctora (Sassall era también un seudónimo), lo mismo que no menciona ninguna localidad y altera los datos de todos sus pacientes. A pesar de estos cambios, estamos ante un relato verídico sobre la poliédrica actividad de un médico de familia.
Ciertamente, muchas cosas han cambiado en la medicina y en el mundo rural desde la década de los sesenta hasta hoy. A pesar de todo, como se dice en el libro, la práctica de la medicina en estos lugares, en lo esencial, sigue siendo la misma.
Una mujer afortunada es todo un homenaje a la labor que realizan los médicos de familia, en permanente contacto con los pacientes, a quienes conocen desde hace años. La implicación de la doctora la lleva no solo a preocuparse por su salud, sino también por otras cuestiones que nada tienen que ver con la medicina. Detrás de cada cita médica se despliega una historia personal, “una sinuosa trayectoria de vivencias y emociones” que la ponen en contacto con la vida entera del paciente.
El libro avanza con pequeñas anécdotas de su trabajo. En muchas ocasiones, la obra recuerda a las entretenidas narraciones del veterinario James Herriot. También aquí sobresale el tono amable, cordial, basado en el valor de las relaciones humanas. Algunas de las historias que se cuentan transcurren en plena pandemia del covid-19, que trastocó radicalmente su trabajo como doctora.
Hay momentos emocionantes, de una gran humanidad y de mucha categoría profesional. Y, gracias a la experiencia de la doctora con tantos pacientes tan distintos, se contagia un encomiable respeto por la condición humana, fuera de tópicos, como cuando dice: “las personas, incluso al borde de la muerte, son sorprendentes, y olvidar esto es un peligro”.