Los ensayos de filosofía social y política de Daniel Innerarity se suceden desde 2001 y, además de ser traducidos a diversas lenguas, han obtenido el Premio Nacional de Ensayo de 2003 y otros prestigiosos reconocimientos.
En Un mundo de todos y de nadie, Innerarity une un amplio componente descriptivo de las novedades que introducen la globalización y las tecnologías de la información y una propuesta ética y, sobre todo, política. No en vano se trata de un ensayo de pensamiento político.
La perspectiva descriptiva nos pone ante los ojos, sobre todo, una globalización marcada por las interdependencias. Desde la crisis financiera que arrastramos desde hace más de cinco años hasta las consecuencias que puede tener el cambio climático, pasando por los procesos cada vez más intensos de migraciones, las catástrofes naturales, las nuevas formas de terrorismo, los ataques informáticos o las amenazas de contagio, todo hace evidente que habitamos un mundo donde los grandes problemas no pueden ser abordadas de modo aislado por países o por intereses particulares. El alto nivel de interdependencia que vive la humanidad nos habla de riesgos compartidos –cuyo reverso son bienes públicos compartidos- que reclaman responsabilidades también compartidas.
La globalización así descrita conlleva consecuencias políticas. La primera de ellas estriba en constatar debidamente la insuficiencia, para enfrentarse a problemas de escala global, de un orden político mundial construido todavía en torno a los estados nacionales y su consiguiente soberanía. Esta soberanía ha encontrado competidores, muchos de ellos carentes de toda legitimidad política. Es preciso articular formas políticas legitimadas en el plano político. Se impone apostar por una soberanía compartida, articulada en torno a la idea de corresponsabilidad.
De este modo, pasamos de la idea de comunidad internacional a la de comunidad transnacional. No se precisa tanto una nueva relación entre naciones, cuanto configurar espacios políticos e instituciones transnacionales, capaces de hacer frente conjuntamente a los riesgos sistémicos con que se enfrenta la humanidad. Estas son las bases de una gobernanza mundial.
Instituciones como la de la jurisdicción universal, ya en marcha, forman parte de los incipientes pasos que se están dando de hecho para construir una nueva política acorde con la conciencia de que las responsabilidades no se encuentran ya acotadas en el angosto espacio de la soberanía estatal. Nos acercamos así hacia una ciudadanía cosmopolita, que ha de ir construyéndose progresivamente y que, lejos de la utopía política de la inmediatez digital, ha de seguir articulándose en torno a ámbitos de representación.
Se trata, en definitiva, de civilizar –de instrumentar mediante instancias políticas legitimadas– la globalización. Al respecto, lo que señala Innerarity es que “lo que podríamos llamar civilizar la globalización no es otra cosa que reinventar la política a escala global de manera que el mundo deje de tener propietarios y pase a ser un espacio de ciudadanía”.
El interés de su propuesta política, unido a la capacidad del autor para adentrarse en multitud de situaciones y amenazas con que se enfrenta la humanidad, hacen de Un mundo de todos y de nadie una lectura que nos ayuda a comprender que el mundo que tenemos delante de los ojos y que tanto nos cuesta entender. Es un mundo del que todos somos responsables en alguna medida y en el que carecen de sentido tanto el empeño aislacionista, como la excesiva demarcación de las diferencias entre lo propio y lo extraño.