Desde la publicación de La muerte de la tragedia (1961), en la que constataba la pérdida de las condiciones culturales que hacían posible el género, hasta estas entrevistas con Laure Adler, George Steiner ha ido endureciendo su crítica al adocenamiento cultural. La erudición y la exquisita sensibilidad artística de este pensador apátrida, tan lúcido para profundizar en el pasado como desesperanzado para vaticinar nuevos impulsos creativos, han convertido sus ensayos en acerbos arietes que buscan socavar la vulgaridad del consumismo cultural y la impostura posmoderna que asedia a las humanidades.
Cerca ya de los noventa años, la mirada inteligente de Steiner es ahora menos sarcástica y refinada y se vuelve obscena en ocasiones, implacablemente irrespetuosa con las modas intelectuales –véase la crítica a Arendt, Weil o su devastador juicio sobre la influencia del psicoanálisis freudiano–, o apresurada e irreflexiva –por ejemplo, cuando se refiere a la Iglesia y el cristianismo o valora la creatividad de las mujeres–. Muestra sus prejuicios y plantea opiniones polémicas, como cuando justifica la eutanasia por piedad y critica el sadismo de la concepción cristiana del sufrimiento. Pero también los sabios se equivocan y están sometidos a pasiones y cegueras, como bien sabe.
En Un largo sábado es como si este refinado crítico de la cultura estuviera ya de vuelta y disparara indiscriminadamente, pero lo hace con un armazón cultural, y se aprende tanto de él, que el lector disculpará sus excentricidades. Pese a confesarse ateo, se sabe culturalmente enraizado en la cultura judía. Inquieto, considera que siempre hay cosas que aprender y cree que es posible el encuentro entre culturas. Y con nostalgia, declara que solo es un humilde profesor, un cartero, pero indispensable para la transmisión cultural.
No es muy halagüeño sobre el futuro: la falta de silencio, de privacidad y de jerarquías estéticas han herido la alta cultura, por lo que no es posible aventurar un nuevo renacimiento. Duda, pues, de que venga el domingo tras este sábado de espera en el que nos encontramos y que explica el título del libro, en el que Steiner consigue transmitir, como siempre, su distinguido amor por la cultura.