Ediciones 98 recupera cuatro libros del escritor y periodista gallego Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964). Es autor de una amplia producción literaria que abarca todos los géneros. Tras destacar como periodista en su tierra natal, se trasladó a Madrid, donde pronto fue muy conocido. En 1916 publica una de sus obras más célebres, Acotaciones de un oyente, recopilación de sus famosas crónicas parlamentarias, y en 1922 aparece uno de los libros que Ediciones 98 acaba de rescatar: los espléndidos relatos que forman su libro Tragedias de la vida vulgar.
En 1934, fue nominado para la Real Academia, pero no leyó su discurso hasta 1945. Cuando estalló la guerra civil, señalado y buscado por los milicianos del Frente Popular, consiguió salvar la vida gracias a algunos amigos, que pudieron refugiarle en sus domicilios hasta que consiguió asilo diplomático en dos embajadas sucesivamente y ser evacuado a finales de 1937.
Fernández Flórez recrea estos sucesos primero en forma de narración biográfica, El terror rojo, que aparece en Lisboa en 1938, y después en dos novelas, Una isla en el mar rojo (1939), también reeditada por Ediciones 98, y La novela número 13 (1941), de la que Ediciones 98 anuncia su próxima publicación.
Tras la guerra siguió colaborando en diferentes periódicos y revistas y publicó otras muchas novelas, entre las que destacan El bosque animado (también reeditada), quizás su mejor y más conocida obra, repleta de lirismo, humorismo, fantasía y personajes muy gallegos.
El terror rojo se publicó en 1938 en portugués y estaba inédito en castellano. El libro recrea con acierto la vida en la embajada de Holanda hasta que consiguió autorización para viajar a Francia, acompañado de uno de los miembros del personal de la embajada. Su testimonio está escrito pocos meses después de los hechos y, además, cuando la guerra civil todavía no había finalizado. Este contexto explica el tono duro que emplea el autor al referirse a sus enemigos y a los políticos de la zona republicana, con descalificaciones gruesas y demasiado generales, pero en aquellos momentos, después de que salvara la vida de milagro (no como otros periodistas de su mismo diario, ABC, que fueron detenidos y fusilados), no se podía pedirle mesura, imparcialidad y distancia.
Mucho más interés y calidad literaria tienen los relatos que forman parte de Tragedias de la vida vulgar, que recupera el subtítulo que puso el autor, Cuentos tristes. No aparece en estos cuentos la vertiente humorística que define buena parte de la literatura de Fernández Flórez, como se muestra en una de sus novelas más editadas, El hombre que compró un automóvil (1932).
Estamos ante cuentos muy bien trabajados tanto en su estilo como en su estructura, que están unidos por una misma pretensión estética que el autor define muy bien en uno de sus inolvidables prólogos: “He querido únicamente poner en estos cuentos ternura, una gran ternura: eso que vale mucho más que el amor”. La gran mayoría están protagonizados por personas humildes que encarnan tragedias cotidianas y vulgares. Los planteamientos están apoyados en un realismo amargo y costumbrista muy de la época, con personajes sacados de la realidad social. En el desarrollo de los relatos, el autor esquiva la redención o el posible final feliz para mostrar con una llana crudeza unas vidas que caminan, quizás de un modo grotesco y nada ampuloso, hacia la desolación.