Si los animales pudieran hablar es el primer libro que escribió James Herriot, seudónimo de James Alfred Wight (1916-1995), veterinario escocés que tras finalizar sus estudios en Glasgow se trasladó a trabajar al pueblo de Thirks, en Yorkshire del Norte. Allí acabó casándose y el resto de su vida trabajó como veterinario en este mundo rural. Fruto de sus experiencias publicó varios libros. El que le dio más popularidad fue Todas las criaturas grandes y pequeñas. Luego publicó Todas las cosas brillantes y hermosas, de 1974, también con los mismos objetivos literarios y ambientado en la misma zona. El tercer libro que recopila sus aventuras como veterinario rural, publicado en 1977, es Un veterinario en apuros, volumen que tiene como hilo conductor el forzado alistamiento del autor en las Fuerzas Aéreas de Gran Bretaña, la RAF, en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial.
Herriot ha vendido más de 80 millones de ejemplares de sus libros, que fueron un fenómeno social en la década de los setenta y ochenta del pasado siglo. Ahora han vuelto a ponerse de moda gracias al éxito de la serie televisiva basada en ellos, bastante fiel a su contenido.
Como cuenta el autor en Si los animales pudieran hablar, que empieza a escribir cuando lleva un año instalado en el ficticio Darrowby, trasunto de Thirks, sus inicios no fueron nada fáciles, pues Herriot tuvo que adaptarse a otro clima y a la vida rural en esta zona de Yorkshire. Poco a poco, sin embargo, se siente atrapado por el paisaje (“la paz que sentía siempre al saberme en el silencio y el vacío de los páramos”) y por sus gentes, que encarnan “las mejores cualidades de los hombres de los valles de Yorkshire: la reciedumbre, el estoicismo, la generosidad y la hospitalidad innatas”.
El libro está compuesto de breves capítulos en los que cuenta sus visitas a las granjas vecinales para atender a sus animales. Las acciones que tiene que realizar suelen ser complicadas, pues los granjeros, expertos en el cuidado de los ganados, solo recurrían al veterinario cuando ya no sabían qué hacer. Algunos de ellos tienen, incluso, una imagen muy negativa de su trabajo, pues lo tratan como un inútil o un parásito que solo busca dinero. En todas estas intervenciones queda demostrado el amor que el autor siente por los animales (perros, caballos, vacas, cerdos…) y su disponibilidad para hacer todo lo posible por curar las enfermedades del ganado, tan indispensable para el trabajo y el futuro de los granjeros de esta zona.
Junto con el relato de su actividad como veterinario, Herriot incluye otros ingredientes que hacen todavía más atractiva la lectura de este libro. Por un lado, su proceso de enamoramiento de Hellen Alderson, la hija de uno de los campesinos que visita habitualmente; por otro, la relación que mantiene con su jefe, Siegfried, voluble e intempestivo, y con Tristan, el hermano de Siegfried, que también trabaja en la clínica veterinaria. También añaden color el trato con los vecinos, las fiestas, las visitas a las tabernas y los bailes de la zona.
El tono de estos recuerdos es en todo momento amable, sencillo y altamente positivo. El estilo es muy ameno y repleto de sentido de humor. Además de alabar la importancia de la amistad, son muy humanas sus reflexiones sobre las condiciones de la vida rural.