Shanzai es una palabra china que sirve para denominar al procedimiento de copia o parodia de un producto original. A partir de la conocida capacidad de la cultura china para apropiarse de productos foráneos y producir imitaciones en una escala gigantesca, este libro propone una explicación teórica que trascienda los prejuicios occidentales y se aproxime a la mentalidad que genera un modo alternativo de creación.
El autor, filósofo de moda en Alemania, parte de sus orígenes coreanos y su formación humanística europea para comprender desde dentro el fascinante proceso de reconstrucción de la creatividad con parámetros que no son los de la modernidad occidental. Para ello recurre a diversos comentarios de pinturas clásicas chinas en los que se revela la colaboración de diversos amigos del artista inicial. O desmonta los prejuicios sobre el valor de la obra de arte según su autenticidad pura, al referir la historia de algunas falsificaciones de pinturas de Vermeer van Delft que fueron consideradas obras maestras durante décadas, hasta que se descubrió que en realidad habían nacido de la mano de un artista del siglo XX. A partir de ese entonces, su cotización se desplomó en el mercado del arte. ¿En qué habían cambiado sus cualidades formales?, se pregunta Byung-Chul Han.
Desde su mirada, las obras de arte orientales son más inclusivas y participativas que las occidentales, al prescindir de la idea de la colectividad y fomentar el anonimato, frente a la glorificación del nombre propio del artista, tal y como ha ocurrido entre nosotros desde el Renacimiento en adelante. La primera consecuencia de estos planteamientos es que la noción elitista de originalidad, fuertemente ligada a la inspiración individualista y del genio occidentales, no es la única que legitima a una obra artística.
El breve ensayo de Han transita con brillantez por aspectos de la literatura o el arte, de la misma manera que analiza fenómenos de la cultura popular, desde los anuncios a la reproducción de logos comerciales. Por sus sólidos conocimientos y sus incitantes puntos de vista, nos obliga a reflexionar sobre nuestros parámetros valorativos y a reorganizar nuestra mirada sobre una mentalidad oriental que ya forma parte del paisaje de nuestra vida cotidiana. En este sentido, otra conclusión interesante, no suficientemente subrayada por el autor, es que los caminos creativos de Occidente empiezan a converger con Oriente. La postmodernidad occidental, con Borges a la cabeza (por cierto, olvidado por Han), ha reivindicado la capacidad de innovar a partir de modelos anteriores.
Por otro lado, quizá sería bueno considerar que el diálogo que establece Han con Occidente se hace, sobre todo, con los esquemas heredados de la modernidad ilustrada. Cuando reivindica el valor de la imitación china, borra la función decisiva de la tradición en el desarrollo de la creatividad europea, desde la poesía petrarquista, que ha acuñado un repetidísimo lenguaje amoroso en Occidente, hasta la formación de estilos arquitectónicos como el gótico, que no se entiende sin una espiritualidad que se heredó durante siglos.