Quedan pocos meses para que Paul se gradúe como neurocirujano por la Universidad de Stanford. El estrés al que ha estado sometido durante los últimos años, con jornadas de 16 horas más las guardias, está pasando factura a su matrimonio con Lucy, también doctora. En esas circunstancias le diagnostican un cáncer en fase terminal. No estamos ante una novela sino ante una historia real contada por su propio protagonista, quien falleció en 2015 sin ver el libro publicado.
Hijo de una familia de médicos de ascendencia india, Paul se había preguntado desde joven por el sentido de la vida. Tratando de encontrar respuesta a esa inquietud, estudió literatura y biología, pero finalmente se decidió por la medicina y la neurocirugía. A pesar de haberse formado en una concepción técnica y especializada de la medicina, él ve las cosas de otra manera: “El deber del médico no es conjurar la muerte (..) sino tomar en sus brazos a un paciente y a una familia cuyas vidas han quedado desintegradas y trabajar hasta que puedan levantarse de nuevo y afrontar –hallándole sentido– su propia existencia”.
Este libro sigue la estela de otros dos publicados recientemente: Ante todo no hagas daño, de Henry Marsh y Ser mortal, de Atul Gawande, que han sido muy bien acogidos por el público. Los tres están escritos por prestigiosos cirujanos que descubren que la medicina no debe dejarse fascinar por el poder de una tecnología con pretensiones de vencer a la muerte, sino que debe practicarse desde la conciencia de los límites y del primado de la persona vulnerable que requiere de cuidados. Los tres prestan especial atención al periodo final de la vida humana y coinciden en que dar sentido a esa última etapa resulta tan difícil como necesario para alcanzar una vida plena.
Kalanithi no solo nos ofrece valiosas reflexiones al respecto, sino que su propio testimonio resulta ejemplar. Tras el infausto diagnóstico de cáncer, sufre pero no se desespera. Se une más a su mujer, superando la crisis que habían atravesado; se apoya en sus padres y amigos; combate la ansiedad que genera la incertidumbre ante una enfermedad mortal; y vuelve a la fe, de la que se había apartado durante los años universitarios, que le revela verdades sobre las que la ciencia que le deslumbró poco puede decir.
Cuando todavía desconocen cómo va a evolucionar el tratamiento, Paul y Lucy deciden tener un hijo. Para ello tienen que recurrir a la reproducción asistida y, a pesar de sus reticencias, Paul acaba aceptando que se creen más embriones de los que se implantarán a su mujer y se sacrifiquen los demás. Frente al planteamiento personalista de la medicina que ha ido descubriendo a lo largo de su vida, en este punto parece ceder ante el utilitarismo dominante o a la cultura oriental que prioriza la vida en general sobre la de los individuos concretos.
El libro, que conmueve e invita a la reflexión, acaba con un epílogo de su esposa Lucy. En él relata lo que Paul ya no pudo escribir: el repentino agravamiento de su estado de salud y el afrontamiento de la muerte lleno de paz y rodeado de su familia.