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(Pos)verdad y democracia

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2024)

Nº PÁGINAS288 págs.

PRECIO PAPEL23,50 €

GÉNERO

El prefijo entre paréntesis del título de este ensayo anuncia que su verdadero argumento es la relación entre verdad y democracia, una relación que, como indica certeramente el autor, resulta ambigua. Arias Maldonado considera que el fenómeno de la posverdad no resulta tan novedoso como suele afirmarse, pues la tendencia a soslayar la verdad en la política dista de ser un hecho reciente en la historia humana.

La posverdad, más que la causa de un deterioro de la discusión pública, sería expresión de nuestra presente situación cultural. En concreto, constituiría una manifestación de lo que el autor denomina “liberalismo tardío”, que para él representa el resultado negativo en el que terminan desembocando algunos de los principios liberales cuando llegan a su máxima realización.

Arias Maldonado insiste en las dificultades de todo tipo con que choca la verdad en la democracia. Aparte del deseo de engañar de muchos actores políticos, se encuentra, sobre todo, la tendencia al autoengaño que todos tenemos y la escasa capacidad que demostramos para abrirnos a planteamientos diferentes de los que provienen de nuestras emociones o de nuestro interés por lograr el reconocimiento del grupo o tribu con la que nos identificamos.

El libro insiste en lo difícil que resulta identificar la verdad. Y se centra finalmente en el papel que desempeña la acepción más fuerte de esta en la democracia. Ni el recurso a los expertos ni una supuesta ventaja epistémica de los sistemas democráticos aseguran la adopción de buenas decisiones políticas. Es decir, no es el conocimiento por sí mismo el que determina que las medidas políticas sean acertadas.

Para abordar la cuestión, el autor distingue entre verdad fuerte y “verdades”, y recoge también la tradicional diferencia weberiana entre hechos y valores. De este modo asume el argumento de muchos pensadores (Rawls, Rorty, Gramsci, Foucault, Dworkin, entre otros) que, o bien consideran las verdades máscaras del poder, o bien entienden que la democracia resulta incompatible con un sentido “fuerte” (metafísico) de la verdad. Arias subraya cómo los regímenes autoritarios intentan imponer su verdad a todos los ciudadanos. Y recuerda que la democracia es un “régimen de opinión”, no un “régimen de verdad”.

A mi entender, tal cosa se puede suscribir hasta cierto punto, pero no completamente. Efectivamente, la democracia no tiene como objetivo establecer qué es lo verdadero, y es también una exigencia de la democracia que los ciudadanos podamos sustentar ideas opuestas sobre la verdad. Pero eso no conlleva negar la verdad en sentido fuerte, ni puede llevarnos a un relativismo, que yo llamaría “fuerte”, ya que eso nos privaría de fundamentar racionalmente la democracia. Esta se convertiría, como ocurre en los mencionados autores de referencia y el autor señala, en un puro acuerdo de hecho, un modus vivendi o un modus credendi, una creencia que ha triunfado, pero sin más fundamento normativo que la pura voluntad de respetarla (por parte de quienes están dispuestos a hacerlo, habría que añadir).

Ante la falta de fundamentación fuerte o metafísica de la democracia, ante la ausencia de algo que verdaderamente la legitime, el autor se ve obligado a admitir que los ciudadanos demócratas son aquellos que creen creer en la verdad, pues la democracia nos exige no renunciar por completo a ella. En fin, parece decirnos que la democracia se apoya en la ficción de creernos el marco político liberal y en la voluntad de no transigir con la veracidad de los hechos.

 

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