Esta obra del historiador británico Michael Burleigh es útil para reflexionar sobre los acontecimientos del presente, en un mundo marcado por los conflictos localizados y de baja intensidad, a la luz del pasado próximo. La época de la segunda posguerra mundial se caracterizó por conflictos co-loniales interpretados, en su mayor parte, como episodios de la guerra fría librada entre las dos superpotencias mundiales. Algunos analistas políticos y militares se han interesado en los últimos tiempos por los fenómenos de la insurgencia y la contrainsurgencia en Malasia, Indochina, Filipinas, Argelia o Kenia, tratando de extraer lecciones del pasado para combatir a los insurgentes de nuestros días, particularmente en Oriente Medio y Afganistán.
Pero Burleigh nos previene contra esas interpretaciones interesadas. Antes bien, señala que en algunas ocasiones se alcanzó la victoria contra la insurgencia porque los rebeldes no representaban al conjunto de la población. En el caso de la insurrección en Malasia y Kenia, los británicos aprovecharon la circunstancia de que los guerrilleros procedían de etnias minoritarias como los chinos y los kikuyus, aunque a la vez no escatimaron en métodos expeditivos como los campos de concentración, disfrazados eufemísticamente de reagrupamientos de población, con la finalidad de aislar a la población civil de la guerrilla.
Gran Bretaña se forjó un mito de ser un país especializado en la lucha antiguerrillera, pero, tal y como recuerda Burleigh, trató de ocultar los episodios menos honrosos de esta lucha con una eliminación de archivos previa a la descolonización. En cualquier caso, las victorias estaban destinadas a ser efímeras porque poco a poco la clase política fue consciente de que el tiempo del imperio había pasado y resultaba muy gravoso mantener el estatus de potencia mundial.
En contraste con su posición más atenuada sobre Gran Bretaña, Burleigh no escatima las críticas respecto al papel de Francia en las guerras coloniales de Indochina y Argelia, en las que se produjeron toda clase de atrocidades por parte de los dos bandos, si bien los insurrectos ganaron la batalla de la opinión pública mundial. Algo muy similar le sucedió a EE.UU. en Vietnam, donde Washington pretendió abarcar demasiado y terminó perdiendo en el terreno político lo que había ganado, en apariencia, en el campo de batalla. La implicación norteamericana en el conflicto vietnamita es para el autor el ejemplo de política exterior errática; se equivocaba al considerar el comunismo como una estructura monolítica a nivel mundial y no valorar los aspectos nacionalistas en el ideario del enemigo rojo o simplemente izquierdista, impregnado además de la retórica del tercermundismo triunfante en la conferencia afroasiática de Bandung (1955).
Por lo demás, el libro está salpicado de curiosas anécdotas y grandes dosis de ironía, hasta el punto de presentar a los grandes líderes políticos y militares como gente tan vulgar como el resto de sus contemporáneos, y en muchos casos mezquina y sin ninguna altura de miras. De ahí que el lector se quede con un regusto amargo tras terminar estas páginas que a menudo son la crónica de una infinidad de mentiras y manipulaciones, a las que se añade la corrupción institucionalizada. El juicio sobre la política exterior americana es demoledor, al ser presentada como ejemplo de una mala gestión con la que se han perdido vidas, dinero e imagen exterior.