Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) cierra con esta novela la llamada trilogía del Baztán que, como ella misma ha declarado, es una mezcla de novela negra y mitología local, en este caso de Navarra. Los lectores de las dos anteriores novelas se encontrarán con unos personajes ya conocidos que poco a poco se han ido construyendo con más solidez. Los nuevos lectores se encontrarán muy perdidos y decidirán seguir adelante sin conocer bien el contexto de esos personajes, o deberán decidir comenzar por el principio, siguiendo el orden de la autora: El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta. Lógicamente, se recomienda la segunda opción.
Todo gira alrededor de la localidad navarra de Elizondo y de Amaia Salazar, jefe de Homicidios de la Policía Foral de Navarra. Sobre ella recae toda la investigación y, además, tanto su familia como su pasado son decisivos para comprender la trama. Amaia es una persona atormentada, con constantes pesadillas y referencias a su dolorosa infancia. Está casada con James, un artista estadounidense afincado en el Baztán, y tienen un niño, Ibai, pieza clave de la anterior novela. La familia vive rodeada de dos hermanas –Flora y Ros– y de la tía Engrasi, que aglutina a toda la familia. En esta tercera entrega se penetra más en el fondo de la personalidad de Amaia.
Inguma es un ser mitológico del Baztán, aunque es recurrente en muchas otras tradiciones, culturas y mitologías. En el fondo es como el demonio de la religión cristiana, aunque aquí adquiera unas formas peculiares, centradas en el destino de los recién nacidos siempre que no hayan sido bautizados. La autora se mueve bien en el campo mitológico, pero no tanto cuando quiere profundizar en el sentido del mal, donde se aprecian sus deficiencias, pues las referencias a la fe cristiana contienen afirmaciones inexactas. Por lo que aparece en sus novelas, la autora está próxima a la increencia, que es muy evidente cuando cae en el sarcasmo al presentar a algunas instituciones cristianas.
Aun con estas deficiencias, la novela, en su conjunto, resulta entretenida. Engancha al lector desde el primer momento, cuando aparece la primera niña muerta y el padre se declara su asesino. A partir de ahí se recuperan los personajes ya conocidos junto al equipo de investigadores de Amaia. La trama progresa lentamente, con lógica pero con muchos tropiezos, porque cuando se cuenta con un buen testigo o una línea de investigación clara, bruscamente queda truncada.