Tras finiquitar su trilogía autobiográfica y ser nombrado caballero de la mesa redonda del lenguaje, Félix de Azúa vuelve a las librerías con una nueva compilación de artículos, publicados en revistas culturales y periódicos, especialmente en el diario El País, en los que el autor desgrana sus lecturas de las dos últimas décadas.
Nuevas lecturas compulsivas se presenta en cuatro apartados: “El fuego celeste” (poesía), “El mundo desencantado” (novela, cuentos, memoria, crónica), “La era de la teoría” (ensayos) y “La lectura de hoy”. Si no fuera por el último, se podría decir que el editor ha querido seguir la teoría de la evolución de los cuatro géneros acuñada por el propio Azúa desde hace tiempo y que, tras el género periodístico como último escalón, se da de bruces con el mundo de las redes sociales en el que decidió no sumergirse.
Todos los géneros forman una columna vertebral cuyas piezas más significativas están representadas por Hölderlin, Proust y Benjamin. Los poemas El Archipiélago y Mnemosyne sirven al autor para profundizar en el origen del hombre y en la historia de Babel, recurrente en la obra de Azúa, que, declarándose ateo redomado, tiene sobre su mesilla la Biblia; él lo admite, pero matiza que es apócrifa. Con Proust explica la circularidad del tiempo; y finalmente, Pasajes de Benjamin le sirve una vez más para poner de relieve la conexión entre Azúa y el filósofo y flaneur berlinés de la Escuela de Frankfurt, que rescata a Baudelaire del cementerio de los muertos y lo convierte en un icono de la posmodernidad.
Con su especial agudeza para identificar las paradojas de la posmodernidad, si Azúa se mirara al espejo, podría verse a sí mismo como una de ellas, porque la “maldición” de ser convertido en icono pop por la masa rebelada le puede alcanzar, si no lo ha hecho ya. Demasiada gente empieza a conocer y a leer a Azúa, algo que a un defensor de la alta cultura y enemigo de la democratización artística debería preocupar.
Mención de honor se merecen las páginas dedicadas al “Caballero de la triste figura”, que el propio autor describe como “una segunda Encarnación del Verbo” o “una Biblia para un país sin Biblia”. Puede que Azúa a estas alturas se haya cansado también de luchar contra los molinos.